No Podemos. Pudimos o Podremos
Podemos no puede conjugarse ya en
presente. Los pesimistas lo conjugarán en pasado, Pudimos, mientras que
los optimistas en futuro, Podremos. El coste social, político y
electoral de la bifurcación morada, provocada por la presentación
separada de las dos listas de Vistalegre II, impide hoy por hoy
conjugarlo. Todo dependerá, por supuesto, del desenlace de esta lucha
fratricida en la que, claro está, Caín oculta esa quijada de asno con la
que ha rematado a Abel; pero la factura de la historia la abonarán en
cuanto las urnas legislativas se abran. Ojalá sea más tarde que pronto,
porque como Rajoy convoque ya nuevas elecciones, aprovechando el desafío
de la Generalitat, aquella factura que le pasaba el Gran Capitán,
Gonzalo Fernández de Córdoba, a Fernando el Católico, será irrisoria si
se la compara con la que pagarán los morados.
El pecado original de Podemos, dos culturas políticas opuestas, es
insuficiente a la hora de argumentar el por qué y para qué ha sido
abierto ahora en canal. Ni la interpretación sociológica, que quiebra la
identidad de intereses de las clases medias con los sectores populares,
ni la académica, donde profetas posmarxistas juegan al bizantinismo
teórico, ni la humanística, centrada en la eterna lucha de egos, pueden
superar una realidad agarbanzada que demanda a gritos ocuparse de las
graves preocupaciones de la inmensa mayoría de los españoles, a través
de la construcción de una alternativa democrática a la Gran Coalición
liderada por Rajoy. Si bien es cierto que hoy en Podemos existen dos
líderes, con dos equipos de dirección, como señala Pablo Iglesias, no lo
es, sin embargo, que existan dos proyectos.
Ni el inmediato pasado, donde hubo una divergencia sobre la
participación en el gobierno Rivera-Sánchez, ni el inmediato futuro,
donde la descomposición del PSOE va a acentuarse, permite avanzar la
tesis de la contraposición política de una corriente pro-socialista
enfrentada a otra beligerante con el socialismo oficial. Cuestión muy
distinta sería entrar en un juicio de intenciones sobre la estrategia a
largo plazo. Porque poner el acento en el trabajo parlamentario e
institucional, como hace Iñigo Errejón, lleva inevitablemente a repetir
el papel del PSOE, como ponerlo en la movilización social, como hace
Pablo Iglesias, lleva a reeditar el vanguardismo de la izquierda. Son
riesgos muy reales, tentaciones políticas de organizaciones jóvenes, que
nunca pueden explicar ni explican lo que ocurre. No son los proyectos
sino los liderazgos la madre del cordero de Podemos que está siendo
sacrificado.
En el principio de esta bifurcación está el verbo de la secretaría
general. Jibarizar a Podemos, un cuerpo enorme con una cabeza muy
reducida, carece de sentido salvo que la lucha real pase por su control.
Convertir al secretario general en un tronco carente de brazos,
piernas, ojos y boca es reducirlo a la más completa ineficacia. No hay
colectivo humano que pueda sobrevivir si quien es dirigente es dirigido.
Un secretario general carente de atribuciones, con caducidad reducida,
incapaz de consultar a las bases, es una propuesta disparatada si no
escondiera la intencionalidad de restar poder a una secretaría que, por
el momento, no puede estar al alcance inmediato de quien la propone.
Justamente por ello, esta misma controversia orgánica se ha convertido
en el principal escollo entre Errejón, que la defiende, e Iglesias que
la rechaza.
Errejón regala a Iglesias el liderazgo, previa castración de sus
competencias, que todavía no está en condiciones de competir, e Iglesias
le reta a que aspire a la secretaría general con todas sus atribuciones
en regla. Ese es el meollo de este problema. Dos no caben en un sillón.
Errejón tiene derecho, dada su capacidad e inteligencia, de presentarse
como candidato a la máxima dirección de Podemos y debiera hacerlo
cuanto antes. Porque, además, en la hipótesis de que sus listas ganasen
en las votaciones se vería muy obligado a dar ese paso adelante hacia la
secretaría general, puesto que Iglesias ya ha anunciado su firme
intención de dimitir si es derrotado. Esto es lo que siempre sucede y ha
sucedido en toda las organizaciones políticas democráticas. No hay otra
norma. Quien pierde, dimite, quien aspira, se presenta.
Serán, pues, los casi medio millón de inscritos en Podemos los que el
día 12 de febrero deberán elegir entre mantener como líder a Pablo
Iglesias o sustituirle por Iñigo Errejón. Es la peor de las salidas a
esta situación, pero no hay ninguna otra. Falta por ver, además, si esta
salida, sea la que sea, es la solución. La historia de las crisis de
los partidos políticos enseña que siempre se sabe como empiezan, pero
nunca como pueden terminar. Es toda una ironía de la historia que
Podemos, siempre alerta ante todas las agresiones de los poderosos que
no la han dejado tranquila un solo día, corra hoy un serio riesgo de
implosión política. Atenta a los problemas que pudieran provenir desde
el exterior hostil, ha descuidado los que nacían desde el interior.
Iglesias y su entorno no han sabido impedir que una cuestión personal,
envuelta en un lazo ideológico, se haya convertido en una cuestión
política.
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