Elvira Lindo nos invita a leer este artículo de
Antonio Muñoz Molina sobre Rafael Chirbes y aquí va.
Es del
9 OCTubre de 1996
En folio y medio
Es cuando menos misterioso el modo en que se adquiere en España el
estatuto de crítico literario. No es que para ser novelista (o porque lo
llaman a uno novelista en los periódicos y en los programas de
variedades de la televisión) haga falta mucho esfuerzo o talento, pero
siquiera es preciso inventar unos cuantos nombres y un cierto número de
peripecias, así como tomarse el trabajo de escribir unos noventa o cien
folios. Para ser crítico basta folio y medio. Uno publica folio y medio
hoy, otro folio y medio la semana que viene, aprende a graduar y a
repetir la coba y el desprecio, y en menos de un mes las editoriales ya
le mandan todas sus novedades y lo invitan a fastuosos almuerzos y cenas
de presentación de libros en las que la cuenta. de licores es libre y
ni siquiera es necesario prestar la menor atención al medroso autor
gracias a cuyo trabajo están comiendo y bebiendo todos gratis.No es
imprescindible saber nada de la historia de la literatura, ni española
ni universal, y desde luego no conviene mostrar entusiasmos que no
rindan un beneficio inmediato, ni pararse en ridículos términos medios.
Aquí una novela o es la mejor de los últimos diez años o es una
tontería. Al crítico lo que más le entusiasma es pensar que su folio y
medio puede canonizar o cargarse un libro. Este verbo, cargarse, con sus
sugerencias de hampa y defunción, es un verbo que se usa mucho en las
incesantes y gratuitas comidas literarias. Una tarde, hace años, recién
publicado un libro mío, me encontré en un aeropuerto con un crítico al
que se le notaba enseguida, por el rojo encendido de la cara y por el
aliento, que acababa de pasar unas horas de intensa actividad
intelectual. Señalándome con un dedo entre episcopal y jupiterino me
informó de lo siguiente:
-Mañana me cargo tu libro en mi periódico.
Vaya si se lo cargaba, con una saña, una vehemencia y una extensión
del todo desproporcionadas a . la modestia del libro y a la nula
relevancia que él mismo le concedía. El sábado pasado, en el suplemento
literario de este periódico, un presunto crítico llamado Ignacio
Echevarría dedicaba su folio y medio a cargarse, entre despectiva y
paternalmente, la novela que acaba de publicar Rafael Chirbes, que se
titula La larga marcha, y constituye, aparte de un libro
extraordinario, escrito con dosis idénticas- de entusiasmo y solvencia
técnica, de elegía y de rabia, la culminación del progreso de un
novelista, ese libro en el que se resumen y estallan en plenitud todos
los libros anteriores, todas las historias y los personajes que uno ha
ido inventando a lo largo de su vida, todas las voces que ha escuchado,
dentro y fuera de sí mismo. Ahora, cuando tanta moneda falsa pasa por
literatura y a tanto rufián con ganas de trepar se le expide a toda
velocidad el certificado del genio, las novelas de Rafael Chirbes son un
ejemplo de dignidad solitaria, e aprendizaje y talento, de absoluto
empeño de escritor al margen de cualquier reclamo de alta o baja moda,
que de las dos hay. Lo que su lector asiduo encuentra en La larga marcha es la suma de lo que ya estaba en Mimoun, en la nunca considerada ni entendida En la lucha final, y sobre todo en esas dos novelas breves, entremecedoras y perfectas que son La buena letra y Los disparos del cazador:
el arte para contar las vidas y los sentimientos de los trabajadores,
la proyección de los destinos de los personajes en el tiempo de la
historia contemporánea de España, los efectos. del paso de los años, la
desilusión y la pérdida de lo mejor que hubo en cada uno, el modo en que
el mundo de los hijos sucede y borra al de los padres. También una
percepción singular de las formas más escondidas de la ternura, entre
mujeres y hombres y entre hombres y hombres, una ternura más difícil de
precisar y contar porque quienes la sienten carecen del lujo, de las
palabras más selectas y no siempre saben explicarse a sí mismos.
Cada vez que yo abro una novela de Rafael Chirbes no puedo dejarla
hasta el final. Cuando son breves, la última página se me convierte en
el anticipo del regreso a 1,a primera, . y con suerte consigo apagar la
luz a las dos de la madrugada. Cuando tienen tantas páginas como- La larga marcha,
ya sé que estoy condenado al insomnio, porque la novela se, apodera de
mí, me envuelve, me sumerjo en ella, en su caudal del tiempo, y quiero
saber un poco más, y me concedo otro capítulo, y cuando quiero acordarme
son las cuatro de la mañana y estoy leyendo el final de la novela, que
en La larga marcha es tan poderoso como el principio: el
arranque de otro tiempo, de otra novela no escrita, porque aquí se ve
aquello que decía Galdós, que dondequiera que vaya el hombre lleva
consigo su novela, y que contarla no es sólo un empeño técnico, sino una
decisión moral, la de ponerse en el lugar de los otros, de cualquiera
de ellos, un peón de albañil o un médico represaliado, un cerillero
fascista con las piernas cortadas o la hija rubia y roja de una familia
bien de la calle Serrano.
Nada de esto ha rozado al crítico Echevarría, que pertenece a esa
escuela del desdén para la cual la literatura española es Juan Benet y
el campo magnético de Juan Benet, y la universal Thomas Bernhardt y tal
vez Céline. Con calculada mala fe, con extraordinaria bajeza
intelectual, Echevarría compara la novela de Chirbes con las de José
María Gironella, le aconseja afectuosamente, paternalmente, que no tenga
tantas ambiciones, que se dedique a tareas más humildes, a sus labores,
casi, incluso le reprocha aquello que para los adeptos al señoritismo
intelectual resulta imperdonable: Rafael Chirbes es un vetusto, ha
escrito no una novela sobre la posguerra, sino (obsérvese la sutileza)
una novela de posguerra, padece, (sic) "un primitivo envaramiento". Que
en sólo folio y medio lo comparen a uno con Gironella, con Cela y con un
muralista mexicano es sin duda una experiencia de la que Rafael Chirbes
podrá, aprovecharse, gracias a la bondad pedagógica del crítico
Echevarría. Cuando todas y cada una de las gacetillas de folio y medio
de este celebrado experto sean menos que cagadas de moscas en papel
viejo de periódico, las novelas de Rafael Chirbes, las que ya ha escrito
y las que aún faltan por escribir, seguirán alimentando la imaginación y
la inteligencia de esos lectores que no dejan de buscar el fulgor de la
vida y la pasión moral en la literatura.
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