Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 30 de diciembre de 2015.
Este artículo hace una crítica
muy fuerte de los argumentos que se están utilizando en España para
defender su unidad, argumentos que están ocultando otras realidades que
son ni más ni menos que los intereses de la estructura de poder
reproducidos a través del Estado bipartidista, y que se consideran
amenazados (como ocurrió en el año 1936) por el surgimiento de una
España popular y plurinacional.
Una vez más, se está utilizando el
eslogan de defender la “unidad de España” para imponer una visión
uninacional de España que ha sido causa constante de tensiones en la
historia de este país. En 1936, las estructuras de poder, amenazadas por
las políticas públicas propuestas por el democráticamente elegido
gobierno republicano del Frente Popular, estimularon un golpe militar a
fin de impedir las necesarias y urgentes reformas (que hubieran afectado
negativamente a sus intereses económicos y financieros), intentando
justificar tal golpe con el argumento de que estaban defendiendo la
unidad de España, unidad que, por cierto, nadie estaba amenazando. En
contra de lo que las derechas golpistas y sus herederas han sostenido
siempre, el President Companys y el gobierno de la Generalitat que él
presidia no eran separatistas y no querían desunir España, sino
redefinirla, exigiendo que el Estado español reflejara su
plurinacionalidad, reconociendo la identidad nacional de Catalunya
dentro de una federación española. En realidad, el independentismo
históricamente ha sido un movimiento minoritario en Catalunya. El hecho
de que, aun siendo una minoría, haya alcanzado hoy un porcentaje tan
elevado se debe primordialmente a la intransigencia del Estado central
(hoy gobernado por un partido que tiene sus raíces históricas en las
fuerzas políticas que dominaron la dictadura que siguió al golpe
militar) a reconocer la plurinacionalidad de España y la identidad de
Catalunya como nación. Y es inevitable que, de persistir esta
resistencia, rigidez e intransigencia, esta minoría pueda convertirse en
una mayoría, abriéndose así la posibilidad de una desunión de España.
Hoy, los máximos facilitadores de la desunión de España son precisamente
los que justifican su intolerancia y dogmatismo bajo el eslogan de
“defender la unidad de España”.
Los resultados de la Transición inmodélica
Las enormes tensiones que vive hoy
España son resultado de que la mal llamada “cuestión territorial” no
fuera resuelta durante la transición inmodélica, una transición que fue
resultado de un enorme desequilibrio de fuerzas que existía en aquel
momento entre los herederos de los vencedores y los herederos de los
vencidos de la Guerra Civil. Los primeros impusieron su modelo
uninacional (centrado en la capital del Reino, que tiene poco que ver
con el Madrid popular), reprimiendo la visión plurinacional de España.
En este sentido, los famosos artículos 2 y 8 de la Constitución fueron
impuestos por la Corona y por el Ejército (ver mi artículo “Franco ganó
la guerra, la postguerra y la transición”, Público, 26.11.15).
Ahora bien, estamos viendo el fin de
aquel modelo de Estado uninacional. Los crecientes movimientos
contestatarios hacia el Estado uninacional español que han aparecido en
Catalunya, en el País Vasco, en Asturias, en Galicia, en el País
Valenciano, en Cantabria, en Navarra, en las Islas Canarias y también en
Madrid, entre otros, están exigiendo otro Estado que, basado en la
profundización de la democracia, acepte el derecho a decidir de los
distintos pueblos y naciones de España, tal como las izquierdas habían
pedido durante la clandestinidad, en su lucha contra la dictadura de los
vencedores de la Guerra Civil.
La redefinición de España
Es en este contexto que hay que evaluar
lo que está ocurriendo estos días después de las elecciones del 20D,
cuando se está maliciosamente señalando que, tal como ocurrió en 1936,
la demanda de las izquierdas (excepto el PSOE) de redefinir España es,
en realidad, una llamada a romperla. Es importante señalar que, aun
cuando esta respuesta es predecible en las derechas españolas,
caracterizadas por su limitadísima cultura democrática y por su visión
centralista del poder, es incoherente y opuesta a la sostenida por el
PSOE de la clandestinidad, que durante la heroica lucha de la
resistencia antifascista había exigido el derecho a decidir para
Catalunya y para otras naciones y pueblos de España, tal como consta en
los documentos de sus congresos. Fue durante la Transición cuando el
PSOE se adaptó al Estado uninacional español, pasando a formar parte de
él, estableciéndose así un bipartidismo que ha gobernado las
instituciones del Estado central hasta la fecha. Esta adaptación del
PSOE se hizo a costa de renunciar a los principios sostenidos por sus
antecesores.
El bipartidismo en el Estado español
(favorecido por una ley electoral muy poco proporcional) surgió dentro
de un contexto en el que las derechas continuaron siendo enormemente
poderosas. Y este poder incluyó el poder de reprimir la recuperación de
la memoria histórica, es decir, de la historia de este país, continuando
una tergiversación que ocultaba lo que había pasado en el país,
reprimiendo la otra visión de España, a la que se continuó presentando
como la “anti España”, cuando en realidad esta era la España real y
popular, la España plurinacional, que está emergiendo ahora de nuevo. Es
importante subrayar que esta España popular y plurinacional conjugaba
un compromiso con el bienestar social de la población con un respeto y
apoyo a su diversidad plurinacional. No es coincidencia que el Estado
uninacional que ha persistido durante el periodo 1978-2015 haya sido
también un Estado con escasísima dimensión social, siendo uno de los
Estados con menor gasto público social por habitante, con menor gasto
público, con políticas fiscales más regresivas y con mayores
desigualdades de la Unión Europea.
