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sábado, 26 de enero de 2019

Es la bola de cristal...


¡Quédese en casa y vuelva dentro de tres días!
Había cumplido sus consejos al pie de la letra y ¡mano de santo!, ya estaba de nuevo con fuerzas para volver  caminando hasta Joaquín María López 48, local que albergaba la policlínica de RTVE, conocida como "empresa colaboradora”. 
Mi médico era un tipo que sabía resolver en lo físico y transmitía seguridad en lo emocional, dos cualidades fundamentales para atender a un paciente.
Después de una mini consulta dijo: Dale esto a María y cuídate. Se levantó y salimos juntos , yo me quedé en  la sala de espera y él siguió por el pasillo. Minutos después, mi eficaz y amable compañera   empezó a gestionar mi vuelta al trabajo.
De pronto María,  a quién no se le escapaba ni una, vio aparecer por una puerta al médico y aprovechó para decirle: Doctor, aquí están todos los partes de baja que se les acaba el plazo y hay que darles el alta.
Él los cogió, los miró y dijo Sí, haz todos menos este.
Pero doctor, este hay que hacerlo, ya no puede estar más tiempo de baja.
No te preocupes, son órdenes.
Y se fue. Yo estaba alucinando con lo que acababa de vivir.
Una vez más, era testigo de conspiraciones maquiavélicas de alto standing y comprendí que mi empresa  ya no respetaba. Habíamos pasado de tener nombre y apellidos a ser un número que se despachaba con una sonrisa cínica en la boca por compañeros miserables que hacían la labor de ejecutores. ¡Uy!, se nos ha pasado el plazo, es que hay que estar más atento con estas cosas. Era tu responsabilidad. Bueno, pues a ver como lo solucionas porque ahora has pasado de una incapacidad temporal a una permanente. Te tendrá que ver un tribunal, evaluar…
Imaginé esta conversación y comprendí que era una treta entre jefes para quitarse a un trabajador de nómina. Todo hecho con mucha elegancia, a hurtadillas, como quién no quiere la cosa.
Esto lo pensé mientras los papeles de la mesa se pusieron en orden y el mío volvió a las manos de María. Como me llevaba muy bien con ella conseguí saber de quién habían hablado y salí de la consulta con mi alta en la mano.
Y sí, era ella, mi vecina. Nos habíamos cruzado por los pasillos de la tele muchas veces y nos sonreíamos pero nunca nos habíamos parado a hablar. 
Ad día siguiente, en cuanto puse los pies en Prado del Rey,  pregunté y en nada tenía su número de teléfono. Llamé, le conté y le apremié para que solucionara.
¿Por qué haces esto si no me conoces?
Porque quiero pensar que tú lo habrías hecho por mi.
Muchas veces he pensado llamar de nuevo para saber qué cara puso el médico, entre otras cosas, pero nunca lo hice.
Ahora sé que descansa entre brujas averías y bolas de cristal al grito de ¡¡Ja, ja, ja, qué mala, pero qué mala soy!!

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