Cada vez que Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, abre la boca, le
estalla dentro una bomba fétida y su aliento se hace verbo maloliente.
Como de azufre. El de la maxifalda negra va dejando a su paso un rastro
hediondo, un rosario de perlas ensangrentadas que ensarta en forma de
declaraciones públicas...
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