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viernes, 14 de octubre de 2011

miénteme, dime que me quieres, pero dímelo por Dios...

—¿A cuántos hombres has olvidado? 
—A tantos como mujeres tú recuerdas. 
—¡No te vayas! 
—No me he movido. 
—Dime algo agradable. 
—Claro. ¿Qué quieres que te diga? 
—Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo. 
—Te he esperado todos estos años. 
—Dime que habrías muerto si yo no hubiera vuelto
—Habría muerto si tú no hubieras vuelto. 
—Dime que me quieres todavía, como yo te quiero.
—Te quiero todavía como tú me quieres. 
—Gracias. Muchas gracias.
Johnny guitar
 Joan Crawford, Nicholas Ray, Sterling Hayden, western 1954
  

peggy lee
mina
gigliola cinquetti
copla, 
dime que me quieres
doña concha
 miguel poveda
letra León y Quiroga
dime que me quieres...
Si tu me pidieras que fuera descalza, Pidiendo limosna descalza yo iría. Si tu me pidieras que abriera mis venas Un río de sangre me salpicaría. Si tu me pidieras que al fuego me echase, Igual que madera me consumiría. Que yo soy tu esclava y tu el absoluto Señor de mi cuerpo, mi sangre y mi vida. Y a cambio de eso, que bien poco es. Oye lo que quiero decirte a mi ESTRIBILLO: Dime que me quieres, dímelo por Dios. Aunque no lo sientas, aunque sea mentira, pero dímelo. Dímelo bajito, Te será más fácil decírmelo así. Y el te quiero tuyo será pa' mis penas, Lo mismo que lluvia de Mayo y Abril. Ten misericordia de mi corazón. Dime que me quieres. Dime que me quieres, dímelo por Dios. Si no me mirasen tus ojos de almendra, El pulso en las sienes se me pararía. Si no me besasen tus labios de trigo, La flor de mi boca se deshojaría. Si no me abrazaran tus brazos morenos, Pa siempre los míos, en cruz quedarían. Y si me dijeras que ya no me quieres No sé la locura que cometería. Y es que únicamente yo vivo por ti. Que me das la muerte o me haces vivir.
¡Mujeres al poder!
Siempre me llamó la atención que Johnny Guitar tuviese en su momento tan buen recibimiento de público y a su vez tan pésima acogida por parte de la crítica. En Estados Unidos se adjetivó a la película como superficial, pretenciosa, vulgar, estridente y contradictoria, entre otros epítetos menos felices, y la mismísima Joan Crawford, probablemente influenciada por la oleada de comentarios despectivos, sentenció: «Debería haberme hecho examinar la cabeza. No hay excusas para la película por haber sido tan mala o para mí por haberla hecho» [1]. El reconocimiento llegó más adelante gracias a los críticos de Cahiers, quienes comenzaron a rescatar y a encumbrar a Nicholas Ray como figura de culto y en particular a Johnny Guitar como una obra maestra ineludible.
Mucha agua a pasado por debajo del puente y hoy en día a nadie se le ocurre poner en duda la grandeza de la película. El crítico Jean Wagner explica que en su momento solían tacharse como obras menores ciertas películas pesimistas, lúgubres o bañadas de existencialismo, ya que dañaban la imagen optimista de las causas revolucionarias. «(…) los artistas llamados revolucionarios, en su afán por construir un mundo completamente nuevo, a salvo de las miasmas de la decadencia, no vacilaron en atacar a los creadores que se ‘entretenían con la desesperanza’» [2].
También debe de tenerse en cuenta que en una época en que los western se plegaban a las reglas del realismo, Johnny Guitar y su inverosimilitud deliberada, sus colores chillones, sus personajes extraordinarios y una puesta en escena ideada en función del espectáculo descolocaba e indignaba a los puristas de lo verosímil. Una de las paradojas, y quizá la más atractiva de la película es que Ray supo generar la ilusión de realidad, pero montada dentro de este marco coherente pero irreal a todas luces, al mejor estilo de un Kill Bill o de Sin City, películas que a su manera también expanden y radicalizan las superficies del cine de géneros.
Sin lugar a dudas la película oficiaba como metáfora encubierta de la caza de brujas del macarthismo, aunque pensada como denuncia puede sonar hoy rebuscada y más que discreta, y de todos modos este aspecto puede pasar desapercibido sin por ello afectar el pleno disfrute de la obra. Ray no sufrió en carne propia las persecuciones del período debido fundamentalmente a su buena relación con figuras influyentes como el productor Howard Hughes, pero se sabe que Philip Yordan, el guionista acreditado, era testaferro de otros escritores “marcados”. La autoría del guión de Johnny Guitar es algo que aún se ignora, tanto Philip Yordan como Ben Maddow, uno de los blacklisted, alegaban haberlo escrito, pero lo cierto es que el mismo Ray le había hecho cambios importantes, ya que había quedado descontento con la adaptación.
