Que casualidad... la revista Miradero sólo consiguió sacar un número en el invierno de 1931 y en él hay una entrevista a Federico García Lorca con motivo del estreno de la Zapatera prodigiosa. Gracias a María Jesús Gómez Llano, sobrina del editor , José Gallo de Renovales se ha podido recuperar un ejemplar y aquí está el contenido de la charla entre Juan Alfarache y Lorca de gran valor históricoliterario
Federico García Lorca, o la simpatía.
©A. Pardiñas.
García Lorca me tiende la mano generosamente... En este gesto de amistad llevo aprendida frecuentemente la simpatía. Por vez primera he hablado con Federico García Lorca. Y su mano, extendida hacia mí, generosamente, me ha significado tanto o más que sus palabras...
¿No os habéis fijado en la forma que tienen ciertas gentes de estrechar la mano y tender sus brazos en ademán de cordialidad más o menos sincera? Así como la grafología nos reserva insospechadas emociones al descifrar la letra picuda y redondilla, el acto de dar la mano se presta también a estudios de psicología aplicada.
Cuando un hombre me tiende la mano, ya sé lo que es. No me equivoco casi nunca. Con García Lorca acerté plenamente. Pensé de él que era un hombre todo corazón, amable, atrayente, de una simpatía cordial, de una palabra fácil, de una ternura sin límites, de un españolismo acentuado, de una infantil generosidad, muy propia de enamorados y poetas.
–¿Cuál fue su primer estreno en Madrid?
Lorca rió antes de contestar.
–El primer estreno fue un hermoso pateo. “El maleficio de la mariposa”, que puso Martínez Sierra en escena. La obra tenía un valor plástico, acrecentado por las decoraciones de Barradas; ese querido artista uruguayo recién muerto... Era un decorado cubista.
–¿La obra, en verso?
–Sí. La estrené cuando era casi un niño. La prosa nos va haciendo dueños de nosotros mismos al paso de los años.
–¿Y luego?
–El estreno de “Mariana Pineda”, por Margarita Xirgu, esta vez con éxito favorable, en Fontalba, en 1927.
–¿Y en 1931, “La zapatera prodigiosa”?
–Exacto; pero escrita cinco años antes. También “Mariana Pineda” fue terminada tres años antes de su estreno.
–Los bocetos del decorado y los dibujos de los trajes se atribuyen a usted.
–Todo; hasta el menor detalle es dirigido por mí. Entiendo que el autor no debe abandonar estas funciones de la total dirección meticulosa. Debe ser el verdadero director de escena. Y en mis próximas obras lo pienso dirigir todo personalmente, hasta en los menores detalles. El autor es “el que ve” la obra, y debe enseñar a los artistas “cómo la ha visto”.
–Y esta absorción directiva, ¿no tropieza con resistencias de los actores?
–Con Margarita todo ha ido como la seda. Tiene una intuición maravillosa, y fácilmente se asimila el criterio del autor. Su condescendencia, su adaptación llega a tanto que más de una vez me ha dicho: “En “La zapatera prodigiosa” me ha hecho cantar. Y ahora, Lorca, ¿me va usted a hacer bailar en alguna obra?” Margarita es genial, maravillosa.
–¿Y esa otra pequeña actriz, como la adjetiva Magda Donato en ABC?
–¿Quién? ¿Matildita Fernández? Es una chica monísima, lista, muy atenta al ensayo; un encanto.
–¿Y con sus seis años ha dado guerra hasta ver dominado su papel?
–Nada. La chiquilla es moldeable como cera en la mano del escultor.
–¿Por qué se estrenó “La zapatera prodigiosa” en una sesión del “Caracol”? ¿La tenía Rivas Cherif en su poder?
–Hacía bastante tiempo que yo di la obra a Margarita directamente.
–Del teatro de vanguardia, ¿qué opina usted?
–Considero que el teatro puede ser muy atrevido; pero con una norma: que sea para todo el mundo. Está bien algo de laboratorio, de teatro experimental; pero toda obra de teatro no debe buscar limitaciones, sino ser ampliamente para todos.
–¿Tiene usted mucha labor entre manos?
–Dos obras. Una en verso y otra en prosa. Una tragedia de mucha acción.
–¿En cuántos años?
–En los que cada obra necesita. Yo no aceptaré jamás encargos de obras con un número determinado de actos. Estas cosas no se pueden concretar de antemano. Los actos son los que pide la obra. El artista la desarrolla como quiere.
Y Federico García Lorca se expresa enérgicamente:
–Yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento; y lo haré como me dé la gana.
He aquí una fórmula que sintetiza el credo artístico de un autor que tiene el orgullo de sentir su propia obra con la independencia que es garantía de los mayores aciertos artísticos.
