He recibido miles de millones de mensajes de lectores que,
esperanzados, desean que la imputación de la infanta Cristina sea sólo
el principio de una reacción en cadena que haga lo propio con los
supuestos corruptos que en estos momentos infestan la tierra patria. Por
el norte, por el sur, por el este, por el oeste, por arriba y por
abajo. Creen que el ejemplo puede cundir.
Un momento, gente. Calmaos. En primer lugar, apreciad que, gracias a
la imputación -en este caso, ¿podemos llamarlo, más finamente, improstitución?-,
ya nadie habla del aplastamiento masivo cometido por el presidente
Mariano a través de su Asociación Pro Plasma. Borrado por irrelevante.
Pero os advierto: os estáis dirigiendo a alguien que tuvo el honor de
refinarse recopilando noticias -por llamarlas algo- de ardorosa
actualidad en el pantalán del Marítimo de Palma de Mallorca, en aquellos
gloriosos agostos previos al Derrumbe, mientras los empresarios reunían
fondos para comprarle al monarca un yate nuevo. Mandáis vuestras
súplicas a la afortunada mujer que fue testigo de los lánguidos paseos
de la Infanta Imputada (en adelante, I. I.) en embarcación de vela.
Coño, que esto es muy serio. Y como asunto serio hay que tratarlo.
Para empezar, tratarlo de vos. Vos, supuestamente, ¿qué os pondréis
para sentaros en el Banquillo y responder a las preguntas de ese juez
tan impertinente que representa a la ciudadanía expoliada, defraudada,
asqueada y, supuestamente también, con los collons plens?
He estado consultando con mi memoria de guardia. ¿María Antoinette, c'est a dire, peluca blanca y croissant en el escote? ¿Lana Turner, con pamela negra y un dos piezas ídem, tipo El tío de los e-mails siempre manda dos veces? ¿O bien un sencillo chándal deportivo, con diadema?
Es una elección difícil. Y más para una regia persona que nunca se entera de nada.
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