Vicenç Navarro López (Gironella, 1 de noviembre de 1937) es un médico, sociólogo y politólogo español. Es experto en economía política y políticas públicas, ha sido catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona, actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Pompeu Fabra, profesor en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lérida en el ámbito de Economía y Empresa.
Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 6 de junio de 2017.
Este artículo critica el
consenso generalizado de interpretar la realidad estadounidense a través
de la figura de Trump, sin comprender que lo más importante no es tanto
Trump, sino el hecho de que fuera elegido por casi la mitad de los
votantes que votaron en las elecciones presidenciales de 2016. El
artículo señala la importancia de entender este hecho, pues sin ello es
imposible entender por qué Trump ganó las elecciones, existiendo la
posibilidad de que haya Trumps durante muchos años a no ser que se
cambien las políticas que facilitaron el surgimiento de un enorme enfado
y rechazo hacia el establishment político-mediático estadounidense. El
artículo también es una crítica de otro hecho generalizado en España,
que es el definir lo que ocurre en Estados Unidos como un caso de
populismo.
En la cobertura mediática del tsunami
político que ocurre en EEUU se hace excesivo hincapié sobre la figura de
Trump y su idiosincrasia y comportamiento atípico como presidente del
país, sin analizar el contexto político que determinó tal elección, lo
que hace que no se esté entendiendo por qué ocurrió tal tsunami.
Atribuir este hecho –su elección como presidente- predominante a su
figura es un error de primera magnitud, pues hay algo mucho más
importante que Trump para comprender lo que está pasando en EEUU, y es
entender por qué más de sesenta millones de personas votaron por él
(casi el 50% de las personas que fueron a votar lo hicieron por él). Y
lo que es incluso más importante es entender por qué la gran mayoría de
la clase trabajadora blanca, que constituye la mayoría de la clase
trabajadora estadounidense, lo votó. En realidad, la clase trabajadora
blanca fue el centro de su base electoral. Este es el punto más
importante que hay que entender. Sin comprender este hecho, habrá muchos
Trumps como presidentes en las próximas décadas en EEUU.
¿Por qué la clase trabajadora votó a Trump?
En primer lugar, tenemos que hacer una
aclaración, que es obvia, pero que parece desconocida, ignorada u
ocultada en los grandes medios de información. En EEUU (como en todos
los países de Europa) hay una clase trabajadora distinta a la clase
media. En realidad, hay más estadounidenses que se definen como
pertenecientes a la clase trabajadora que a la clase media. Los datos
están ahí para aquellos que quieran verlos. Y lo mismo, por cierto,
ocurre en la mayoría de países de la Unión Europea, incluyendo España.
Esta clase trabajadora en EEUU ha ido
perdiendo capacidad adquisitiva en los últimos treinta años, desde los
años ochenta, con la elección del presidente Reagan, que inició las
políticas neoliberales que constituían un ataque frontal a la clase
trabajadora. Las rentas del trabajo como porcentaje de las rentas
totales del país han ido descendiendo, pasando de un 70% de todas las
rentas a finales de los años setenta, a un 63% en el año 2012. El enorme
endeudamiento de las familias estadounidenses (y el gran crecimiento
del sistema crediticio financiero) se basa en este hecho. Este descenso
de las rentas del trabajo creó un problema, al disminuir la demanda y el
crecimiento económico (puesto que la mayor parte de la demanda procede
del consumo originado por las rentas del trabajo). Por otra parte, el
crecimiento del sector financiero (que, como acabo de decir, fue también
consecuencia del descenso de las rentas del trabajo) y la escasa
rentabilidad de las inversiones en el sector productivo de la economía
(donde se producen los bienes y servicios) explican que crecieran las
inversiones especulativas, creando las burbujas cuya explosión (sobre
todo la inmobiliaria) creó la Gran Recesión, consecuencia del
comportamiento especulativo del capital, facilitado por las políticas
desreguladoras del capital financiero.
