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lunes, 16 de diciembre de 2013

Joan Fontaine, Olivia de Havilland... quitate tú pa ponerme yo


Joan Fontaine
Joan de Beauvoir de Havilland, más conocida como Joan Fontaine (Tokio, Japón, 22 de octubre de 1917 - Carmel-by-the-Sea, California, 15 de diciembre de 2013). Actriz estadounidense de origen británico nacida en Japón, ganadora de un premio Óscar por la película Suspicion (Sospecha) y protagonista de la película Rebeca. Optó a otros dos por Rebeca (película que daría nombre a esa famosa prenda de vestir en honor a la que lucía en el filme) y por La ninfa constante.Se convirtió en ciudadana estadounidense en abril de 1943. 

 

Hermana de la también actriz Olivia de Havilland que nació en 1916, la de Lo que el viento se llevó, y con la que ha vivido enfrentada hasta la muerte. "Me casé antes que ella, gané primero el Oscar... Y, si me muero antes, se quedará lívida, porque también le habré vencido en eso", afirmaba Joan, y lo ha cumplido. ¿Irá Olivia al entierro de Joan? ... 



Las Hermanas de Hollywood... 
un reportaje de Josito Montez y su interesante blog de cine  imitación a la vida 

Clásicas hasta la médula, se las cuenta y recuerda como dos candorosas heroínas del viejo Hollywood, dos bellas neuróticas para las películas del ayer, dos rivales naturales de por vida.
Olivia de Havilland y Joan Fontaine, las hermanas actrices aún viven, separadas por kilómetros de distancia y sin dirigirse la palabra desde hace décadas.
Si fueron la bondad en las imágenes, son la mejor definición del odio fraternal que nos haya contado nunca la historia celebrity
Vivieron entre la envidia y las peleas, para envejecer con la incapacidad de superar una biografía de rencor que comenzó siendo niñas.
Hollywood contempló sus riñas como sus interpretaciones definitivas y terminó por consagrar la legendaria enemistad en un clásico, encontrando la realidad de Olivia y Joan tras las máscaras de la imitación.
 

Nacieron con poco más de un año de diferencia; primero, Olivia, luego Joan.
El divorcio de sus padres determinaría parte de su enemistad, ambas decididas a hacerse con el cariño de la madre, la actriz sin suerte Lillian Fontaine.
Desde pequeñas, la violencia tomó protagonismo. Sus peleas podían tornarse muy feas y, en una de ellas, Olivia le rompió la clavícula a Joan.
En cierta ocasión, como juego, Olivia escribió un testamento pueril que comenzaba: "Le lego toda mi belleza a mi hermana Joan, dado que ella no tiene ninguna".
Vestidos rotos, novios robados y una feroz competitividad; fue el principio y también el ritmo con el que las hermanas bailarían toda su vida.


La madre Lillian esculpió a Olivia, la que luego dirían que fue su favorita. 
Olivia de Havilland, talento evidente, fue una historia de rotunda gloria artística en Hollywood, dosificada en una sucesión de suertes y triunfos, que la hicieron la fresca ingenua que la década de los treinta necesitaba.


Fue inolvidable damisela para el bello Errol Flynn, bondadosa en comedias y melodramas y alcanzaría el mito como Melania Hamilton en "Lo Que El Viento Se Llevó".
Olivia de Havilland, testaruda, reafirmada de su valía, asegurada en su estrellato, demandó a los estudios y ganó. 
Con el apoyo de sus compañeros de profesión, la llamada "demanda De Havilland" cambió muchas cosas en el rígido sistema de estudios; entre ellas, que los actores pudieran zafarse del encasillamiento y rechazar los papeles que les imponían las productoras.
Olivia venció su imagen de niña buena y aspiró a papeles de más carne dramática a lo largo de los años cuarenta, convirtiéndose en una intérprete muy valorada.


Por su parte, el camino de Joan se reveló más complicado. 
Cuando manifestó su interés por la interpretación, su madre le recomendó que utilizara el apellido de su padrastro, Fontaine, para no entorpecer el camino de su hermana mayor.  
A Joan Fontaine se la consideró de menor talento que Olivia, debido a que era mucho menos ambiciosa. 
Durante los años treinta, su carrera tuvo algún momento de esplendor, pero cuando terminó su contrato con la Metro Goldwyn Mayer, no había intenciones de renovar a una actriz ni popular ni demasiado excitante.


En ese momento crucial, Joan cambiaba su timidez por determinación y se acercaba a David O. Selznick, quien terminaría por convertirla en la segunda señora de Winter para "Rebeca".
"Rebeca" fue el billete de la Fontaine para un triunfo que se le había hecho esquivo.
Su sensible interpretación de la asediada heroína de Daphne du Maurier la fijó para siempre en la retina del público. 
Y, sin previo aviso, la carrera de Joan Fontaine cobraba vigor y la hacía estrella.

Con Judith Anderson en "Rebeca"

El enfrentamiento de las hermanas tuvo su primera y mejor escenificación en los Oscars de 1942. 
La Academia de Hollywood tuvo a bien nominarlas a ambas en la categoría de mejor actriz. Sentadas a la misma mesa, esperaron el veredicto.
Gracias a la hitchcockiana "Sospecha", ganó Joan Fontaine. Ésta se quedó paralizada, mientras Olivia se levantó y empezó a imprecarla para que reaccionase y fuese a por el premio.
"No me lo podía creer", diría Joan, "de repente, volvieron todos los momentos de nuestra infancia cuando ella se reía de mí, cuando quería demostrar que era mejor que yo, cuando me rompió la clavícula. Le había ganado el Oscar y sabía que nunca me lo iba a perdonar".
Joan, en un alarde de modestia, verdadera o falsa, se decía culpable de haber ganado la estatuilla.
Aún así, el dorado galardón aumentaba su caché y la acomodaba en la Meca del Cine.