–¿Hace mucho que usted volvió de América?
–En julio seguí un curso en los Estados Unidos, en la Columbia Universitary. En Cuba di, más tarde, un curso de conferencias en la Sociedad Hispanocubana de Cultura, que es la entidad que organiza los cursos más importantes a cargo de españoles capacitados en la especialidad de sus estudios. Allí las conferencias se pagan muy bien. Propiamente, la conferencia es un espectáculo. El público está habituado a pagar cantidades crecidas por asistir a estas conferencias. Se da el caso de conferenciantes que, contratados para dar varias conferencias, no las explican todas, por antipatía; por frialdad del público o por lo que sea. Yo tuve la fortuna de dar ocho conferencias, aumentando en cinco el número de las señaladas de antemano.
–El público siempre tiene reacciones interesantes.
–El público de teatro, sobre todo. Yo lo he observado con los intentos del teatro en verso. Muchas veces, el público no entiende bien; pero la música del verso le llega hasta muy hondo, y le conmueve, y se agita, y aplaude y dice: “Esto está muy bien”. Y es que el influjo de la poesía es maravilloso en el público. No entenderá quizá el poema, pero lo siente, le llega al corazón.
–Y entre todos los públicos, el más apasionado por usted, ¿será el de Granada?
–No lo crea usted. Nadie es profeta en su tierra. Tengo un grupo de amigos, sí es cierto, que toman con el cariño de las cosas propias mis triunfos en la escena. Pero Granada, que es ciudad inteligente, es una ciudad muy fría... Lo que vale allí es el pueblo, son las afueras, el Albaicín, todo lo que hay de secular en la entraña de las gentes del pueblo. Es el pueblo ese de las calles. La ciudad es una ciudad acolchada, muerta... Ahora bien: todo carácter del pueblo vierte a raudales la simpatía...
García Lorca se pierde en la expresión retardada de las palabras. Sueña, poeta, lejos de su tierra, evoca cosas y gestos. De pronto una transición brusca. Y el chasqueo de una risa.
–El único sitio donde no ha gustado “Mariana Pineda” ha sido en Granada...
García Lorca se levanta. Una pausa.
–Y bien, Lorca. ¿Esa nueva cosa que prepara usted para Margarita Xirgu?
–No, no la preparo para ella. Es cierto que ella interpretará maravillosamente este papel, que le va muy bien. Pero cuando escribo una obra no pienso nunca en la actriz que haya de encarnar al personaje. Me desligo en absoluto de sugestiones de ambiente, de escenario y de Compañías.
Cuando la obra está terminada, se advierte a quién le “va mejor”.
–¿Trabaja cronométricamente o por intermitencias?
–A saltos. Yo creo que en el ocio surge la poesía más pura. Unos días escribo mucho, otros nada.
–¿Su vida en Madrid?
–Sencilla y sin literatura. Sería horroroso que saliera a la calle, al café, al casino, y hablara de literatura. Trabajar en casa y en la calle... ¡Ah! ¡No! Prefiero hablar de toros y de fútbol.
–¿Es usted un buen aficionado?
–A las dos cosas.
–¿A cuál primero?
–A los toros.
–¿Torero predilecto?
–Ninguno.
–¿Ni siquiera cuatro ases de la baraja?
–Ni eso. Voy a los toros y aplaudo lo bueno y a los buenos. No soy apasionado.
–¿Y en fútbol tampoco?
–Sí; pero sin que mi pasión llegue a vincularse a un equipo. Cuando presencio un partido, unos me son más simpáticos que otros. Conquistan espontáneamente la simpatía por cualquier accidente del juego. Y deseo que gane el que más rápidamente captó mis simpatías. Voy al espectáculo deportivo sin prejuicio alguno.
Riendo, salimos de la habitación Lorca y yo. Es difícil acabar la conversación con este hombre dechado de simpatía, que tiene en el acento un deje americano, entre criollo y andaluz, que es en lo externo para el trato de gentes un ornato exquisito, algo así como gracia alada de las cariátides en arquitectura... Y vuelta en la despedida a hablar del teatro poético. Se adivina la obsesión.
–Dicen que es inverosímil... ¡Bah! La aparición de los espectros en escena... ¡Como si no fuera posible que una mujer cuando vuelve a su casa se encuentre a su padre muerto!...
Y Lorca, en el corcel de la fantasía, imaginación preñada de concepciones poéticas, nos tiende la mano, esa mano generosa con la que signará la fe de vida de varias figuras de mujer de su teatro poético, que esperan la sacudida de la nieve o del fuego para ser eternas...
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