http://www.levante-emv.com/opinion/2012/05/27/viva-justicia/908297.html
Juan José Millás
La Fiscalía ha archivado el caso Dívar al no apreciar en su actitud
«afán de lucro». ¿Significa eso que si un servidor atraca un banco
porque sí tampoco irá a la cárcel? ¿Que si un funcionario mete la mano
en la caja sin otra intención que la de pasar el rato será ascendido? No
sabemos qué rayos significa lo del afán de lucro, y no porque no
hayamos estudiado el asunto a fondo, sino porque el fondo del asunto era
puro cieno, fango, limo, légamo. Metías la mano y la sacabas llena de
bichos raros, de los que habitan en las profundidades inaccesibles de la
conciencia y en los abismos de algunas resoluciones judiciales. Metías
la mano y salía sin dedos. Resulta que Dívar, aficionado a la semana
caribeña, se hospedaba en los mejores hoteles de Marbella sin afán de
lucro, viajaba en la clase Club del AVE sin afán de lucro y reservaba
mesa para dos en los restaurantes más caros de Marbella sin afán de
lucro. Vivía el hombre a cuerpo de rey, siempre a nuestra costa, sin
afán de lucro, de ahí que la Fiscalía, en su afán por descubrir la
verdad, haya cerrado el caso Dívar.
Lo del afán de lucro nos trae a la memoria un momento estelar de Ratzinger: cuando dijo aquello de que el sexo, dentro del matrimonio, estaba tolerado por la Iglesia a condición de que se practicara sin concupiscencia, es decir, sin apetito. El sexo sin apetito nos ha parecido desde siempre la mayor expresión de escepticismo que el ser humano es capaz de llevar a cabo. Viene a ser como comer sin hambre o amar a alguien sin quererlo. Cuando uno no cree en nada, absolutamente en nada, puede caer sin duda en tales actitudes aparentemente contradictorias.
-Querida, ¿hacemos el amor?
-Sólo a condición de que no lo desees.
-No lo deseo.
-Pues vamos allá.
Dívar se despertaba en habitaciones o suites de hoteles en las que usted y yo sólo dormiremos en sueños, se tomaba unas ostras que parecían mantequilla de mar, revolvía en su cazuela de barro, con el tenedor de madera, unas angulas de a mil euros el cuarto. Pero lo hacía todo sin concupiscencia. Y eso es lo que le ha salvado de la quema, mire usted. ¡Viva la justicia!
Lo del afán de lucro nos trae a la memoria un momento estelar de Ratzinger: cuando dijo aquello de que el sexo, dentro del matrimonio, estaba tolerado por la Iglesia a condición de que se practicara sin concupiscencia, es decir, sin apetito. El sexo sin apetito nos ha parecido desde siempre la mayor expresión de escepticismo que el ser humano es capaz de llevar a cabo. Viene a ser como comer sin hambre o amar a alguien sin quererlo. Cuando uno no cree en nada, absolutamente en nada, puede caer sin duda en tales actitudes aparentemente contradictorias.
-Querida, ¿hacemos el amor?
-Sólo a condición de que no lo desees.
-No lo deseo.
-Pues vamos allá.
Dívar se despertaba en habitaciones o suites de hoteles en las que usted y yo sólo dormiremos en sueños, se tomaba unas ostras que parecían mantequilla de mar, revolvía en su cazuela de barro, con el tenedor de madera, unas angulas de a mil euros el cuarto. Pero lo hacía todo sin concupiscencia. Y eso es lo que le ha salvado de la quema, mire usted. ¡Viva la justicia!
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