Javier Reverte, llegaste a tu destino pleno y lleno de vidas, que nos has contado para que amemos lo que tú has amado, un sentimiento que como te recuerda Jorge, tu ilustre hermano, te ha elevado por encima de los dioses.
"Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas."
Espero que hayas partido siguiendo los consejos del también trotamundos y gran amigo Manu Leguineche "A un viaje hay que ir documentado, llorado, sólo, ligero de equipaje, con espacio para la improvisación y con sentido del humor”.
Hay que enamorarse de lo que uno hace para ser superior a los dioses, para demostrarles que cualquier historia emprendida o culminada desde el enamoramiento es muy superior a otras pergeñadas desde la perfecció
Hay entre los numerosos, aunque nunca suficientes, estudiosos de los antiguos griegos una importante fracción que forman los que creen que los dioses envidian de nosotros los humanos la capacidad de enamorarnos. Esa capacidad es la que, seguramente, nos distingue de ellos. Y no es pequeña.
Sé muy poco del mundo clásico, mucho menos de lo que me gustaría y de lo que debería. De ese poco, casi todo me viene de mi hermano Javier, el viajero, y más recientemente de Francisco Pereña, un doctísimo hombre que se ha hecho a sí mismo un especialista en lo que le da la gana.
Ambos, y maestros tan indiscutibles como Agustín García Calvo o Rafael Sánchez Ferlosio, son parte de esa por suerte inextinguible legión de hombres y mujeres que, como Irene Vallejo más recientemente, nos muestran que el camino es ese, que hay que enamorarse de lo que uno, o una, hace para ser superior a los dioses, para demostrarles que cualquier historia emprendida o culminada desde el enamoramiento es muy superior a otras pergeñadas desde la perfección o desde la intachable preparación que augura siempre textos tan inequívocos como los que consiguen los bancos en su pertinaz correspondencia.
Una perfección a la que se refieren algunos poetas hoy esenciales, como los obvios por imposibles de evitar T. S. Eliot o W.H. Auden, que anuncian oscuramente en sus proclamas lo que el mundo nos guarda. Pero esos grandes no son profetas, sino algo más cercano a nosotros. Son, en realidad, unos misioneros del enamoramiento, no del amor romántico y estúpido que nos venden cada día los mercaderes de hamburguesas malas. Son, en ocasiones, vendedores de un amor brusco, posesivo en periodos muy cortos. Dice Auden que o bien nos amamos los unos a los otros o bien morimos. Habla del amor físico, sin ningún equívoco. Y eso lo podemos, o lo debemos, extender a lo que hacemos cada día fuera de nuestra rutina. Podemos ser mejores que los dioses si nos enamoramos de lo que hacemos. Aunque enamorarnos nos pueda turbar el juicio.
Esa gran lección de vida la deja mi hermano del alma concluida en su último —por ahora— viaje, ese al que me desinvitó con unas palabras consoladoras: “Te llevaría, pero creo que es muy largo y no estás en forma”.
Poca cosa, lo único que hace a los dioses superiores es que viven para siempre.
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas."