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BORIS IZAGUIRRE Gastos de peluquería 17/12/2011
La reina Sofía, en una recepción en la Freedom Tower de Miami, el 9 de octubre de 2011.- ANDREWS INNERARITY (REUTERS) En sus rotundas, y también revisadas, declaraciones del lunes pasado, el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, anunció que las cuentas de dicha institución se harán publicas a través de la pagina web en algún momento antes de fin de año. Spottorno matizó que explicarán las partidas más importantes del presupuesto de 8,43 millones de euros. "No entraremos", dijo, "en detalles, como otras casas reales en las que cuentan hasta los gastos de peluquería". Pero ¿por qué no? Probablemente desconoce Spottorno la importancia de la peluquería en cualquier casa, real o no. La peluquería es un anciano oficio que debe aunar capricho y disciplina. Casi tanto como una casa real que suma representación, pero también gastos para que esa imagen pueda justificarse y mantenerse frente al viento de la historia. ¡Sería impensable ver reyes y reinas despeinados! Por eso la peluquería y la monarquía han mantenido una estrecha relación desde tiempos inmemoriales.
La historia de Occidente está plagada de testas reales que han necesitado fuertes inversiones en peluquería para sobrevivir, sustentar el peso de coronas y tiaras o aparecer ante sus súbditos con esa difícil mezcla de responsabilidad y vanidad que representan. Cleopatra es más reconocida hoy en día como esteticista que como reina. Las esposas de los emperadores romanos realizaban verdaderas creaciones con sus arreglos capilares. María Antonieta convirtió su cabeza en símbolo absoluto de su tiempo, tanto con los peinados como para el definitivo corte final bajo la guillotina. Y en cualquiera de los casos, su peluquería jugó un extrafuerte valor icónico.
Es cierto que la corona española estaba más cerca del look religioso que de la laca y no fue hasta la aparición de doña Sofía que aquello cambió. Fue una renovadora estable. Y así su peinado, ante lo que está sucediendo, es una de las pocas cosas completamente perdurables, inamovibles de nuestra monarquía. Cambie quien cambie en la representación de la familia real en el Museo de Cera, el peinado de la Reina será siempre el mismo. Y esa estabilidad es un valor en sí mismo.
Según declaraciones de Francisco, peluquero oficial de Su Majestad en Mallorca desde 1980, ha sido el brushing, una técnica de secado y moldeado muy popular en aquella década, lo que ha conseguido que la real cabeza tenga ese silencioso volumen a prueba de todo. Haciendo cuentas, el peinado de la Reina ha resistido el susto del golpe de Estado de 1981, los cambios de Gobierno, las novias del príncipe, los ceses de convivencia y los viajes, incluso un ascenso al Machu Picchu. Con todo este trabajo acumulado, Spottorno no debería referirse a la peluquería, y en este caso la peluquería real, como algo menor. Más aún en una casa real que cuenta también con una princesa, Letizia, también renovadora, que igualmente ha hecho de sus peinados un símbolo monárquico.
Letizia, que tiene menos de diez años como princesa, al contrario de la Reina, no ha parado de ofrecernos estilos. Una clara diferencia generacional. La Reina pertenece a un tiempo donde el estilismo no era tan versátil. Se asumía que las damas reales no eran ejemplos de buen vestir, sino seguidoras de un protocolo. La princesa Letizia es hija de un tiempo convulso, que ha visto desfilar desde el bello monte de Venus de la Cantudo y el pelo frito de las actrices de la movida hasta los looks de influencia periférica de las Spice Girls. La Reina asume su brushing como profesional, que pase lo que pase siempre estará allí, incómodo o no, pero mudo. Mientras que Letizia, ensayando, parece enviar señales y camuflar sus ideas con sus peinados.
Pese a tenerlas delante, Spottorno no ha sabido ver la trascendencia del peinado para la casa real que defiende. Seguramente porque es hombre, que nuestra vida capilar es siempre corta y tememos a los peluqueros porque siempre conocen más a nuestras mujeres. Pero de haber transparencia en la Casa del Rey, no podemos permitir no aprender de nuestros errores. ¿Cuántas veces se aprovechan indebidamente esos gastos que creemos menores? ¿Por qué usar la tijera ahí?
El propio caso Gürtel se confeccionó por un uso indebido de una veintena de trajes. Su juicio es ahora un espectáculo audiovisual en el que vemos a imputados y testigos escuchar solemnemente sus propias palabras, poco solemnes, en las grabaciones empleadas como pruebas en el juzgado. Mientras las escuchan, El Bigotes y el expresidente Camps, ambos con el mismo gesto de hastío, parecen querer decir que, pese a la contundencia de pruebas, su inocencia está garantizada. Porque todo lo que ha dado pie a la acusación proviene de unos gastos de vestuario, de regalos, cosas superfluas que siempre terminan por camuflar a la perfección lo grave.
En el mismo informativo reemiten imágenes de El Bigotes y Correa entrando a la boda de la hija de Aznar hace casi diez años, cuando éramos ricos y todo eran gastos de peluquería. Vuelven esas imágenes porque hoy la exfamilia presidencial casa a otro hijo. Sí, han cambiado los tiempos, y sí, se ha recortado la lista de invitados, Berlusconi ya no asistirá como primer ministro, quizá como cantante. Pero el pelo seguirá exigiendo su protagonismo, y la malversación, dejándose llevar por esas partidas similares a los "gastos de peluquería".
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