La desregulación del comercio y de la movilidad de capitales inversores que perjudicó a la clase trabajadora
Las políticas neoliberales, en su
objetivo de incrementar la rentabilidad del capital, facilitaron la
movilidad de las industrias manufactureras a países con salarios más
bajos y con peores condiciones laborales. Ello causó una gran
destrucción de puestos de trabajo bien pagados en el sector
manufacturero de EEUU, ocupados en su mayoría por la clase trabajadora
blanca. En realidad, bastaba que los dueños y gestores de las industrias
manufactureras amenazaran a sus trabajadores con el traslado a otro
país, para conseguir rebajas salariales y la aceptación de peores
condiciones de trabajo. Es lógico, pues, que la clase trabajadora,
afectada por tal movilidad de industrias a otros países con salarios
mucho más bajos, odiara los tratados de libre comercio y a los gobiernos
que los promovían. En realidad, los efectos de tal movilidad aparecen
claramente en los barrios donde viven los trabajadores metalúrgicos en
la ciudad de Baltimore (tales como Dundalk), uno de los centros
industriales más importantes de EEUU. El traslado de los altos hornos
del acero (Bethlehem Steel Corporation) a otro país creó un enorme
deterioro en tales barrios. Estas políticas neoliberales han sido
llevadas a cabo por todos los gobiernos federales, desde Reagan hasta
Obama, siendo, por cierto, más acentuadas y promovidas por los
presidentes demócratas Clinton y Obama, que por los republicanos.
Otra causa del enfado de la clase trabajadora: Las limitaciones de los programas sociales federales
El Estado del Bienestar en EEUU está muy
poco desarrollado. Como resultado del enorme poder que los propietarios
y gestores de las grandes corporaciones financieras, industriales y
servicios tienen sobre el Estado federal (lo que en aquel país se llama
la Corporate Class), los derechos sociales y laborales están muy poco
desarrollados. No hay, por ejemplo, el derecho de acceso a los servicios
sanitarios. En realidad, en EEUU hay más muertes debidas a falta de
atención médica que a la enfermedad del SIDA. Un indicador de la crudeza
e insuficiencia del sistema sanitario estadounidense es que el 44% de
las personas que se están muriendo (es decir, que tienen enfermedades
terminales) indican que están preocupadas por cómo ellas o sus
familiares podrán pagar sus facturas médicas. No hay plena consciencia
en Europa de que EEUU es el capitalismo sin guantes.
No existe en EEUU la universalidad de
derechos, es decir, que una persona, por ser ciudadana o residente,
tenga un derecho en concreto. La provisión de servicios sanitarios, por
ejemplo, depende de la renta de una persona, siendo los programas
sanitarios del gobierno federal (como Medicaid) de tipo asistencial, es
decir, de ayuda a los pobres, que, erróneamente, se cree que son los
negros (en realidad, la gran mayoría de pobres en EEUU son blancos,
aunque los negros son los más pobres entre los pobres). Pero en el
imaginario popular, entre la clase trabajadora blanca, se considera que
son los negros los que se benefician más de estos programas federales,
cuyos gastos se cubren primordialmente con los impuestos que pagan las
clases populares. De esta percepción (errónea) se crea el antagonismo de
la clase trabajadora blanca (que no se beneficia de estas políticas
federales asistenciales) hacia el gobierno federal, por pagar, con sus
impuestos, la asistencia sanitaria a los pobres (que consideran que son
los negros). De ahí la elevada impopularidad entre la clase trabajadora
blanca de los programas antipobreza federales (que Trump quiere
disminuir radicalmente).
¿Qué ha estado haciendo el partido
supuestamente de izquierdas, el Partido Demócrata?: Las limitaciones de
las políticas de identidad antidiscriminatorias
Uno de los atractivos del modelo
americano ha sido la posibilidad de ascender en la escala social. La
movilidad vertical era la base del sueño americano (The American Dream).
Esta percepción daba pie a relativizar la clase social en la que un
ciudadano nacía, puesto que se asumía que podría ascender a las otras
clases sociales, incluyendo la que se llamaba la clase alta.
Se reconocía, sin embargo, que tal
movilidad social estaba perjudicada por la discriminación que las
minorías (como las afroamericanas) y las mujeres sufrían. De ahí que, a
partir de la legislación de derechos civiles, iniciada por el presidente
Johnson (en respuesta al movimiento liderado por Martin Luther King en
defensa de los derechos civiles), el gobierno federal estableciera las
políticas antidiscriminatorias, como el punto central de sus políticas
sociales, que tenían como objetivo facilitar la integración de los
sectores discriminados dentro de la movilidad vertical, favoreciendo a
minorías y mujeres, aumentando con ello su número en las estructuras de
poder político y mediático. La elección de un afroamericano, Barak
Obama, como presidente, culminó este proceso entre los negros, y el
intento de la candidata Clinton hubiera tenido el mismo significado para
las mujeres.
