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jueves, 25 de junio de 2015

¿Ocaso o renacer de la izquierda tras la crisis?


¿Ocaso o renacer de la izquierda tras la crisis?

Por: | 24 de junio de 2015
Antonio Quero


Han pasado siete años desde que estalló la crisis y aún no se atisba en el horizonte una alternativa al capitalismo financiero que la provocó. Nuevas fuerzas políticas, inexistentes o irrelevantes antes de la crisis, han conseguido acceder al poder, como Syriza en Grecia o Ahora Podemos en Madrid, pero sus propuestas estrella, ya sea el fin de la austeridad, la restructuración de la deuda pública o la creación de un banco público, han sido reducidas a gestos simbólicos, postergadas indefinidamente o abandonadas. Mientras, los partidos socialdemócratas en el poder, en Francia o en Italia, acometen reformas que hace unos años se consideraban de derechas. ¿Quiere decir que no hay alternativa, como ya avisara Thatcher, o la hay pero nadie en la izquierda la ha formulado todavía?
Para que una alternativa emerja, primero hay que imaginarla, pensarla y desarrollarla, una labor que recae habitualmente en los intelectuales pero que necesita el estímulo y la complicidad de los actores políticos que conforman el debate público, ya sean partidos, sindicatos, movimientos sociales, etc. Por su naturaleza e impacto, la crisis ha generado un debate extremadamente fértil en el terreno de la macroeconomía, de la política monetaria y de la regulación financiera. Autores de reconocida trayectoria académica han elaborado análisis y propuestas que antes de la crisis hubieran sido tachadas de heterodoxas o, incluso, de heréticas. Blogelpais
Paradójicamente, desde la izquierda, hacia la que todas las miradas se volvieron tras el fracaso estrepitoso que la crisis de 2008 supuso para el neoliberalismo, la producción de ideas susceptibles de generar los cambios profundos que una democracia representativa agotada y un modelo económico social y ecológicamente depredador requieren ha sido decepcionante. Por ello vale la pena apuntar aquí dos contribuciones que no desesperan de ver renacer la capacidad transformadora de la izquierda.
Una de ellas es el último libro del ex-primer ministro francés y figura socialdemócrata Michel Rocard, "Suicide de l'Occident, suicide de la humanité?" (París, Ed. Flammarion, 2015). La otra es el ensayo del doctor en Economía y profesor de Ciencia Política Luis Fernando Medina, "El fénix rojo. Las oportunidades del socialismo" (Madrid, Ed. Catarata, 2014). Ambos hacen un diagnóstico opuesto sobre el capitalismo. Para Rocard el conjunto de derivas y peligros que acechan a la humanidad es el resultado de la "madurez terminal del sistema capitalista vigente". Según Medina, "serán los éxitos del capitalismo, tanto o más que sus fracasos, los que le den fuerza al socialismo en el siglo XXI". Aun así, los dos ofrecen una perspectiva de superación del mercado como dueño y señor del destino de las personas.
Rocard plantea un catálogo de los desafíos a los que se enfrentan nuestras sociedades, desde la amenaza persistente de explosión de la burbuja financiera mundial hasta el agravamiento vertiginoso de las desigualdades, pasando por el calentamiento global, el incierto equilibrio futuro entre bloques regionales con intereses y visiones contrapuestas o el auge multiforme de la violencia. Frente a ellos, Rocard reivindica el papel de la política, no solo la política tradicional protagonizada por los partidos, sino también al activismo de la sociedad civil. Ante el paisaje intelectual y político desolador de Occidente, Rocard emplaza a los partidos políticos a cumplir con una de sus funciones primordiales: pensar el futuro y elaborar respuestas posibles a los dramas del presente. Para ello les dicta tres condiciones: que recuperen y respeten la función de pensar, que asuman plenamente la dimensión ante todo internacional de los problemas y de sus soluciones y que acuerden una prioridad absoluta a la reflexión a largo plazo.
