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viernes, 3 de febrero de 2017

No Podemos. Pudimos o Podremos

No Podemos. Pudimos o Podremos

Podemos no puede conjugarse ya en presente. Los pesimistas lo conjugarán en pasado, Pudimos, mientras que los optimistas en futuro, Podremos. El coste social, político y electoral de la bifurcación morada, provocada por la presentación separada de las dos listas de Vistalegre II, impide hoy por hoy conjugarlo. Todo dependerá, por supuesto, del desenlace de esta lucha fratricida en la que, claro está, Caín oculta esa quijada de asno con la que ha rematado a Abel; pero la factura de la historia la abonarán en cuanto las urnas legislativas se abran. Ojalá sea más tarde que pronto, porque como Rajoy convoque ya nuevas elecciones, aprovechando el desafío de la Generalitat, aquella factura que le pasaba el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, a Fernando el Católico, será irrisoria si se la compara con la que pagarán los morados.
El pecado original de Podemos, dos culturas políticas opuestas, es insuficiente a la hora de argumentar el por qué y para qué ha sido abierto ahora en canal. Ni la interpretación sociológica, que quiebra la identidad de intereses de las clases medias con los sectores populares, ni la académica, donde profetas posmarxistas juegan al bizantinismo teórico, ni la humanística, centrada en la eterna lucha de egos, pueden superar una realidad agarbanzada que demanda a gritos ocuparse de las graves preocupaciones de la inmensa mayoría de los españoles, a través de la construcción de una alternativa democrática a la Gran Coalición liderada por Rajoy. Si bien es cierto que hoy en Podemos existen dos líderes, con dos equipos de dirección, como señala Pablo Iglesias, no lo es, sin embargo, que existan dos proyectos.
Ni el inmediato pasado, donde hubo una divergencia sobre la participación en el gobierno Rivera-Sánchez, ni el inmediato futuro, donde la descomposición del PSOE va a acentuarse, permite avanzar la tesis de la contraposición política de una corriente pro-socialista enfrentada a otra beligerante con el socialismo oficial. Cuestión muy distinta sería entrar en un juicio de intenciones sobre la estrategia a largo plazo. Porque poner el acento en el trabajo parlamentario e institucional, como hace Iñigo Errejón, lleva inevitablemente a repetir el papel del PSOE, como ponerlo en la movilización social, como hace Pablo Iglesias, lleva a reeditar el vanguardismo de la izquierda. Son riesgos muy reales, tentaciones políticas de organizaciones jóvenes, que nunca pueden explicar ni explican lo que ocurre. No son los proyectos sino los liderazgos la madre del cordero de Podemos que está siendo sacrificado.
En el principio de esta bifurcación está el verbo de la secretaría general. Jibarizar a Podemos, un cuerpo enorme con una cabeza muy reducida, carece de sentido salvo que la lucha real pase por su control. Convertir al secretario general en un tronco carente de brazos, piernas, ojos y boca es reducirlo a la más completa ineficacia. No hay colectivo humano que pueda sobrevivir si quien es dirigente es dirigido. Un secretario general carente de atribuciones, con caducidad reducida, incapaz de consultar a las bases, es una propuesta disparatada si no escondiera la intencionalidad de restar poder a una secretaría que, por el momento, no puede estar al alcance inmediato de quien la propone. Justamente por ello, esta misma controversia orgánica se ha convertido en el principal escollo entre Errejón, que la defiende, e Iglesias que la rechaza.
Errejón regala a Iglesias el liderazgo, previa castración de sus competencias, que todavía no está en condiciones de competir, e Iglesias le reta a que aspire a la secretaría general con todas sus atribuciones en regla. Ese es el meollo de este problema. Dos no caben en un sillón. Errejón tiene derecho, dada su capacidad e inteligencia, de presentarse como candidato a la máxima dirección de Podemos y debiera hacerlo cuanto antes. Porque, además, en la hipótesis de que sus listas ganasen en las votaciones se vería muy obligado a dar ese paso adelante hacia la secretaría general, puesto que Iglesias ya ha anunciado su firme intención de dimitir si es derrotado. Esto es lo que siempre sucede y ha sucedido en toda las organizaciones políticas democráticas. No hay otra norma. Quien pierde, dimite, quien aspira, se presenta.
Serán, pues, los casi medio millón de inscritos en Podemos los que el día 12 de febrero deberán elegir entre mantener como líder a Pablo Iglesias o sustituirle por Iñigo Errejón. Es la peor de las salidas a esta situación, pero no hay ninguna otra. Falta por ver, además, si esta salida, sea la que sea, es la solución. La historia de las crisis de los partidos políticos enseña que siempre se sabe como empiezan, pero nunca como pueden terminar. Es toda una ironía de la historia que Podemos, siempre alerta ante todas las agresiones de los poderosos que no la han dejado tranquila un solo día, corra hoy un serio riesgo de implosión política. Atenta a los problemas que pudieran provenir desde el exterior hostil, ha descuidado los que nacían desde el interior. Iglesias y su entorno no han sabido impedir que una cuestión personal, envuelta en un lazo ideológico, se haya convertido en una cuestión política.

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