VISTA
LA que está cayendo, llego a una dolorosa conclusión: el Rey se habrá
roto la cadera, pero a muchos españoles se les ha roto el corazón. Las
numerosas defensas (ciegas) que estos días se hacen del Monarca en
distintos medios no logran aliviar el profundo sentimiento de decepción
que ha anidado entre la ciudadanía, siempre benevolente con las
correrías de Don Juan Carlos. Esto es distinto (más grave quizás, por el
inoportuno momento en que se ha producido) y marcará seguramente un
punto de inflexión en la historia de la Monarquía. La rotura de bisagras
ha abierto la caja de los truenos y la opinión pública exige
ejemplaridad y trasparencia, aunque de algunos comportamientos puede
deducirse que Monarquía y transparencia son conceptos dificilmente
compatibles. Así las cosas, la indignación no ha tardado en aparecer. La
gente está defraudada y en la atmósfera se palpa un sentimiento a mitad
de camino entre la rabia y la orfandad. ¿Qué ha sido de aquel Rey por
el que todo el mundo daba la cara? ¿Qué le sucede? ¿Por qué se evade de
la realidad?
Hay que respetar la vida privada, argumentan algunos dando por cerrado el debate. Qué facil lo ponen. No es la primera vez que los periodistas sonrojamos a Don Juan Carlos sacando a colación sus amistades preligrosas. Nuestro Rey frecuenta a empresarios que le invitan a cacerías en los Montes de Toledo, Rumanía o Botsuana. Pero no hay nada más comprometido que un empresario rumboso, y él lo sabe. La gestión que el Rey hace de su propio ocio no nos afecta, siempre que no sucumba a las amistades peligrosas, que en su caso son de naturaleza diversa, desde jeques árabes a empresarios españoles, seudoprincesas alemanas, etcétera. Las alarmas saltan cuando la amistad se hace fuerte en la vida privada y los peligros empiezan a manifestarse.
El debate público ha encallado precisamente ahí, en el ámbito privado. Todos sabemos que los perfiles de la privacidad son difusos. ¿Es vida privada tener una amistad que se mete en líos judiciales y pide una manita a cambio de su generosidad? ¿Es vida privada endosarle una amistad peligrosa al anterior ministro de Exteriores para que la lleve de viaje a los países árabes? ¿Es vida privada colocar a esa misma amistad entre la delegación de empresarios españoles en Riad? ¿Y en el comité de recepción del monarca saudí cuando vino a Madrid? ¿Es vida privada consentir que la amistad peligrosa divulgue que negocia en nombre del Rey? ¿Es vida privada rodearse de comisionistas? Pues eso.
Hay que respetar la vida privada, argumentan algunos dando por cerrado el debate. Qué facil lo ponen. No es la primera vez que los periodistas sonrojamos a Don Juan Carlos sacando a colación sus amistades preligrosas. Nuestro Rey frecuenta a empresarios que le invitan a cacerías en los Montes de Toledo, Rumanía o Botsuana. Pero no hay nada más comprometido que un empresario rumboso, y él lo sabe. La gestión que el Rey hace de su propio ocio no nos afecta, siempre que no sucumba a las amistades peligrosas, que en su caso son de naturaleza diversa, desde jeques árabes a empresarios españoles, seudoprincesas alemanas, etcétera. Las alarmas saltan cuando la amistad se hace fuerte en la vida privada y los peligros empiezan a manifestarse.
El debate público ha encallado precisamente ahí, en el ámbito privado. Todos sabemos que los perfiles de la privacidad son difusos. ¿Es vida privada tener una amistad que se mete en líos judiciales y pide una manita a cambio de su generosidad? ¿Es vida privada endosarle una amistad peligrosa al anterior ministro de Exteriores para que la lleve de viaje a los países árabes? ¿Es vida privada colocar a esa misma amistad entre la delegación de empresarios españoles en Riad? ¿Y en el comité de recepción del monarca saudí cuando vino a Madrid? ¿Es vida privada consentir que la amistad peligrosa divulgue que negocia en nombre del Rey? ¿Es vida privada rodearse de comisionistas? Pues eso.
Carmen Rigalt
el mundo 18 abril 2012
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