Rocard elabora una agenda política urgente, desde reformar la ONU hasta dotar de contenido jurídico y contable la noción de bien público, y señala lo que para él ha sido el mayor descubrimiento de la crisis, a saber la inestabilidad estructural, profunda y permanente de un sistema monetario y financiero en el que la contrapartida a la emisión de moneda central son deudas bancarias, de carácter volátil e inestable, en vez de inversiones productivas directamente generadoras de riqueza. El mérito de Rocard no está tanto en las soluciones que apunta, en muchos casos solo esboza pistas de reflexión, como en la valentía y rigor con los que encara los problemas, huyendo de dos características por desgracia comunes de los responsables políticos contemporáneos: el comportamiento de avestruz ante la complejidad del mundo globalizado y la agitación de propuestas simplistas de inspiración mediática y demoscópica.
El ensayo de Medina concentra su reflexión en un objetivo más circunscrito pero no menos ambicioso. Medina constata el derrumbe del socialismo ligado al derrumbe del trabajo como estructura de legitimación social; su papel lo ocupa ahora el consumo. Sin embargo, antes que deplorar resignadamente esta evolución, Medina opina que "este mismo proceso puede llevar la surgimiento de un nuevo tipo de socialismo".
Partiendo de una concepción del socialismo como "una visión de sociedad que ofrece a los individuos espacios de cooperación donde puedan encontrarse relativamente a salvo de la presión de los mercados y de los estados", Medina ve en la renta básica la base material para garantizar la plena libertad individual.
Medina invita pues a considerar la renta básica como algo más que un instrumento de lucha contra la pobreza: "desde una perspectiva socialista, la renta básica encarna el principio de propiedad colectiva sobre la riqueza de la sociedad". La renta básica no es en sí misma equivalente a socialismo, aclara Medina, pero representa "uno de los pasos más certeros que se pueden tomar para transformar la lógica subyacente del capitalismo actual".
La renta básica merece ciertamente un debate en profundidad, superando las objeciones un tanto burdas con las que se la suele descalificar, pero también sin prejuzgar del desenlace de dicho debate. Plantear seriamente la renta básica obliga a reformular los pilares del contrato social en sociedades materialmente ricas. Independientemente de la opción final que se adoptara tras un proceso democrático deliberativo, incluso si no se lleva a cabo finalmente, la aspiración de libertad, de igualdad y de fraternidad con la que se identifica el socialismo descubriría en dicho proceso respuestas nuevas que la sociedad capitalista e individualista de consumo actual no ofrece.
Parece, por lo tanto, que la supuesta falta de alternativa al capitalismo financiero dominante es más un problema de insuficiencia de reflexión, debate y desarrollo de propuestas que de ausencia real de alternativa. Esta es la responsabilidad que nos incumbe tras una crisis como la que padecemos. El hecho de que los nuevos partidos surgidos del desencanto o del rechazo de los partidos tradicionales no asuman esta responsabilidad, como tampoco lo hacen los tradicionales, no es excusa para dejar de trabajar por ello, desde fuera o desde dentro de los mismos. La demanda ciudadana es evidente y no va a desaparecer porque la cobardía, la incompetencia o el cinismo de las "élites" y de las direcciones de estos partidos pretenda ignorar las raíces de los problemas.
Aportaciones como las de Rocard y Medina ayudan a entrever la vía de renacimiento de la izquierda como aspiración a la justicia social en una economía libre, regulada según la voluntad democrática de la ciudadanía. Prolongando su análisis más allá de las páginas de sus libros, se pueden formular dos condiciones para dicho renacimiento.
La primera, enlazando con el énfasis de Rocard sobre la dimensión internacional de los problemas a los que nos enfrentamos y con el universalismo del socialismo como recuerda Medina, es la ambición de generar una corriente de pensamiento que federe y sirva de base común a las opciones políticas, progresistas como diría Rocard o socialistas como las califica Medina, en cada país europeo, además de servir de puente con otros continentes. Las políticas económicas de apoyo al crecimiento y el empleo, las reformas necesarias del sistema financiero, la gestión de las migraciones o la seguridad en el Mediterráneo y en el Este de Europa son ejemplos de cuestiones que, desde una perspectiva de izquierda, deben recibir una respuesta común y no depender del país en el que se discuten. La Unión Europea como herramienta política ofrece una soberanía ciudadana frente a las fuerzas del mercado o a la violencia y el sufrimiento de la que carecen los Estados por sí solos. En vez de generar la impotencia democrática descrita por Sánchez