Ni que decir tiene que el PSOE, cuando
gobernó, redujo el enorme déficit de gasto público social que heredó de
la dictadura, aunque sin eliminarlo. El enorme dominio de las derechas
en el aparato del Estado llamado democrático, continuador del Estado
dictatorial, imposibilitó la eliminación de tal enorme déficit del gasto
público social de España. Y la respuesta del gobierno PSOE a la crisis
fue el inicio de las reformas laborales regresivas y de los recortes de
gasto público social que el PP expandió, reformas y recortes que
contribuyeron enormemente a profundizar la crisis y al gran retraso de
su insignificante recuperación. De ahí su enorme pérdida de popularidad.
Su inexistente autocrítica, tanto en las áreas económicas (donde el
candidato Pedro Sánchez nombró como su mayor asesor económico a Jordi
Sevilla, bien conocido neoliberal que aconsejó las bajadas de impuestos
en la época de Zapatero, y a Larry Summers, principal ideólogo de la
desregulación financiera durante el gobierno Clinton, responsable de la
enorme crisis bancaria estadounidense) (ver el documental Inside Job)
como en las áreas políticas (continuando con la defensa del Estado
uninacional), está llevando al PSOE a una situación enormemente
problemática. La defensa de la “unidad de España” es, en este contexto,
la defensa del Estado bipartidista que ha gobernado la España
uninacional. Cuestionar la España uninacional es debilitar al Estado
bipartidista.
La defensa por parte del PSOE del Estado uninacional es la defensa del bipartidismo
Al adoptar el argumento de defender la
unidad de España, el PSOE está, junto con el PP y con Ciudadanos (el
partido del IBEX-35), defendiendo el Estado uninacional responsable del
retraso social de España. No es por casualidad que hoy en España las
fuerzas más comprometidas con los cambios en la esfera social sean
también las más comprometidas en establecer una España plurinacional.
Los programas electorales están ahí para el que los quiera ver. Hoy, las
izquierdas auténticamente transformadoras están pidiendo una revolución
social y democrática, orientada a mejorar el bienestar de las clases
populares, junto con una revolución política, exigiendo una
transformación radical de las mal llamadas instituciones representativas
que incluya la incorporación del derecho a decidir como medida
profundizadora de la deseada democracia. Son estas fuerzas políticas
favorables al cambio las que están generando una enorme resistencia
liderada por el Estado uninacional gobernado por el bipartidismo, que ve
en esta demanda una amenaza no a la unidad de España, sino a la
perpetuación de dicho bipartidismo.
El discurso del Rey: más de los mismo
En este aspecto, el discurso del Rey fue
sumamente predecible, no variando ni un ápice el discurso
característico de la visión uninacional, insistiendo en la necesidad de
obedecer la Constitución y las leyes, sin hacer referencia ni a las
enormes crisis económicas y financieras (consecuencia de la aplicación
de las políticas públicas que los gobiernos españoles han impuesto a los
distintos pueblos y naciones de España) ni al deseo de cambio del
Estado, centrándose, en su lugar, en el deber de los españoles de
defender a la nación española, alertando de que la desobediencia a las
leyes será seriamente castigada, pues (confundiendo leyes con
democracia) indicó que el deber del ciudadano es obedecer las leyes,
haciendo caer sobre aquellos que desobedezcan estas leyes y la
Constitución (el marco de todas las normas) todo el peso del Estado. Y
para remarcar esta alerta, el monarca dio su discurso desde el Palacio
Real, sede del poder borbónico, remarcando el simbolismo de que se
escogiera tal espacio, un espacio central en la historia del imperio
español, imperio conseguido a base de las armas. De ahí que, según la
Constitución, el Jefe del Estado (y nunca mejor utilizada la expresión
de “Jefe del Estado”), el monarca, sea también el Jefe del Ejército.
Por lo visto, se le escapó al monarca la
paradoja que significó que en su discurso se refiriera a las
consecuencias negativas que había tenido para España la falta de respeto
a la ley consensuada por la totalidad de la sociedad, y que lo hiciera
precisamente en el lugar -sede del Poder Real- donde simbólicamente se
había consumado el mayor acto de desobediencia al poder democrático que
ocurrió en España en el siglo XX, cuando una minoría, en el año 1936, se
había impuesto a la mayoría, bajo la presión de las armas. Fue en este
lugar donde el golpista mayor, el General Franco, se declaró
Generalísimo, y también fue en este lugar que se consumó la transición a
la democracia cuando se estableció la Monarquía, incorporada en la
Constitución en un proceso que el Rey definió como fruto de una gran
generosidad, sin aclarar que tal supuesta generosidad (es decir, los que
cedieron más en la Transición, que fueron las izquierdas) fue fruto de
que estas no tenían ninguna otra alternativa si deseaban la democracia.
Este discurso predecible del Rey señala
la dificultad de cambiar el Estado español. Hablar de diálogo, y a la
vez dar tal discurso, es de una contradicción elevada que cuestiona la
sinceridad de la llamada al diálogo. Parece que está orientado más a
estimular la generosidad de los herederos de los vencidos, borrando el
punto de inicio del debate. El enorme dominio de las fuerzas que
pilotaron la Transición explica la dificultad en admitir que hay otra
España, reprimida durante todos estos años, que exige una transformación
política y social del país. Oponerse a esta transformación aduciendo el
argumento de defensa de la “unidad de España” es, una vez más, ocultar
la resistencia de estas fuerzas a perder su poder por encima de todo. Y
así estamos.
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