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miércoles, 19 de junio de 2013

Entre todos las matamos...

Juan José Téllez, escritor, periodista y director del CAL.

Juan José Téllez

Pero ellas no se mueren solas. Aunque dichas noticias difícilmente salgan ya en primera página, la caza de la mujer sigue en marcha. Quien más te quiere no te hará llorar. El amor sólo mata de gusto, rechacen las imitaciones más siniestras.
A las damas las matan a la chita callando, para callarlas. Las extinguen a manojitos y ni siquiera nos ponemos ya un lacito en la solapa. Es largo el camino que lleva hacia la noche de los cuchillos amargos, la de los amores rotos y los cuerpos descuartizados, la de un cuello estrangulado por las mismas manos que quizá algún día acariciaron su gozo. Quizá su último suspiro empezara hace mucho con una voz más alta que otra en cualquier sobremesa. Pero no sólo se trata de un crimen privado, sino público: hasta que no percibamos que todos somos sus cómplices necesarios, no parará esa carnicería. Ese río de sangre quizá comience por una adolescente a la que le gustan los chicos duros y acepta que su novio le controle sus llamadas de móvil. O por uno de esos tipos jocundos que ríen un chiste manchado de sangre en el ágora de aluminio de los bares. Pero también el Estado, ahora dispuesto por ejemplo a una reforma de la administración local que eliminará las oficinas de atención a la mujer, la primera ventanilla a la que pueden acercarse con tantas dudas como miedo a preguntar tal vez si fuera posible denunciar los malos tratos de aquel tipo de traje y corbata que posa sonriente en una foto añeja junto a un vestido blanco a punto de comer perdices hasta que ellas despertaron llorando de su sueño de hadas.
Sus asesinos suelen decirse a sí mismos que lo hacen por amor. Por amor propio, claro. Si no mía, no será de nadie. El feminicidio que no cesa no es cosa de mujeres sino de hombres: ¿cómo permitimos que esos desalmados nos usurpen la condición masculina, hasta el punto de que cualquier mujer nos identifique a todos con ese sonido de las llaves en el rellano que tanto pánico le infunde y que cada noche le acercan a un teléfono en el que casi nunca aciertan a marcar el 016?
De Jerez a Zaragoza, la epidemia se extiende. La violencia machista ha acabado ya con la vida de 31 mujeres en España, en lo que va de año. Y cinco de ellas son andaluzas, aunque también habríamos de sumarle el caso de la niña de Campillos presuntamente asesinada a manos de su propio padre. ¿A qué cielo llegarían nuestros gritos si estuviéramos hablando de treinta y un periodistas muertos, o policías, o militares? O, simplemente, ¿treinta y un hombres muertos a manos de sus parejas? Entre todos las matamos. Día a día. Ese corredor de la muerte sigue abierto y no hacemos lo imposible por cerrarlo.

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