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domingo, 9 de agosto de 2020

Sofía y Juan Carlos: La doble moral vuela los armarios...


Heredó sangre azul, una precaria cuenta bancaria y un dictador le regaló  España.

39 años después se fue con el rabo entre las piernas, una fortuna y un problema llamado España. Es Juan Carlos de Borbón y tuvo que irse para que las plumas se afilaran y nos contaran que su vida no había sido tan sacrificada y abnegada como creíamos.

Siempre lo imaginamos trabajando, con horarios imposibles y viajando sin cesar por y para  España, dejándose la vida por ella. Parece que no fue así, que tuvo tiempo para todo; y para unas cosas mucho más que para otras. Pero no voy a juzgar su quehacer como rey y político... que la historia le juzgue. Ahora vamos a lo que vamos.

El 22 de noviembre de 1975, el matrimonio de Sofía y Juan Carlos llegó al trono de España como una familia bien de toda la vida en la que el padre trabajaba, la madre llevaba el hogar y los hijos, con clara primacía de los varones frente a las hembras, estudiaban. Su imagen de Happy Family ha sido un bien a imitar que nos ha tenido anestesiados y felices durante décadas.

Hasta que un día una caída, una cadera, un elefante, un safari, una mujer… destapan el tarro de las esencias y le obligan ¿a  pedir perdón? NO, eso nunca, como mucho unas disculpas: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir.” Sus torpezas hacen que empiece el espectáculo. El chismorreo  se dispara... que si Bárbara, Paloma, Marta, Corinna… Se desenpolva el pasado y sus cacerías tienen nombre y apellido. Su mala relación con Sofía es cada vez más evidente y vemos que su trato a la reina está llena de desplantes. Con un codazo por aquí, un déjame hablar o un no te beso porque no me da la real gana por allá, a pesar del esfuerzo evidente que ella siempre ha hecho.
Todo esto le puso en un precipicio con caída libre a la abdicación,  rompiendo la tradición y los mantras cortesanos. Por fin un rey que no se moriría reinando. No pasa nada, es otro siglo, y si  los cristianos tienen dos papas, los españoles podemos tener dos reyes.

Durante años el murmullo sobre sus infidelidades fue adquiriendo volumen. Los periodistas lo sabíamos. Los ciudadanos lo cotilleaban entre divertidos, perplejos o incrédulos, y la prensa, por órdenes superiores, callaba. Ahora, esa  prensa a la que se enfrentó cabreado “Lo que os gusta es matarme y ponerme un pino en la tripa” le ha destripado todo un pasado amoroso con mujer  “al agua va” incluida.También  a una reina sumisa, conocedora y consentidora de la situación por el bien y el futuro de la estirpe, el miedo al qué dirán y su mucho que perder.

Pero cada matrimonio es un mundo y tiene derecho a decidir sus reglas; es su privacidad y cada uno se lo monta como quiere.

Su Alteza Real la princesa Sofía de Grecia y Dinamarca, su verdadero título, nació en 1938, 10 meses después de Juan Carlos. Con 24 años se hace católica, renuncia a sus derechos al trono griego y se casa con su primo tercero, un desheredado de dinero y de reino, pero poseedor de una habitación con vistas: el Palacio de la Zarzuela,  en el que se instalan a los pocos meses. Con 25 es madre, a los 31 (1969) sabe que su destino se va a cumplir: será reina. Juan Carlos es designado por el dictador como sucesor a título de rey. Él se convierte en su príncipe azul y ella en la princesa del cuento. A los 37 (1975) es nombrada reina y el cuento acaba con perdices y sin felices a los pocos meses, cuando decide dar una sorpresa a su marido que se ha ido de caza sin ella. Cuando  entró en el dormitorio se lo encontró con la “escopeta” cargada a punto de disparar a una dama. Del susto todavía no se ha repuesto y además de la humillación cogió a sus hijos, un avión y se fue con su madre a la India para no volver; pero volvió ¿Por qué? Podemos especular pero sólo ella lo sabe.

Desde entonces lo que ha trascendido de él es que es un señor que vive como un rey. Que va de campechano, pero no le lleves la contraria. Que ha tenido y manejado mucho poder real y adquisitivo. Caprichoso. Con una extensa vida amorosa que yo, mal que me pese, he ayudado a financiar con mis impuestos. Que a su mujer no la quiere, pasa de ella y le ha regalado una vida de infidelidades, exenta de  discreción, respeto y lealtad. Y como padre tengo mis dudas ¿Por qué no se hace las pruebas de paternidad y asume su responsabilidad si dicen la verdad?.
Ella me transmite la imagen de una mujer sola que no parece feliz y que  se ha pasado la vida disimulando con su eterna sonrisa de abnegada.  Mujer de grandes convicciones y comportamiento férreo. Amante de la cultura, los animales, de las tradiciones y de un pasado que añora y que quiere conservar aun a costa de ella misma. Por eso se humilla constantemente  para hacernos ver que no pasa nada, que todo sigue igual. Como madre y abuela no disimula, sólo quiere y ejerce.  

Juan Carlos, con su actitud, con cada desprecio, falta de respeto, cuernos públicos…  y Sofía con cada beso al vacío, cada sonrisa forzada, cada humillación, silencio y… han afianzado el machismo más rancio.

