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viernes, 16 de diciembre de 2016

Aurora Conde... y las mujeres de su generación



La vida y la muerte están en continuo movimiento equilibrando el mundo. Las efemérides marcan el paso del tiempo con los nombre de ilustres que vienen y van.
El año 1926 nos cuenta que mientras nos dejaban  Antoni Gaudí, Rainer María Rilke, Houdini, Rodolfo Valentino... llegaban al mundo Fidel Castro, Isabel II, Darío Fó o Marilyn Monroe. Pero a sus nombres hay que sumar el de muchas otras vidas que marcan las nuestras con fechas imborrables.
El 25 de diciembre de 1926, en una España muerta de frío por culpa de la mayor nevada del siglo XX, a la familia Conde Romero, llegó Aurora. 
Con ella sumaron seis hijos nacidos de los que solo cuatro vivieron, tres mujeres y un varón.
Sus primeros años siempre los ha recordado con una sonrisa, a pesar de la escasez y falta de recursos .
Como todas las mujeres de su época, tenía como meta en su vida el matrimonio y, por eso, fue educada para casarse, ser madre y formar una familia.

 
Un día se fijó en un niño de su edad vecino de la calle de San Luis. Vivía en el hospicio, era un huérfano de guerra. Se hablaron, se enamoraron, se quisieron, se amaron... 
tenían 17 años.
Jugaron con sus cuerpos, aunque nunca yacieron juntos, todo pasó detrás de una puerta. Al poco tiempo, el cuerpo 
de Aurora empezó a cambiar y supo que aquello 
era estar embarazada.
Sin saber cómo, estaba cumpliendo con su función en la vida, aquello para lo que le habían preparado desde el día que nació: la maternidad. Aquél hecho soñado, aquel mandato vital se convirtió en la peor de sus pesadillas. Nadie la entendió ni se puso en su lugar y nunca se le perdonó su inocencia y desconocimiento  del sexo. Ese error que cometieron tuvo dos nombres: hijo del pecado para ella y error de juventud para él.
A partir de entonces el maltrato llegó a su vida en forma de exclusión social y familiar. Tuvo que vivir sin aprender y aprender para vivir. Conoció a un hombre que la pudo hacer feliz, pero su madre, una gran Bernarda Alba, le encontró un buen marido, un hombre que lavaría su mancha y daría cobijo y casa a la descarriada y a su hijo. No tuvo opción.
Se casó, vacía de amor pero, con lealtad y resignación, acompañó a su marido para siempre.
Necesitaba reconstruir su vida, fabricarse una nueva, se sentía extraña en su propia casa, en su país y se exilió a Suiza donde tuvo que trabajar duramente. Despues de unos años, regresó y se encontró con un hijo mayor de edad, independiente y homosexual, y un país donde sigue sin encajar, donde sigue siendo una extraña, una emigrante. Un país al que sigue sin entender.
Para no sufrir se puso la máscara de la distancia, de la dureza y la indiferencia, de la supervivencia. Era una mujer buena, socarrona, divertida, cariñosa, viva... pero toda su vida estuvo llena de dolor. Fue presa del miedo y del rechazo, con sensación de fracaso y falta de cariño.
Aurora, como tantas mujeres de su generación, vivió rodeada de ausencia, vacía de amor, usada, maltratada,  limitada a los placeres, con velos en la cabeza y el alma. Les contaron que la felicidad existía pero para algunas

 fue una gran estafa.
Dos años de viudedad le regalaron lo que siempre soñó, acercarse  a su hijo. Tuvo la oportunidad de disfrutarle, de decirle que le quiere, de saber que la quería.

- ¿Tú me quieres?
 - Claro que te quiero, pero tú no me quieres.
- Claro que te quiero, pero tú no te lo crees.

Tras años de medirse, los dos alcanzaron el punto justo 
de unión, ese que da lugar al respeto, la comprensión 
y el cariño. Al  Amor eterno
Franco y el franquismo crearon una sociedad basada en el  temor, el miedo, el odio, el rencor, la censura, la ignorancia, el machismo, el desprecio a la mujer, el nacionalcatolicismo, el qué diran, la pacatería, la delación, la hipocresía... una sociedad de ricos y pobres,
de hombres y mujeres con una doble moral, convenientemente organizada para el uso y disfrute de unos pocos en las aberraciones del abuso continuo de poder.
A Aurora le marcó la vida un error pero fue Franco y su sociedad represiva y pacata la que se la amargó. El miedo que ejercía sobre toda esa generación ha seguido vivo en ella hasta el día de su muerte. Ella ha muerto pero el franquismo todavía sigue vivo en personas como Aurora. 
Creo que no ha habido ni habrá en muchos años
 una generación de mujeres como las que 
nacieron a principios del siglo XX. 
Un siglo que no ha dado tiempo al tiempo y ha corrido mucho dejando atrás muchas vidas en el abismo. 
Vidas que han pasado del río  a la lavadora, de vivir arrodilladas a vivir mecanizadas, 
de las manos agrietadas al lavavajillas,
 de la teta al potito, de lavar a tirar la menstruación, del catón al ordenador, de no ser a votar, de la cama al tanatorio... 
De la paz a la guerra, de la guerra a la paz ...
 que las ha convertido en  mujeres luchadoras, sufridoras, duras, longevas, distantes... estafadas por la felicidad.
Mujeres que ya casi no quedan, 
una generación especial que está a punto de desaparecer.
Aprendimos a decir madre, sabemos decir mamá dando forma a la palabra de la que siempre sale su rostro. Ese rostro que nos acompañará hasta el último suspiro.
Manuel, las flores de mi madre para la tuya... 
para todas las mujeres.
¡Te quiero!

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