Me dirijo directamente a vosotros porque en alguna otra época he
comprendido vuestros argumentos. Me dirijo a vosotros atónita,
profundamente entristecida y, si cabe, más desesperanzada de lo que acostumbro a pasar esta época siniestra. En fin, me dirijo a vosotros, que ya es algo.
Ambos habéis mentado a Eta, o a su entorno, que es lo mismo, para calificar la labor de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca
y de rebote, a Ada Colau, más concretamente el escrache. Ese gesto
vuestro, esa mención al dolor y a la muerte me parece una de las
tácticas más rastreras, viles e innobles que he leído u oído en toda
esta confusión. ¿Y sabéis por qué? Porque no decís verdad, y lo sabéis.
Porque vosotros sois muy conscientes de que, detrás de las amenazas
aquellas a las que aludís, estaba la muerte. LA MUERTE. Porque detrás de
cada mirilla dibujada en la puerta de un concejal dormía una bala, una
bomba lapa, el final.
Comparar eso con los cientos de miles de ciudadanos que desesperados, DESESPERADOS, salen a la calle a pedirles a los políticos que no permitan su miseria radical y su abandono,
que no permitan la creación de una nueva y gigantesca bolsa de
exclusión, me resulta repugnante. Claro que utilizan métodos
expeditivos. Los mismos que han vivido en sus carnes. Porque os
recuerdo, aunque no os hace falta, que si miles y miles de ciudadanos se
han quedado sin techo —¡sin techo, joder!— en este país, es porque un
puñado de políticos que podía, no ha hecho nada por evitarlo, y otro
gran montón se ha parado a mirar cómo sucedía. Os recuerdo, aunque sé
que no os hace falta, que hemos contemplado estupefactos cómo los
representantes de la ciudadanía ponían todos los medios y caudales para
luchar hombro con hombro con los bancos y cajas mientras los ciudadanos
perdíamos trabajo, casa y posibilidad de vivir. No de vivir dignamente,
no solo, sino de comer. Os recuerdo, aunque sé que no os hace falta, que
todos esos ciudadanos que boquean entre la estupefacción y la rabia más
humana, más comprensible, no amenazan muerte, bala ni bomba.
Sólo interrumpen la acomodada vida de quienes, pudiendo hacerlo, no han
movido un músculo para evitar su exclusión social, en el sentido más
bárbaro del término.
Qué fácil era reclamarse de izquierda desde las tribunas de un país
que era rico, más o menos como ahora. Qué fácil era estar con los
pobres, con los débiles, cuando tenían el viaje pagado a Benidorm. Qué
dura me resulta ahora la vergüenza que siento.
* Cristina fallarás es escritora y acaba de publicar 'A la puta calle' (Planeta), una obra donde relata su propio desahucio.
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