Ya lo decía mi abuela: no te hagas la lista con los hombres que no
les gusta nada que una señorita (sic) les quede por encima (también sic
y no sean malpensados). Y si, por cosas de la rebeldía adolescente, lo
que decía mi adorable yaya me entraba por un oído y me salía por el
otro, aquella asignatura tan necesaria como era Educación para el Hogar
nos insistía con esmero: a los hombres hay que darles la razón y no
corregirles nunca, y menos en público, para no ofender ni su hombría ni
su natural superioridad de macho de la manada.
Lo último es de cosecha propia, en aquellos manuales la palabra macho
solo aparecía para hablar de algunos animales, y de puntillas, de
algunas plantas. Era demasiado sensual, imagino, y además tenía un tufo
casi de terror: el macho como tal acechaba a las castas púberes qué
éramos, los caballeros que debíamos tratar eran pura abstracción…de
cintura para abajo. Y sé que lo que cuento suena viejuno, como si
leyéramos un artículo cualquiera de la revista Andalucía en Historia,
pero a lo que parece cuarenta años son pocos para borrar según qué
enseñanzas.
Porque ese universo escolar es el que debe quedar incólume en la
sesera del exministro de Agricultura y candidato, más que a
eurodiputado, a preboste de la cosa europea, Arias Cañete. Ni miles de
terapias argentinas (con doctores y si puede ser con bigote) son capaces
de desenterrar a veces un imaginario que se agarra a las neuronas con
la fuerza de un niño a la teta de su madre (pongo esta práctica metáfora
para que me entienda Cañete y para que concuerde con la mujer que soy,
pura femineidad hasta en la prosa, como debe ser). Tanto permanecen que
hay que leer mucho, vivir mucho, escuchar mucho, para licuar aquellas
jaculatorias que identificaban al hombre con la razón y a la mujer con
los afectos. Resumiendo porque, dicho sea de paso, tampoco me resultaría
inverosímil oír al candidato Popular contando chistes hilarantes sobre
afeminados e invertidos, aunque es pura maldad por mi parte, no me
consta que el sr Cañete sea de los que preguntan quién es hombre y quién
la mujer en una pareja gay. Aunque pegar, semejante barbaridad ignara,
le pega. A lo mejor me paso de malvada y ya que lo siento, pero es que
hay campechanías que nos recuerdan inevitablemente ese modelo, la
sonrisa del régimen, la impunidad de la broma pesada, el “ay que me
meo”, y ese tuteo tan señorial y tan de andar por casa.
Por casa grande, se entiende. En esa confesión de superioridad (para
los despistados: me refiero a la confesión sincera que Cañete hizo al
poco de acabar el debate con Valenciano, “es difícil debatir con una
mujer porque si muestras tu superioridad intelectual te llaman
machista”), esa desinhibida confidencia esconde la alegría que da haber
nacido de buena cuna e incluso de usar esa expresión con asiduidad y
convencimiento. Tanto le ha jaleado cierta derecha hagiográfica y
columnista su buena relación marital y personal con las castas nobles
jerezanas de toda la vida, que el hombre se ha relajado, y mantiene esa
actitud paternal de lo que te tratan de tú a tú porque ellos lo valen y
son así de magnánimos y generosos. Supongo que, desarrollando la idea,
el sr Cañete podría haber alegado que no le gusta debatir con un
sindicalista, porque al demostrar superioridad intelectual le podían
llamar clasista. Qué majo.
Hay que agradecer, como retorcida opinadora, que nos dé tan gratos
momentos y que lo ponga tan a huevo (ya ven, algunas sí nos hemos
quitado las tiernas enseñanzas de la Buena Esposa, aunque sea costa de
usar un lenguaje bajuno) .Lástima no escribir esta columna en alemán
para regocijo de las mujeres europeas en general y teutonas en
particular y, especialmente, de la jefa del Pp, la señora Merkel.
Pobre Cañete, teniendo que disimular su altura intelectual ante una
rubia, mayor, que, ay qué tiempos, manda tantísimo en sus filas.
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