Ahora bien, la mayor discriminación que
existe en EEUU es la discriminación por clase social. La mortalidad
diferencial por clase social es mucho mayor, por ejemplo, que la
mortalidad diferencial por raza o género. Es más, la mortalidad
diferencial por raza tiene poco que ver con la raza, sino con racismo.
La discriminación racial pone a la mayoría de negros en la clase
trabajadora no cualificada y peor pagada. Tal discriminación de clase
relativiza el sueño americano, pues la movilidad social, que permite el
paso de la clase trabajadora a las clases más pudientes, ha sido siempre
–en contra del mito del sueño americano- muy limitada y menor, por
cierto, que en países como los escandinavos, donde los instrumentos de
la clase trabajadora (como los partidos de izquierdas y los sindicatos)
han sido más poderosos.
La falta de sensibilidad hacia la
discriminación de clase explica que la clase trabajadora blanca tenga
poca simpatía por los programas antidiscriminatorios, los cuales no la
benefician directamente. En realidad, el aumento de negros y mujeres en
las estructuras de poder ha tenido muy escaso impacto en la mayoría de
negros y mujeres que pertenecen a la clase trabajadora. El estándar de
vida de la clase trabajadora negra no aumentó durante el gobierno Obama.
Y lo mismo hubiera ocurrido con las mujeres si hubiera ganado las
elecciones la Sra. Clinton. Su insensibilidad hacia la discriminación de
clase y la necesidad de incorporar la variable de clase en sus
políticas (llegando incluso a insultar a la gente trabajadora seguidora
de Trump) explica que la mayoría de mujeres de clase trabajadora no
votaran por ella, sino a Trump.
Las únicas voces dirigidas a la clase trabajadora: Sanders y Trump
Las únicas voces que hablaron a y de la
clase trabajadora fueron el candidato demócrata Bernie Sanders y el
candidato republicano Donald Trump. El primero, un senador socialista
conocido por su integridad y continua defensa del mundo del trabajo,
criticó las políticas neoliberales que habían afectado muy negativamente
el nivel de vida de la clase trabajadora, denunciando los tratados de
libre comercio que habían promovido los gobiernos demócratas de Clinton y
de Obama, siendo una de sus máximos defensores la Sra. Hillary Clinton,
primero como esposa del presidente Clinton, y más tarde como Secretaria
de Estado (cargo semejante al de Ministro de Asuntos Exteriores).
Criticó también las reformas laborales realizadas por los sucesivos
gobiernos, las cuales descentralizaron los ya muy descentralizados
convenios colectivos, debilitando a los sindicatos. Su grito de batalla
electoral era que EEUU necesitaba una revolución política, rompiendo con
el maridaje del poder económico y financiero con el poder político,
maridaje que es favorecido por la financiación privada del proceso
electoral, mediante la cual los lobbies financieros y económicos
financian a los candidatos sin ningún freno en la cantidad de dinero que
estos candidatos puedan recibir, para, entre otras cosas, comprar
espacio televisivo, que está completamente desregulado, disponible para
el mayor comprador. Sanders propuso la financiación pública del proceso
electoral, reduciendo o incluso eliminando la financiación privada
derivada de los lobbies financieros, económicos y profesionales. Ganó en
22 de los 50 Estados durante las primarias del Partido Demócrata,
siendo el más popular entre la gente joven y la trabajadora. Las
encuestas mostraban que hubiera ganado las elecciones a Trump.
Pero el aparato del Partido Demócrata,
claramente controlado por los Clinton y los Obama, se movilizó para
destruirlo, siendo el adversario principal del partido. La victoria de
Hillary Clinton sobre Sanders aumentó la abstención de un porcentaje muy
elevado de los jóvenes, y causó un flujo de votantes antiestablishment
hacia Trump. Las clases populares querían primordialmente mostrar su
gran rechazo al establishment político-mediático centrado en Washington,
la sede del gobierno federal.
