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lunes, 13 de febrero de 2012

Davos y la móntaña mágica... Thomas Mann

2 magníficas y coincidentes reflexiones sobre  lo que está pasando de dos hombres con sentido común...es recomendable seguir a los dos... y a un escritor, Thomas Mann y su montaña mágica

 

 

 

 

PIGS, jueves 29 enero 2009

PIGS means cerdos, o el acrónimo de los cuatro países del sur de Europa (Portugal, Italy, Greece and Spain), según algunos economistas anglosajones; descendientes de aquellos que hace 300 años pergeñaron la idea de productividad como hoy la entiende todo el mundo. Una idea que, por más errónea, injusta, manipuladora y avocada a la debacle que pueda ser, no encuentra (todavía) un solo detractor en todo el planeta. Apoyada en la teología protestante, donde la caridad no es necesaria para la salvación, y en el fulgor de sus logros (a corto plazo), es incapaz de aceptar sus efectos segundarios; de la misma manera que quien duerme siempre a base de Diazepam es incapaz de admitir la profundidad de la sima insomne donde se hundirá más tarde.
A esos economistas no les gusta que los países del sur de Europa cuestionen su empeño en trabajar mas, para consumir mas, para necesitar mas, para tener que trabajar mas, para consumir mas, para necesitar mas…etc.
Sin embargo en Davos, ese lugar donde iban a pavonearse y ahora vuelven a ir para encontrar la manera de hacer que el mundo vuelva a su redil: el de ellos, se sienten como en el hotel para tuberculosos ideado por Thomas Mann en La montaña mágica. Quien conozca la célebre novela se acordará del carácter iniciático de la historia; de todo lo que aprendemos de la enfermedad como camino inevitable hacia la salud... ¡Ojala los engreídos participantes del foro la lean y aprendan algo!


“¡Adiós! ¡Vas a vivir ahora o a caer! Tienes pocas probabilidades; esa danza terrible a la que te has visto arrastrado durará todavía algunos cortos años criminales, y no queremos apostar muy alto que puedas escaparte. Si hemos de ser francos, nos tiene sin cuidado dejar esta cuestión sin contestar. Las aventuras de la carne y el espíritu, que han elevado tu simplicidad, te han permitido vencer con el espíritu lo que no podrás sobrevivir con la carne.”  La montaña mágica Thomas Man

 

Rafael Argullol , escritor.    

Nadie sabe nada ...domingo 12 febrero 2012 

En Davos, la economía mundial deja de ser un baile de disfraces para convertirse en un aquelarre a cara descubierta

Desde hace tiempo soy un fiel seguidor del Foro Económico Mundial que se celebra cada año en Davos, Suiza. Reconozco que me fascina el hecho de que los que se consideran los poderosos del mundo se den cita puntual, cada temporada, para dar a conocer sus propuestas y opiniones. El resto del año casi todos los que viajan a Davos, a excepción de los políticos, permanecen agazapados en sus bancos, consejos de administración, fundaciones o cátedras, sin que se les ocurra ponerse demasiado bajo los focos. Sin embargo, de repente, en Davos los enmascarados se sacan las máscaras y la economía mundial deja de ser un baile de disfraces para convertirse en un aquelarre a cara descubierta, en el que se proclaman las cosas con alegre impunidad. Por unos días la hermandad davosiana crea un ceremonial casi sagrado —siempre, claro, en torno al Becerro de Oro— que, gracias a las informaciones periodísticas, adquiere resonancia planetaria. No hay, actualmente, otro lugar que aparente ser más importante y decisivo que el Foro de Davos. Las viejas organizaciones, con nombres un poco rancios, como las Naciones Unidas o la UNESCO, son patéticas sombras en comparación con una institución que realmente no representa a nadie —a ninguna sociedad, a ningún país— pero que, precisamente por esto, se permite la libertad de soltar, sin ningún pudor, verdades que parecen bravuconadas y bravuconadas que parecen verdades. En la fiesta de Davos se presentan juntos y revueltos políticos elegidos democráticamente, expertos intelectualmente reputados, banqueros de dudosa reputación y estafadores convictos; es decir, gentes que, habitualmente, procuran no mostrarse juntos y revueltos. Se tienen por un "mundo aparte" y, desde luego, desde hace años, consiguen que el mundo —el "mundo exterior"— se lo crea.
Algo debe de tener Davos, el singular rincón alpino, algo telúrico, algún encantamiento especial porque, como es bien sabido, el aquelarre actual, destinado a curar las enfermedades económicas de nuestra época, se desarrolla en el mismo lugar en que antes tenían que curarse las enfermedades del cuerpo. Que Thomas Mann situara su La Montaña Mágica en el lujoso balneario-sanatorio para tuberculosos de Davos puede entenderse, visto desde la actualidad, como una premonición de las posibilidades prodigiosas ofrecidas por Davos. En la novela de Mann el "mundo exterior" acaba siendo una mera abstracción para los protagonistas del "mundo aparte" instalado en Davos, considerado la auténtica realidad, con sus leyes, azares y certezas. En su extensa obra, Thomas Mann concentró las pulsiones del inicio del siglo XX en los perfiles de sus personajes, en las conversaciones entre Naphta y Settembrini, en el sortilegio que atenaza al protagonista, Hans Castorp, que sólo puede abandonar el "mundo aparte" de Davos, la montaña mágica, y volver al valle, a la vida, tras siete años de encantamiento. A la salida le espera la catástrofe: la Primera Guerra Mundial.