Un célebre diálogo entre Sterling Hayden y Joan Crawford ha sido retomado repetidas veces en otras películas posteriores [3]. No he querido transcribirlo aquí por la sencilla razón de que ya está citado en todos los artículos sobre Johnny Guitar que he visto en la web [4]. De todos modos, y aunque el guión tiene un peso significativo en la película, es a la mano maestra de Ray para generar atmósferas a la que hay que adjudicarle el mayor de los méritos.
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Quizá la sola irrupción ominosa de una docena de hombres armados, un cadáver y una mujer sedienta de venganza a un saloon ya sea un generador de tensión por sí mismo, pero Ray se las ha ingeniado para que en esta abrupta introducción cada rostro, cada gesto amenazador, cada punzante diálogo contribuya a que el aire se enrarezca y el clima se vuelva irrespirable.
En medio de un ambiente tan hostil, una genialidad: Johnny Guitar entra en escena y comienza a pasearse entre las figuras petrificadas por el odio, hablando de trivialidades, pidiéndole un cigarro a uno, fuego a otro, tocando la guitarra para romper el hielo. Semejante osadía por parte del protagonista provoca una adhesión inmediata y mueve al espectador a la risa, pero a esa risa nerviosa y casi histérica que suelen provocar sólo algunas situaciones incómodas.
En las antípodas de personajes inescrutables y enigmáticos como los de Antonioni o Bresson, los personajes de Johnny Guitar son transparentes en sus motivaciones y sus actos. Se conocen las razones de Dancing Kid por no querer marcharse, las de Vienna por no ceder, las de Johnny por respaldarla, las de Emma por ser tan despiadada. Al concedérsele tanta información al espectador sobre el conflicto de intereses, se logra comprender hasta qué punto es poco factible una resolución que no conlleve un baño de sangre.
Al igual que Fritz Lang, Ray odiaba las turbas. Hay también masas embravecidas en La casa en la sombra (On dangerous ground, 1950) y en 55 días en Pekín (55 days in Peking, 1963. El individuo dentro de la masa pierde su racionalidad y se convierte en una bestia irreflexiva. Al igual que John Huston, Ray era un cineasta del desencanto. Si en Huston por lo general los protagonistas perseguían fervientes una entelequia para luego perderlas y caer derrotados, los también outsiders de Ray suelen aspirar a algo mucho menos ambicioso: lograr integrarse a la sociedad. Fuerzas poderosas se ciernen sobre los personajes y los abaten. Otra vez Lang.
La comparación con Kill Bill es menos arbitraria de lo que pudiera parecer. Ambas películas retoman una tradición de géneros y la renuevan inyectándole vitalidad e imaginación; ambas han sido filmadas con colores vivos y estética de musical; ambas recibieron las mismas adjetivaciones de ciertos sectores de la crítica; y, cómo no, ambas tienen duelos entre mujeres. Ni Nicholas Ray ni Tarantino han descubierto la pólvora, pero ambos la desenterraron y la utilizaron para explotar hasta el extremo los parámetros del cine de géneros.
He oído de mis padres que a comienzo de la década de los ochenta a ellos y a gran parte del público les llamaba particularmente la atención que los protagónicos femeninos de la serie de Star Wars (la princesa Leia) o de Alien (la teniente Ripley) fuesen caracteres tan fuertes y decididos. No puedo imaginarme entonces la impresión que deben haber causado treinta años antes las féminas de Johnny Guitar, Vienna (Joan Crawford) y Emma (Mercedes McCambridge), ambas líderes dominantes de los bandos enfrentados y cuyo poder persuasivo moviliza a un séquito de hombres rudos que las secundan y ceden ante sus decisiones. Ellas y ningún otro son el epicentro del conflicto, ellas encarnan el espíritu épico de antaño confrontándose en un encarnizado duelo a muerte final. Supongo que hoy es mucho más sencilla la identificación del espectador con Vienna, medio siglo de luchas feministas han dado sus frutos y una mujer que no vacila en entregarse a ciertos hombres para sacar provecho de ellos es, por fortuna, algo mucho más aceptado ahora que entonces.

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