Y también le dio alas a Olivia de Havilland que, de por sí obsesionada con conseguir un Oscar, ya no pararía hasta conseguirlo.
Por "To Each His Own", cinco años después, Olivia se alzaba con el suyo. 
La Academia eligió como presentadora del premio a Joan Fontaine, que hizo ademán de acercarse a su hermana para felicitarla, sólo para ser cordialmente ignorada.
El desplante fue captado por las cámaras y fue ese el momento donde la enemistad ocuparía el interés de la prensa y el público.
Se rebuscó en sus vidas, mientras ellas callaban para los medios.
En una entrevista, Joan Fontaine llegaba a asegurar que la rivalidad con su hermana era falsa, un truco publicitario más dentro de una industria adicta a todos los trucos.


Pero nadie dudaba de que sus existencias estuvieron marcadas por las peleas y las reconciliaciones, por el silencio oficial y la crítica mutua. 
Se encontraron muchas veces, pero nunca fueron capaces de entenderse ni tolerarse. Llegó un día en que se anticipaban a sus trampas.
"Es un pequeño problema de carácter", diría Joan, "del tamaño de la bomba de Hiroshima".


En 1962, se reunían para una cena navideña con sus respectivas familias, decididas a enterrar el hacha de guerra de una vez por todas.
Pero el punto de no retorno llegaría a propósito de la madre. Como si volvieran a la raíz de su enemistad, Olivia y Joan se pelearon por su progenitora cuando ésta enfermó de cáncer. Las hermanas se enzarzaron en una agria discusión sobre el tratamiento que debía recibir.
Finalmente, Lillian Fontaine murió. 
Joan se encontraba en plena gira y, según sus palabras, no supo de la muerte de su madre porque su hermana se preció en informarle con un mísero telegrama, que envió tardíamente al siguiente destino de su ruta. Olivia sostiene que se lo comunicó de inmediato y Joan le había contestado que estaba demasiado ocupada para asistir al funeral.
Sucedía en 1975. Desde entonces, no han vuelto a hablarse.


Los Oscars, esa pasarela definitoria de la mayor competitividad humana, quisieron llamar de nuevo a la disputa, cuando las reunía en la misma platea sin avisar, allá por 1987. 
Se ignoraron la una a la otra en los pasillos y, cuando Joan vio que la habitación de hotel contigua a la suya estaba ocupada por su hermana, no sólo pidió que la cambiasen, sino que jamás volvió a pisar la gala de la Academia.
"Me casé antes que ella, gané primero el Oscar... Y, si me muero antes, se quedará lívida, porque también le habré vencido en eso", afirmaba Joan.
Los brazos alargados de la enemistad se han extendido también a los familiares. 
"Mi hermana es una señora muy peculiar", añadiría Joan, "cuando éramos jóvenes, no podía hablar con sus amigos. Ahora no puedo ni siquiera ver a sus hijos. Es la naturaleza de la señora". 

Olivia de Havilland, de gemelas rivales en "The Dark Mirror"

Conversaciones informales con Olivia ofrecen datos desde el otro punto de vista.
"Me dolió especialmente leer en la prensa a Joan hablando pestes de mi marido, Marcus Goodrich, poco después de mi divorcio. No tenía porqué hacerlo. Fue para hacerme daño y lo sabía."
Olivia relata sus años en Hollywood con la constante presencia de su hermana menor, acechando en todos los momentos de esplendor, pisándole los talones.
"Brian Aherne fue mi novio antes que su marido... Todo lo que yo conseguía tenía que conseguirlo ella". 
La raíz estaba en la infancia, recordaban, insistían. "Cuando era mi cumpleaños, Joan también recibía regalos".

La boda de Joan con Brian Aherne

Al final, la indiferencia. “Para mí, Olivia no existe. Nos odiamos tanto cuando éramos jóvenes que agotamos el odio".
Hoy, Joan Fontaine vive en California, sola, sin demasiada relación con el mundo, pero éste todavía la ha querido saludar cuando el pasado 22 de octubre cumplía unos soberanos 94 años.


Olivia de Havilland reside en París desde el crepúsculo de su carrera y reaparece para el puntual homenaje, bajo el indicado prestigio de haber participado en "Lo Que El Viento Se Llevó" o asistiendo a alguna que otra ceremonia de premios, donde su simple presencia motiva una ovación de recuerdo y cariño. 


Junto con Kirk Douglas y Mickey Rooney, las hermanas son las únicas estrellas del Hollywood de otros tiempos que siguen coleando.
¿La última competición de sus vidas es morir?
En todo caso, el capítulo final de la rivalidad será el funeral de la primera hermana que fallezca, a la espera de la asistencia de la otra. 
¿O no quedará despedida posible entre ellas si nunca existió verdadera bienvenida?


Reflejos de ese espejo de éxito y vanidad que representa Hollywood, brillaron ayer, viven hoy y morirán mañana Olivia de Havilland y Joan Fontaine, las Caín y Abel del cine.
Convencidas y dormidas al calor de esa gran verdad: la fraternidad nunca fue fraternal.

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