En el balneario suizo se codean políticos, jugadores, profetas y estafadores con toda naturalidad
Naturalmente el Davos actual está muy lejos de las sofisticaciones descritas por el escritor alemán y, a menudo, se le representa más próximo a la cueva de Ali Babá o a la Isla de la Tortuga que al refinado escenario de La Montaña Mágica. Pero algo de materia literaria tiene, aunque sea en su vertiente negra, cuando los cronistas enviados al Foro acostumbran a hacer excelentes e imaginativos trabajos. Si yo fuera editor reuniría las mejores de estas crónicas a lo largo de años con un título del estilo Davos: profetas y embaucadores. Tendríamos un perfecto resumen de nuestra incertidumbre actual a través de las sucesivas ediciones del aquelarre. De hecho, que yo recuerde, la profecía ha ido tan acompañada del embaucamiento que se haría difícil deslindar una del otro al hacer balance. Hasta hace relativamente poco en Davos se hacían apuestas muy favorables para nuestro futuro, mientras que ahora parece que la rueda de la fortuna nos es francamente desfavorable. Lo peculiar de este casino es que, cuando la bola cae en la casilla adecuada, la hermandad davosiana siempre forma parte del bando de los ganadores y, por el contrario, cuando se desplaza al número perdedor los participantes en la fiesta miran hacia otro lado o declaran que, en realidad, ellos no son más que los crupiers.
Claro que existe, ahí, una gran materia literaria, y muy posiblemente el propio Thomas Mann, al situar La Montaña Mágica a principios del siglo XXI, en lugar de hacerlo cien años antes, habría sustituido a sus sutiles tuberculosos por este variopinto conjunto humano en el que se codean políticos, jugadores, profetas y estafadores con una naturalidad digna de encomio. Los diversos géneros, desde la picaresca a la novela negra, pasando por los tratados de buenas costumbres, están maravillosamente representados. Tengo particular predilección por los filántropos de Davos, tipo George Soros, auténtico Doctor Jekyll y Mister Hide de las finanzas mundiales, que en cada edición es capaz de renovar sus buenas intenciones con respecto al futuro de la humanidad.



