Jordi Nieva Fenoll
Catedrático de Derecho Procesal
Catedrático de Derecho Procesal
Vivimos rodeados de situaciones injustas que toleramos sin el más
mínimo sentimiento de incomodidad. Observamos, indiferentes, barrios
terriblemente pobres desde nuestras propias casas o encerrados dentro de
un automóvil. Permitimos que alguien se ría de la ignorancia de aquel
al que su pobreza apenas le dejó aprender a leer y escribir.
Toleramos
el acoso laboral, o el terrible acoso escolar, que lastra para siempre
la vida de las personas. La gente se mofa del obeso o del delgado
simplemente porque no se corresponde con los cánones sociológicos de lo
corporalmente “correcto”. O del que viste o decora su casa “sin gusto”,
sencillamente porque no se cohonesta con el banal gusto de la mayoría.
Igualmente se alaba al que posee todos los artilugios electrónicos en
sus últimas versiones, rindiendo así una humillante pleitesía a la
riqueza, igual que en épocas muy pasadas.
Toleramos bromas
machistas u homófobas, provocando la discriminación de seres humanos
por su género o tendencia sexual. Muchos hombres se aprovechan de todo
tipo de situaciones de superioridad para conseguir sexo. Se acepta la
prostitución sin advertir que es pura cosificación y
“patrimonialización” de un ser humano, casi siempre de sexo femenino,
arrastrando el patrón machista a una especie de submundo de repugnante
fantasía en el que el hombre es el rey y todas las mujeres se mueren por
tener sexo con él. A cambio de dinero, lo que, además, confirma la
sensación de que todo se puede conseguir con dinero.
Vemos
a deportistas ganando irracionales cantidades que no les parecen
suficientes, y que eluden el pago de impuestos como sea, despreciando a
todos los aficionados que les hacen ganar ese dinero siguiendo fielmente
sus competiciones, emocionándose viendo cómo le dan patadas a un balón,
raquetazos a una bola, acelerones a un motor, etc. Aficionados que
necesitan imperiosamente ese dinero de los tributos que esos deportistas
inmensamente ricos deciden evadir. Lo mismo se puede decir de las
grandes compañías que hacen ingeniería fiscal, o que simplemente no
pagan impuestos, a las que después, en agradecimiento, todos les
compramos sus teléfonos, sus ordenadores, su ropa, etc.
En
realidad, como fieles vasallos, perdonamos todo eso a los “señores” de
nuestro tiempo. También votamos a un político corrupto una y otra vez,
aceptando que roba al pueblo. Pero el pueblo parece siempre dispuesto a
recibir unos latigazos de sus señores en forma de deficiencias en
infraestructuras, sanidad, escuelas, justicia, etc. Se trata de
servicios que no están debidamente financiados, porque muchos de los que
ganan más dinero no pagan impuestos, esperando que mantengan el sistema
los que menos ingresan.
Un mal día recibimos la noticia
de la violación y asesinato de un menor. En ese momento perdemos
completamente de vista de que se trata de un hecho aislado, execrable
ciertamente, que habitualmente parte de un sujeto honorablemente llamado
“sicópata”, asquerosamente bendecido por la literatura y el cine, pero
que fundamentalmente es un reverendo estúpido que simplemente confunde
la realidad con sus deseos.
Pues bien, ese ser antisocial,
por despreciable que sea y nos parezca, desde luego no causa el
tremendo daño sistémico que provoca cualquiera de las repulsivas
conductas que se han descrito en los párrafos anteriores. Pero a ese
criminal ya no le perdonamos. Es más, muchos asiduos a las misas de
cualquier religión que promueve el perdón no piensan en absoluto en la
reeducación o resocialización del delincuente. Jamás valoran que las
circunstancias que pudieron inducir el crimen están entre esos males
referidos en los párrafos anteriores y que se toleran alegremente, muy
habitualmente la exclusión social derivada de la pobreza, la marginación
del diferente o la falta de una educación pública de calidad. No me
refiero a una educación elitista, que es habitualmente otra estafa por
la que muchos padres malgastan demasiado dinero. Me refiero a una
educación auténticamente de calidad científica y humana.
A
muchos todo eso les da igual. Reclaman nada menos que la pena de
muerte. Sangre, como el talión o la mafia, para purgar el pecado con el
sacrificio del reo. Nadie recuerda los auténticos males fruto de
acciones de verdaderos sicópatas nada estúpidos que toleramos de forma
absurda, y que son los directos causantes de esos crímenes que tanto nos
repugnan. Son, no nos engañemos, los auténticos responsables de que se
cosifique a las personas y de que en ocasiones algunos descerebrados,
llevando la idea al extremo, vean a los seres humanos como miserables
esclavos a su servicio, como cosas que pueden usar y despreciar.
Todo
ello supone, ciertamente, una autocrítica que no todos están dispuestos
a realizar, porque nadie quiere asumir una responsabilidad que jamás se
ha planteado que tiene en mucha mayor medida de lo que cree, aunque le
repugne pensarlo o le parezca ridículo. La solidaridad humana no es cosa
de los demás, sino de todos nosotros. Ojalá algún día se entienda.
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