Cuenca, en la que la voluntad ciudadana se ve cercenada por imposiciones supranacionales que escapan del ámbito de influencia de las democracias nacionales, la Unión Europea puede ser una palanca poderosa si nos apropiamos de ella ejerciendo la política desde la colaboración transnacional. Ya va siendo hora, como clama Habermas, de que los partidos políticos piensen y actúen en clave europea, poniendo las instituciones europeas al servicio de la ciudadanía, como permiten los cauces establecidos en el Tratado de la UE, en vez de dejarlas en manos de la tecnocracia y de la ley del más fuerte, es decir, de Alemania. A condición, claro está, de que se consiga expresar una voluntad popular genuinamente europea. Esto que parece tan utópico para los actores y los observadores de la política europea, es claramente factible cuando se habla con el ciudadano de a pie de cualquier país. El internacionalismo está en los genes del socialismo, no hay renacimiento de la izquierda posible si no es desde una perspectiva por lo menos europea.
La segunda, inspirada por la propuesta de Medina sobre la renta básica y la libertad de pensamiento con la que Rocard supera tabúes, es la apertura de la agenda política a las propuestas que actúan sobre la raíz de los males de nuestro tiempo, por muy complejas y desconcertantes a primera vista que puedan resultar. Replantear las bases del contrato social, imaginar un nuevo modelo para la creación y gestión del dinero, favorecer modelos productivos sostenibles, redefinir las fronteras entre propiedad privada, libertad individual, bien común y derechos como el trabajo, la salud o la vivienda, acotando el mercado a los espacios en los que genera riqueza colectiva y desterrando la mercantilización de las relaciones humanas y de la emancipación personal, concebir un derecho internacional centrado en el ser humano, en vez del blindaje actual de la soberanía inviolable de los Estados, o diseñar instituciones internacionales más democráticas y más eficaces a la hora de garantizar la paz, el respeto de los derechos humanos, los derechos sociales y la defensa de los bienes comunes de la humanidad, son algunos de los ejemplos de la futura agenda política que debiera movilizar la energía intelectual y política de la izquierda. Son cuestiones con un horizonte temporal de medio y largo plazo, pero cuyo debate proporciona soluciones inmediatas y duraderas a problemas acuciantes como el paro, los desahucios o las desigualdades, en vez de los meros parcheos que apenas alcanza a proponer la política actual de vuelo rasante y motivación electoral cortoplacista.
Finalmente, añadiría una tercera condición que no se encuentra explícitamente en los libros de Rocard y Medina pero que los atraviesa desde el instante en el que se pretende pasar de la reflexión a la acción. Se trata de diseñar y practicar formas participativas y deliberativas de democracia. Ya sea por razones intrínsecas, aspirando a hacer realidad el ideal de construcción democrática de la voluntad popular, como por razones instrumentales, porque sin espacios de debate abiertos, no sometidos al cálculo electoral y mediático permanente, se hace inconcebible una agenda política como la anteriormente mencionada. Las transformaciones profundas que conlleva la puesta en práctica de una agenda política tan ambiciosa amenazan directamente a muchos intereses particulares que secuestran hoy la política (poderes económicos, aparatos de los partidos, tecnocracias opacas, etc.). En teoría, la voluntad ciudadana expresada democráticamente debería vencer la resistencia de dichos grupos de intereses, pero, en la práctica, el acceso privilegiado de estos a los circuitos de decisión política frena los cambios deseados. De ahí la necesidad de abrir el espacio y los procedimientos democráticos.
Hay motivos, pues, para la esperanza de ver surgir tras la crisis un pensamiento progresista verdaderamente transformador. Rocard recuerda que "ninguno de los riesgos que nos acechan parece irremediable hasta el punto de escapar al radio de acción de una acción preventiva de la humanidad", mientras que Medina subraya que "pocos momentos hay más definitivos e irreversibles, más llenos de poder que aquel instante en el que por fin podemos visualizar el primer paso".

Antonio Quero. Coordinador de Factoría Democrática. Autor de 'La reforma progresista del sistema financiero' (Ed. Catarata)

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