El héroe de este año, John Paulson, tiene un sexto sentido para adivinar  por donde irá el desastre
No obstante, debo reconocer, que la edición actual ha recogido las andanzas de un individuo, a quien yo no había oído nombrar pero que con toda seguridad es muy importante, que tiene decididos rasgos shakespearianos, entre el Mercader de Venecia y Macbeth, con un toque de Dostoievski y otro de Beckett. Nuestro héroe se llama John Paulson y, según es descrito, tiene un sexto sentido para adivinar por donde irá el desastre, y para apostar en consecuencia. Este visionario de las tinieblas ganó en 2007 3.700 millones de dólares al olerse la crisis de Wall Street y hurgar, a su favor, en la herida. Desde entonces tiene ganado el derecho de ser reconocido como profeta. Tengo entendido que las gentes se le acercan para preguntarle por el próximo hundimiento que pueda avecinarse, de modo, que al seguir sus consejos, el apocalipsis produzca buenos réditos. Qué gran personaje literario John Paulson, el hombre que convierte lo funesto en puro oro. Pero en su última aparición en Davos, acuciado por los creyentes, Paulson ha soltado algo mucho más importante que una profecía. Ha dicho textualmente: "Nadie sabe nada". El profeta, en una acción de modesto repliegue, se ha hecho filósofo. Imaginen que el ejemplo cunde y que la próxima edición del grandilocuente Foro de Davos se inaugure bajo el lema "Sólo sé que no sé nada".
Y quizá sería el lema justo. La misma semana en que leí la confesión del profeta Paulson escuché dos confesiones similares. Me encontré a un conocido catedrático de Economía, que durante años había estado explicando cómo funcionaban verdaderamente las cosas en cursos y tertulias. Dijo, más o menos, "nadie sabe nada". Y al día siguiente me topé con un compañero de colegio, ya espabilado en los años escolares y posteriormente un gran empresario en negocios internacionales. Comentó: "la verdad, chico, es que nadie sabe nada". No es que no lo sospechara viendo la actuación de los políticos, pero me lo acabó de confirmar esta triple confesión del profeta, del experto y del mercader. "Nadie sabe nada": ¿entonces cuál ha sido la auténtica función de tantos davos a lo largo de tantos años? Puede que, en efecto, todo se haya vuelto tan endiabladamente complejo que ya no sepamos nada. Aunque también podría alimentarse otra hipótesis menos inocente. ¿No será que los davos han servido, precisamente, para esto: para que, en plena indefensión, podamos escuchar "nadie sabe nada"? No puedo dar una respuesta a esta suposición. Lo que sí he constatado es que, en medio del general desconcierto, sea éste interesado o no, la filosofía ha adquirido gran importancia en ese mundo de los negocios en el que todos lo ignoran todo de todo. Esa fundación fraudulenta sin ánimo de lucro que está cada día en las páginas de los periódicos por sus maniobras corruptas lleva por nombre lo filosóficamente más elevado. Se llama ARETÉ. Virtud, en griego.  




 

Novelista y crítico alemán, una de las figuras más importantes de la literatura de la primera mitad del siglo XX; sus novelas exploran la relación entre el artista y el burgués o entre una vida de contemplación y otra de acción. Mann, hermano menor del novelista y dramaturgo Heinrich Mann, nació en una antigua familia de comerciantes en Lübeck el 6 de junio de 1875. Después de la muerte de su padre, la familia se trasladó a Munich, donde se educó Mann. Fue oficinista en una compañía de seguros y miembro del comité de dirección de la revista satírica Simplicissimus, antes de dedicarse a la escritura como profesión. Estuvo influido por dos filósofos alemanes, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, aunque rechazaba las ideas de este último. En uno de sus últimos libros, Ensayos de tres décadas (1947), analiza sus propios escritos literarios rastreando las influencias de esos pensadores y de otros artistas. Las novelas de Mann se caracterizan por una reproducción precisa de los detalles de la vida moderna y antigua, por un profundo y sutil análisis intelectual de las ideas y los personajes, por un punto de vista distanciado e irónico, combinado con un profundo sentido trágico. Sus héroes son con frecuencia personajes burgueses que sobrellevan un conflicto espiritual. Mann exploró también en la psicología del artista creativo. Muchos cuentos cortos precedieron a la escritura de su primera novela importante, Los Buddenbrook (1901), que estableció su reputación literaria y se tradujo a numerosas lenguas. El tema de este libro, el conflicto entre el hombre de temperamento artístico y su entorno de clase media burguesa, volverá a reaparecer en sus cuentos Tonio Kröger (1903) y Muerte en Venecia (1912), llevado al cine por Visconti, y a la ópera por Benjamin Britten. En el 'Bildungsroman' La montaña mágica (1924), su obra más famosa y una de las novelas más excepcionales del siglo XX, Mann somete a la civilización europea contemporánea a un minucioso análisis. Entre sus obras posteriores se encuentran los cuentos Desorden y dolor precoz (1925), sobre el amor paterno, y Mario y el mago (1930), en el que señala los peligros de la dictadura fascista y la cobardía intelectual; la serie de cuatro novelas basada en la historia bíblica de José, José y sus hermanos (1934-1944), y las novelas Doctor Faustus (1947), El elegido (1951) y Confesiones del estafador Felix Krull (1954). El escritor español Francisco de Ayala tradujo algunas de sus obras durante su exilio en Buenos Aires. Mann fue también un notable crítico literario. Entre sus escritos críticos se encuentra Consideraciones de un apolítico (1918), un ensayo autobiográfico en el que llega a la conclusión de que un artista debe estar integrado en la sociedad. Su propio compromiso le llevó a la pérdida de la nacionalidad alemana en 1936  y eso que desde 1933 se exilió de Alemania, con la llegada de Adolf Hitler. Mann se refugió primero en Suiza y después en los Estados Unidos (1938), de donde se hizo ciudadano en 1944. En 1953 se estableció cerca de Zurich (Suiza), donde murió el 12 de agosto de 1955. Fue padre del autor Klaus Mann y de la escritora y actriz Erika Mann.  © eMe

