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domingo, 9 de septiembre de 2012

Mucho más que un asunto sentimental...

http://internacional.elpais.com/internacional/2012/09/07/actualidad/1347038577_457775.html


Soledad Gallego-Díaz
La Unión Europea acaba de elaborar un ansiado cortafuego para “escenarios destructivos”, según palabras del presidente del Banco Central, Mario Draghi. ¿A qué escenarios se refiere? Al ataque de los especuladores, sin duda. Pero también, quizás, al hecho de que esa zanja, la compra de deuda, aislaría a España y a Italia, por ejemplo, de los destructivos coletazos de un eventual abandono de Grecia de la zona euro.
De esa forma, explican documentos publicados en Alemania, la salida de Grecia se convertiría en un “drama menor”. Expertos bancarios y empresariales de medio mundo preparan sus planes para ese escenario y, lo que es más significativo, los airean encantados. Hablan y hablan públicamente de ello, con la intención, seguramente, de que, llegado el momento, el resto de los europeos no nos alarmemos, sino que creamos que era algo inevitable e, incluso, aconsejable para la salud económica del resto de Europa.
Y sin embargo, la eventual salida de Grecia de la Eurozona es algo más que una cuestión económica. No se trata de hablar de filosofía, ni de recordar a Sócrates o las graciosas y oportunas comedias de Aristófanes sobre el pago de las deudas, sino de saber que se trataría de un cambio sustancial en el concepto político de Europa.
Se nos quiere hacer creer que se trata solo de una cuestión financiera, en todo caso sentimental, pero se nos oculta que implica un cambio sustancial en el sentido político de la Unión Europea, una reforma radical del objetivo con el que fue creada, una miserable constatación de que Europa, como otros protagonistas del nuevo mundo que se vislumbra, acepta destruir a los débiles para proteger a los fuertes.
¿Grecia necesita reformas? Por supuesto. Vigilancia. Sin duda, desde el mismo momento en que un partido de extrema derecha violenta, Amanecer Dorado, ha conseguido 21 escaños. Necesita cambios radicales y estrictos en la organización del Estado para que se garantice su respeto a las reglas de la Unión. Pero lo que está haciendo ahora la UE no es impulsar esas reformas, sino empujar cínicamente a la sociedad griega fuera de las puertas de la Unión, exigiéndole más de lo que razonablemente puede dar.
Los ajustes tan brutales que impone la troika alimentan la sospecha de que, en el fondo, lo que pretende es que los propios griegos lleguen a la conclusión de que tendrán más posibilidades de sobrevivir fuera que dentro de la UE.
Grecia lleva cinco años en recesión y aún se le acaba de exigir un nuevo recorte de 11.000 millones de euros. Las exigencias incluyen la recomendación de que se aumente el número de días laborables a seis a la semana, en todos los sectores.
El problema no son los seis días (siempre que no se superen las 48 horas semanales) sino la continua matraca con la idea de que los griegos son unos vagos que no mueven un dedo para salir del pozo. Y sin embargo (no deberíamos perder nunca de vista los puros datos), el último informe de la OCDE demuestra que los griegos trabajan una media de 2.109 horas al año, frente a las 1.573 horas de la media de la Unión.
Es cierto que la corrupción y el fraude fiscal son problemas reales y brutales en la sociedad griega, pero también que la tasa de suicidios ha subido un 40% o que lo que más dificulta la lucha contra el fraude “al por menor” es el hecho de que un 50% de los jóvenes estén en paro, condenados a “buscarse la vida”.
Expulsar a Grecia puede ser visto de muchas maneras. Una de ellas es interpretarlo como un paso decisivo en la voluntad de amoldar la Unión Europea a un proyecto distinto del que es ahora, un nuevo proyecto encabezado claramente por la Europa del Norte.
Es verdad que en Europa, ni los intelectuales de derecha han propuesto nunca a Estados Unidos como modelo. No se trata de eso. Pero sí de avanzar en la imposición de un proyecto que inspiran Alemania, Holanda o Finlandia, intimidando a los países más débiles y más distintos. Es posible que esa Europa del Norte no sea consciente de todo lo que se juega en el sur.
solg@elpais.es

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