Hay distintas versiones del dogma  neoliberal (el pensamiento económico de la troika –la Comisión Europea,  el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)-  que domina las instituciones de la Unión Europea y de la Eurozona, así  como de gobiernos de los países de los Estados miembros) de cómo salir  de la crisis actual, pero todas ellas coinciden en dos tipos de  intervenciones: una es la necesidad de reducir el déficit y la deuda  pública, a fin de “recuperar la confianza de los mercados financieros”  (la frase más utilizada en las páginas económicas de los medios de mayor  difusión que apoyan tales medidas) y con ello poder conseguir dinero  prestado de la banca y otras instituciones financieras que los Estados  necesitan para realizar sus funciones. De ahí su énfasis en recortar el  gasto público, y muy en especial el gasto público social, disminuyendo  las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. La  famosa frase de que “hay que apretarse el cinturón” o la otra frase de  que “no podemos gastarnos más de lo que tenemos” refleja esta necesidad  de seguir políticas de austeridad a fin de dejar atrás la Gran Recesión  (camino de la Gran Depresión) que estamos sufriendo.
El otro tipo de intervención en que  coinciden todos los neoliberales, es que hay que disminuir los salarios a  fin de hacer la economía más competitiva. Puesto que los países de la  Eurozona, al compartir la moneda, no pueden unilateralmente devaluarla,  la única alternativa posible para aumentar la competitividad –según este  dogma- es bajar los precios de los bienes y servicios que el país  exporta, de manera que la economía sea más competitiva. Y la manera más  rápida y eficiente de reducir los precios es –de nuevo, según este  dogma- disminuir los salarios de los trabajadores que producen tales  bienes y servicios.
Las medidas que la troika ha estado  imponiendo, y en España el Gobierno Rajoy ha estado dócilmente aplicando  al pie de la letra, tiene este objetivo: disminuir los salarios. A fin  de conserguir este objetivo, tienen que debilitar a los trabajadores y a  sus instrumentos, los sindicatos, lo cual intentan conseguir alterando  los convenios colectivos, descentralizándolos lo máximo posible,  haciendo más fácil la posibilidad de despido, manteniendo atemorizado al  trabajador, lo cual también consiguen haciéndole perder seguridad en su  empleo y en su protección social. En realidad, los recortes del gasto  público social, y consiguiente debilitamiento, cuando no  desmantelamiento del Estado del Bienestar, tiene como objetivo principal  el debilitamiento del mundo del trabajo, implicando una pérdida de  derechos sociales y laborales que los trabajadores habían conseguido en  periodos anteriores.
Esta es, pues, la agenda de los  conservadores, tanto de España como de sus comunidades autonómicas como  Catalunya. Estamos, pues, viendo el ataque más frontal frente a la clase  trabajadora que hayamos visto desde el establecimiento de la dictadura  fascista que imperó en España desde 1939 a 1978, cuyo objetivo fue  también debilitar al mundo del trabajo a costa del mundo del capital.  Ello explica que cuando al Dictadura terminó –en parte debido a la  presión del movimiento obrero- España tenía el Estado del Bienestar  menos desarrollado y los salarios más bajos de Europa (ver mi libro “El  Subdesarrollo Social de España Causas y Consecuencias”). La diferencia  entre aquel periodo y éste es que, mientras en aquel periodo el elemento  más notorio y visible era la represión policial, con tortura incluida,  ahora se hace mediante cartas y llamadas del Banco Central Europeo al  presidente del Gobierno, condicionando la compra de deuda pública del  Estado a que se debilite el mundo del trabajo, exigiendo bajada de  salarios, desmantelamiento de la protección social y otras medidas  hostiles a la población trabajadora.
Estas medidas, que el Gobierno de Rajoy  está imponiendo, son el resultado de la alianza de la banca con la gran  patronal, utilizando la crisis como excusa para conseguir lo que siempre  han deseado: el desmantelamiento del Estado del Bienestar y el  debilitamiento de la clase trabajadora. Es lo que Noam Chomsky llama “La  guerra de clases unilateral”, del capital frente al trabajo, que el  primero está ganando en bases diarias, y que entre sus victorias está el  desmantelamiento de las instituciones democráticas. Ninguna de las  medidas, que los partidos conservadores gobernantes -el PP y CiU- están  imponiendo, estaba en su programa electoral, habiendo ocultado cada una  de sus medidas impopulares durante la campaña electoral. A nivel  estatal, el Gobierno de Rajoy es el más dócil de todos los Gobiernos de  la Eurozona a Bruselas, habiendo abandonado cualquier intento de  dignidad y soberanía nacional. Esta lucha de clases que vivimos enfrenta  a la burguesía financiera y empresarial, contra las clases populares  (clase trabajadora y clase media) y tiene lugar dentro de un contexto  europeo en el que hay una alianza de clases, como demuestra el notable  apoyo que la troika está proveyendo a la burguesía española para  conseguir sus fines.
Frente a esta avalancha, las fuerzas  progresistas deben responder con toda contundencia. Está claro que en el  Gobierno del PP refleja un “autoritarismo machista” que consiste en  mostrar su virilidad cargándose a la clase trabajadora, a fin de mostrar  a la troika que tienen los bemoles para hacer lo que Bruselas desea.  Incluso alardean de que tendrán una huelga general (que naturalmente  piensan derrotar) a fin de impresionar a los que consideran sus  superiores. Es importante que las fuerzas progresistas respondan  mediante la movilización, presentando a la vez alternativas que muestren  la falsedad de que no existan alternativas (ver el libro que Juan  Torres, Alberto Garzón y yo hemos escrito, “Hay alternativas. Propuestas  para crear empleo y bienestar social en España”). Y entre estas  alternativas está, desde salirse del euro (opción que no hay que  desechar), hasta desarrollar una huelga general a nivel de toda la  Eurozona (el mismo día), con peticiones comunes que van desde el  establecimiento de un salario mínimo común (que, naturalmente, sería  proporcional y no absoluto, representando aproximadamente el 60% del  salario promedio anual) para todos los países de la Eurozona, hasta el  establecimiento (todavía inexistente hoy en la Eurozona) de un marco  legal para establecer convenios colectivos a nivel continental,  incluyendo otras medidas como que el BCE ponga como condición para  comprar deuda pública la eliminación del fraude fiscal y la aplicación  de reformas fiscales, que recuperen la progresividad anterior a las  bajadas de los impuestos que estuvieron ocurriendo en los últimos años,  en lugar de las políticas anti clase trabajadora que están promoviendo.  Hoy hace falta una movilización, no sólo nacional (que continúa siendo  muy importante), sino europea, tanto a nivel sindical como político.
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