Archivo:Thomas Mann with Albert Einstein, Princeton 1938.jpg

 

Thomas Mann con Albert Einstein, Princeton






La montaña mágica, Thomas Mann
Uno de los libros más importantes del S. XX, La montaña mágica: un paseo por todos los matices de la condición humana. La montaña mágica.............  edhasa ......... 12,95€






En 1929 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, principalmente por su novela Los Buddenbrook ......Edhasa...... 38,94€, que ha conquistado un reconocimiento cada vez mayor como una de las obras clásicas de la literatura contemporánea. Basada en su familia, narra el declive de una familia de comerciantes de Lübeck, a lo largo de tres generaciones.Su propio compromiso con la época que le tocó vivir lo llevó a perder la nacionalidad alemana en 1936. Desde 1933 se exilió de Alemania, con la llegada de Adolf Hitler.  


 
La muerte en Venecia........... Edhasa....... 9,62€
Es una disquisición estético-filosófica sobre la pérdida de la juventud y la vida, encarnadas en el personaje de Tadzio, y el final de una era representada en la figura del protagonista.
 de aquí la maravillosa y recomendable película... una joya imprescindible.

TÍTULO ORIGINAL Morte a Venezia
año 1971
duración

127 min.
país          
director Luchino Visconti
guión Luchino Visconti, Nicola Badalucco (Novela: Thomas Mann)
música Gustav Mahler
fotografía Pasqualino De Santis
reparto Dirk Bogarde, Silvana Mangano, Björn Andrésen, Marisa Berenson, Mark Burns, Romolo Valli
productora Alta Cinematografica
premios 1971: Nominada al Oscar: Mejor vestuario
1971
: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)
género Drama | Homosexualidad
sinopsis A principios del siglo XX, un compositor alemán de delicada salud y cuya última obra acaba de fracasar, llega a la ciudad de Venecia a pasar el verano. En la ciudad de los canales se sentirá profundamente atraído por un joven y angelical adolescente, sentimiento que le irá consumiendo mientras la decadencia también alcanza a la ciudad en forma de epidemia. (FILMAFFINITY)
Fragmento Muerte en Venecia... " Los sentimientos y observaciones  del hombre solitario son al mismo tiempo más confusos y más intensos que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y siempre tienen un matiz de tristeza. Imágenes y sensaciones que se esfumarían fácilmente con una mirada, con una risa, un cambio de opiniones, se aferran fuertemente en el ánimo del solitario, se ahondan en el silencio y se convierten en acontecimientos, aventuras, sentimientos importantes. La soledad engendra lo original, lo atrevido, y lo extraordinariamente bello, la poesía. Pero engendra también lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e inadecuado.

(...)
Sus nervios acogían ansiosos los lánguidos tonos, las melodías sentimentales y vulgares, pues la pasión paraliza el sentido crítico y recibe con delicia todo aquello que en un estado de serenidad se soportaría con disgusto.
(...)
A veces permanecía en la arena, con los miembros extendidos; la sábana envolvía su delicado cuerpo; el brazo, suavemente modelado, descansaba en el arenal, con la barbilla apoyada en la palma de la mano. El muchacho llamado Saschu, sentado junto a él, lo contemplaba sumiso, y nada más seductor cabe imaginar que la sonrisa de labios y ojos con que él miraba enaltecido al otro, al admirador, al servidor. Su cabello, rubio, de miel, se adhería en los rizos húmedos a sus sienes y a su cuello; el sol hacía brillar el vello de la parte superior de la espina dorsal; se destacaban claramente bajo la delgada envoltura el fino dibujo de las costillas, la uniformidad del pecho. Sus omóplatos eran lisos como los de una estatua; sus rótulas brillaban y sus venas azulinas hacían que su cuerpo pareciese forjado de un fino material traslúcido. ¡Qué disciplina, qué exactitud de pensamiento expresaba aquel cuerpo tenso y de juvenil perfección!. "

 




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