Una actitud que para muchas es muy criticable, el de una generación de mujeres que hemos reconocido nuestra voz y hemos luchado mucho por conseguir los derechos que disfrutamos. La integración en las universidades, el conocimiento y el mundo laboral nos ha dotado de una habitación propia para poder escribir, decir, pensar, actuar  y amar como decidamos. Cada mujer tiene su propia identidad y no tiene dueño, sí amigo, compañero, amor.

Piénsenlo, sus imágenes son un mensaje a nuestras vidas y comportamiento. Lo que hemos aprendido con ustedes es  que el hombre hace lo que quiere y la mujer llora, se resigna y calla. Con todo lo que ha pasado y lo que queda por pasar, ha parecido, parece y parecerá que no pasa nada. Ustedes lo llaman savoir faire, yo lo llamo sangre fría.

Últimamente las cosas en casa real se han puesto muy feas. Parece que Juan Carlos se ha convertido en una ONG y ha donado 65 millones de euros, que previamente y junto a otras sumas no había declarado a la hacienda pública. De esto él es el único responsable, es a él a quién  se le achacan las tropelías, el que se ha puesto toda su vida el mundo por montera y la corona en sus reales,  pero las culpables son ellas, unas por santas, otras por putas. 

A pesar de que él no está para ningún trote, se ha ido quién sabe dónde y con quién, pero seguro  que no debía…

Ella aguantando el chaparrón y mandándonos un mensaje muy claro al mostrarnos su anillo de casada… A los que queréis que me vaya os digo:  no me voy, me quedo, me voy a quedar…

Sofía, lo tiene claro. No quiere dejar ningún  cabo suelto. Sabe que su vida se estudiará y está dispuesta a pasar a la historia en los “libros de texto y en negrita” como el amor de su vida, como la gran historia de amor, como su esposa y mujer. La verdad no importa porque esa es su verdad.

Pero no podemos olvidar que hablamos de una mujer de 81 años, nacida, criada y  vivido entre algodones. Con el mandato divino de casarse hasta que la muerte les separe, de ser reina, de perpetuar la corona y de fingir eternamente ante las adversidades para no caer en los errores familiares del pasado llamados exilios. Además las mujeres somos producto de una educación machista y desde que nacemos nos enseñan un mundo donde ambicionar lo que nada vale, nos mecen con cuentos de hadas y princesas en las que el hombre es nuestro salvador, que nos proporciona estabilidad y amor, y más si tiene dinero y poder.

Reproducimos lo aprendido durante siglos, cada una a su manera.  En el camino de la vida perdemos nuestra identidad y nuestro yo. Por amor, conveniencia o intereses, renunciamos a nuestras vidas para potenciar las de ellos y ayudarles a conseguir sus sueños.

¿Te has preguntado alguna vez cuándo y por qué perdiste tu yo para potenciar el de él.? ¿Cuándo perdiste tu identidad? Había sitio para los dos. Él no te lo dio, pero tú no luchaste por él, no lo exigiste, simplemente aceptaste. Aceptaste el rol de la abnegación que ató tu independencia a los vaivenes de tu emotividad.

Las cosas no han cambiado con la nueva generación. Letizia va por el mismo camino y esta actitud no corresponde  ni justifica a una mujer del s. XXI que llegó llena de vida, preparación, belleza, frescura, cultura y con una profesión y un estatus prometedores. Una mujer con personalidad. Pero cometió un error (según sus trasnochadas regias normas) el primer día. Sólo dijo “Déjame terminar” y como castigo le mandaron callar y le volvieron muda. De ahí a lo de siempre: te casas, te mandan callar, te callas, pierdes tu identidad y terminas  obsesionada con la eterna juventud, la belleza, los retoques, la moda y la reverencia-genuflexion, que le salen bordadas. Desde aquí hago un llamamiento a quien corresponda ¿Podrían anular esta parte del protocolo que no se conforma con que hinquemos la rodilla sino que lo acompaña a la vez con una bajada de cabeza? Después de siglos haciéndolo, en el 2020, y con la que está cayendo,  como que no.  Es una costumbre antigua, señorial y  humillante.

Sofía y Letizia, las dos se pasan la vida disimulando, borrando  el pasado y fabricándose uno nuevo a su imagen y semejanza. Cuando lo recuerdan cuentan lo que les gustaría que hubiera sido, lo que quieren que sea, porque están hablando para la posteridad, para el futuro, con los recuerdos, con lo que quedará en la historia, esa escrita en negrita.

P.D.: Un día me crucé con la madre de una amiga a la que no veía desde hacía tiempo y me resumió su vida en un momento: Su marido era infiel y borracho. ¿Por qué no te separas? Porque el dinero que tenemos lo hicimos juntos trabajando de emigrantes. Después de todo lo que he pasado, ahora tengo un estatus y un bienestar  que no voy a perder divorciándome y yéndome a un pisito con un sueldecito. Por eso hacemos vidas separadas, cuando viene malito hay una persona que le atiende, de vez en cuando nos cruzamos, nos saludamos y cada uno hace su vida. He conseguido ser feliz así y así vamos a seguir lo que nos queda de vida.
Sabéis lo que os digo… Yo, en su caso, habría hecho lo mismo
Marisa Márquez
 
Con lo agusto que vivía
te cruzaste en mi camino
pa amargame a mi la vida.
Bulería, Juanito Villar. AMANECIÓ

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