La derrota de Sanders promovida por el Partido Demócrata facilitó la victoria de Trump
La derrota de Bernie Sanders facilitó la
victoria de Trump. Pero la mayor causa de su éxito fue la movilización
del movimiento libertario, dirigido por el Tea Party, que había ido
infiltrando y controlando las bases del Partido Republicano, en su lucha
contra el establishment político de Washington, incluyendo el
establishment republicano. Este movimiento, claramente financiado por
intereses financieros de carácter especulativo (como los hermanos Koch),
tenía como su objetivo central eliminar la presencia del Estado federal
en la escasamente regulada actividad financiera, como por ejemplo en
los sectores inmobiliarios, los sectores de casinos y juego, y la
actividad especulativa de la banca. Estos sectores se aliaron con la
clase trabajadora blanca que, por las razones indicadas anteriormente,
se oponía al Estado federal. Fue esta alianza la que constituyó la base
del movimiento libertario, un movimiento de ultraderecha que sembró el
campo para el éxito de la candidatura de Trump. Este diseñó su campaña
con un programa para anular los tratados de libre comercio y favorecer
las rentas del capital, bajando espectacularmente los impuestos de
sociedades de un 35% a un 15% y eliminando los programas antipobreza y
los programas antidiscriminatorios con una narrativa racista y machista.
El suyo es un programa libertario como máxima expresión del
neoliberalismo, intentando eliminar la influencia del sector público y
de las intervenciones públicas mediante la privatización de los
programas públicos.
¿Es Trump un fascista?
Trump tiene características de la
ideología fascista, tales como un nacionalismo extremo basado en un
sentido de superioridad de raza y de género (un machismo muy acentuado),
con un canto a la fuerza y a la intervención militar, con una
concepción no solo autoritaria, sino también totalitaria del poder,
deseoso de controlar los mayores medios de información y reproducción de
valores (desde la prensa y la televisión, hasta al mundo
universitario), profundamente antidemocrático, presentándose como el
salvador de las víctimas del sistema político corrupto.
Ahora bien, también hay que subrayar las
características que le diferencian del fascismo. Una es que Trump no
creó un movimiento y partido, sino que fue al revés: el movimiento
popular antiestablishment creó a Trump. La segunda característica que le
aleja del fascismo es que está en contra del Estado (a la vez que lo
instrumentaliza para optimizar sus intereses particulares y los
intereses del mundo del capital), siendo su postura un libertarismo
neoliberal extremo. En realidad, es la expresión máxima del
neoliberalismo. Definir a tal movimiento como populista es no entender
los EEUU. En realidad, han existido partidos semejantes al Tea Party que
tuvieron características parecidas al actual. Nada menos que Henry
Wallace, el vicepresidente progresista del presidente Roosevelt, alertó
de la posibilidad que surgiera un fascismo americano, con
características propias, que en defensa del ciudadano común se
convertiría en el máximo exponente de los intereses del mundo del
capital, el cual es siempre proclive a movimientos autoritarios y
totalitarios, intentando establecer un orden altamente represivo que
impida el surgimiento de movimientos que amenacen las estructuras de
poder. Trump es un ejemplo de ello.
El término populismo, utilizado por el
establishment político mediático para definir cualquier movimiento
contestatario, tiene escasísima capacidad analítica para entender lo que
está pasando en EEUU (y en Europa). En EEUU es un movimiento libertario
extremo con características totalitarias semejantes (pero no idénticas)
al fascismo que votó unánimemente contra el establishment
político-mediático -el Partido Demócrata-, representado por Hillary
Clinton apoyando en su lugar a Trump que, astutamente utilizó una
narrativa antiestablishment, presentándose como la alternativa a tal
rechazado establishment. Definir este fenómeno como populismo tiene poco
valor explicativo. Es lógico que el establishment político-mediático lo
defina como tal, pues es la manera de caricaturizarle, dificultando su
comprensión, pero no tiene ningún valor ni científico ni explicativo,
pues dificulta la comprensión del fenómeno que se analiza.
¿Qué pasará en EEUU?
