¿Qué necesidad tiene Carlos de meterse en el avispero?
José María Mena
Jurista. Ex Fiscal jefe de Cataluña
Jurista. Ex Fiscal jefe de Cataluña
Carlos Jiménez Villarejo es admirable y envidiable. Tiene setenta y
ocho años, una pensión de jubilación digna y segura, y una familia
apacible. No tiene nada personal que ganar dedicándose a viajar
constantemente a Europa, a ese avispero de la eurocámara, llena de
extranjeros que hablan lenguas que no creo que sea capaz de entender sin
traducción simultánea. Ese avispero en el que manda y mandará Juncker,
al que, si realmente lo necesita, le echarán una mano los
social-traidores de toda la vida.
Hoy todo el mundo hace análisis políticos. Hoy todo el mundo quiere
certificar el fin definitivo del bipartidismo y hacer pronósticos
entusiastas de una nueva era democrática, como si lo ocurrido fuera
extrapolable a futuras elecciones nuestras, o al conjunto de Europa.
Pero no todo el mundo valora que a determinada edad, y en
determinadas condiciones de merecido descanso, alguien se comprometa a
coger la maletita de ruedas para ir y venir por aeropuertos, ponerse y
quitarse los cascos de traducción simultánea en inmensas eurocámaras
deshumanizadas, y jugar a perder frente a los Junqker y los Schulz,
separados o juntos, y sus más que probables compañeros de viaje,
llevando, como guardaespaldas amenazadores, a los matones racistas,
exhibiéndoles a higiénica distancia como justificándose porque todavía
podría ser peor. Y sobre todo, jugando frente a las legiones de lobbys,
correveidiles institucionalizados de los que realmente les mandan.
Tiempo habrá para hablar de política, para valorar los frutos del
encomiable esfuerzo, y para saber si, realmente, podemos o no podemos
hacer algo solos o juntos. Ahora, alguien tenía que destacar esta
capacidad de disponibilidad ilimitada admirable y envidiable de ese
nuevo eurodiputado inagotablemente joven.
Historias que golpean las conciencias
José Martí Gómez
Periodista
Mejor los recuerdos que mirar los viejos papeles. Creo recordar que
conocí a Carlos a finales de la década de los 60, cuando yo hacía
crónica de tribunales y él actuaba como fiscal salvando a más de un
periodista de querellas peliagudas y enfrentándose a la tortura policial
hasta el punto de que por pedir el procesamiento del torturador de un
obrero de Manresa el gobierno le hizo coger la maleta y le mandó a
Huesca, donde pasó un par de años.
Luego llegaría lo de Banca Catalana, la fiscalía anticorrupción con
la solicitud de procesamiento de Josep Piqué y de César Alierta, lo que
provocó su enfrentamiento con el fiscal general Jesús Cardenal, alias Leche frita,
y su cese en el cargo. Podía ser el momento de dedicarse al cultivo de
petunias pero creo que han sido los años en los que Carlos ha
desarrollado una actividad cívica más intensa, denunciando los
tejemanejes que nos asolan.
En el intermedio de esos años me confesó un día que había perdido la
fe religiosa que un día le llevó a militar en Cristianos por el
Socialismo, movimiento de izquierda liderado por Alfonso Carlos Comín.
Jesús Gil, populista de primera hornada y delincuente de cuello
blanco con amplio historial, también estuvo en el punto de mira de
Carlos. Gil le deseó una mala muerte, deseo que revela la catadura moral
del personaje.
Un día, cuando Jordi Pujol mandaba en El Correo Catalán, me
lo encontré en el ascensor y me preguntó qué desgracia publicaría al día
siguiente. Le expliqué que venía de ver un juicio en el que el fiscal
había dicho, al final de su informe, que la madre que accidentalmente
había matado a su hija de corta edad no era la única culpable. Que la
culpabilidad había que buscarla en una sociedad que no se había
preocupado de investigar las condiciones sociales de aquella familia.
Pujol cerró los ojos y musitó que eran historias que golpeaban las
conciencias. Carlos era el fiscal que dijo esas cosas.
Ya entonces venía a decir, a través de su trayectoria personal, que
podemos cambiar las cosas. Si algo negativo hay que decir sobre este
hombre al que acertadamente Mena, entrañable y fiel compañero de
ilusiones y frustraciones, define como austero, es que no le iría mal un
poquito de sentido del humor. Pero creo que a su edad eso es como pedir
peras al olmo.
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