En realidad, la evidencia apunta a que
el establishment político-mediático estadounidense tampoco entiende lo
que está pasando en aquel país. Su obsesión con la figura de Donald
Trump, sin analizar y actuar sobre las causas de que casi la mitad del
electorado le votase, es un indicador de ello. Y la respuesta del
Partido Demócrata a este hecho es dramáticamente insuficiente: sus
propuestas son continuadoras de las que propusieron las últimas
administraciones de tal partido (Clinton y Obama), sin que haya
incurrido en la más mínima autocrítica. Asumen que la falta de
popularidad del presidente Trump forzará un cambio, incluyendo su
posible impeachment, ignorando que lo que determina la victoria de un
candidato no es su popularidad en el país, sino el nivel de apoyo que
consigue entre el electorado que lo vota en relación con otras
alternativas. Y lo que está predeciblemente ocurriendo es que mientras
la popularidad general del presidente Trump está descendiendo (nunca fue
muy popular), la que tiene entre sus votantes es extraordinariamente
alta. Vemos que, en contraste con lo que ocurre en el Partido Demócrata,
la lealtad del votante a Trump es elevadísima. Es visto, por parte de
las bases electorales, como el antipolítico, sujeto a una gran
hostilidad por parte de los mayores medios de información, a los cuales
sus votantes detestan.
Referente a las posibilidades de ser
expulsado de su cargo (impeachment), estas son pequeñas, pues ello
dependería de una acción del Congreso, hoy controlado por el Partido
Republicano, donde el movimiento libertario de ultraderecha tiene un
enorme poder. En ausencia de un cambio improbable en el Partido
Demócrata, las próximas elecciones al Congreso verán un enorme aumento
de la abstención (ya siempre muy elevada) que permitiría mantener el
Congreso y el Senado en manos del Partido Republicano. Solo en caso de
que este perdiera el control del Congreso podría ocurrir el impeachment.
De ahí que lo que ocurra va a depender no solo de lo que suceda en la
administración Trump, sino también de lo que pase en el Partido
Demócrata que pueda movilizar el voto abstencionista. El sistema
electoral estadounidense imposibilita la aparición de un nuevo partido.
De ahí que la crisis del bipartidismo que hemos visto en Europa no se
dará en EEUU.
El panorama futuro de EEUU es más que
preocupante. Pero no hay que olvidar que la enorme crisis política que
tiene el país ha sido causada por la políticas neoliberales realizadas
desde los años ochenta, iniciadas por el presidente Reagan y continuadas
por todos los demás, Bush senior, Clinton, Bush junior y Obama. No hay
que olvidar que el enorme desencanto creado por el presidente Obama
favoreció la victoria de Trump. El “Yes, we can!” (¡Sí, nosotros
podemos!) quedó en un eslogan que no se materializó en la medida en que
las expectativas que había generado no se cumplieron, destacando su
complicidad con los grandes poderes financieros (centrados en Wall
Street), los cuales frenaron significativamente su vocación
transformadora.
En realidad, ha ocurrido en EEUU lo que
también se ha dado en Europa. La aplicación de las políticas
neoliberales ha creado esta enorme crisis y un rechazo (al cual también
se le define erróneamente como populismo) que está predominantemente
centrado en las clases populares y que, debido a la adaptación de las
izquierdas tradicionales al neoliberalismo, ha sido canalizado por
partidos de ultraderecha, con características semejantes al fascismo.
Las políticas neoliberales de Trump continuarán imponiéndose,
paradójicamente envueltas en una narrativa “obrerista” y
“proteccionista” que entra en claro conflicto con las políticas de la
administración Trump, que son profundamente hostiles hacia el mundo del
trabajo a costa de un tratamiento claramente preferencial hacia el mundo
del capital. Y con unas políticas comerciales que continuarán la
dinámica de la globalización neoliberal, realizada no a base de tratados
de libre comercio que incluyen varios países, sino a través de tratados
bilaterales que permitan a EEUU tener mayor control de los términos de
tales tratados. Trump representa así la máxima expresión del
neoliberalismo. De ahí su enorme capacidad de dañar el bienestar de las
clases populares del mundo, incluyendo las clases populares de EEUU, las
primeras víctimas del capitalismo sin guantes, con una concepción
darwiniana caracterizada por su enorme insensibilidad social y carente
de solidaridad, con un canto a la acumulación de capital sin freno, sin
límites en su comportamiento para así alcanzarlo. Lo que está ocurriendo
muestra que, como bien indicó Rosa Luxemburg, las alternativas entre
las que la humanidad debería escoger serían el barbarismo (al cual la
evolución del capitalismo podría llevar) o el socialismo. El
neoliberalismo y su máxima expresión nos están llevando claramente a la
primera de esas alternativas. Así de claro.
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