Setenta y tres primaveras te contemplan.
Casi quince lustros de verlo todo, contar parte y callar mucho. Aunque
lo de estar callado nunca se te ha dado bien, porque no has perdido
ocasión de impartir doctrina siempre que no te jugases el puesto. Casi
siempre moderado, excepto cuando un final laboral estaba cantado y, sin
embargo, debes ahora ver muy lejos tu retiro dorado para mantener este
atronador silencio con la que está cayendo en tu entorno. ¿Qué tienes tú
que perder a estas alturas?, ¿tanto tienes que callar para que esta vez
no hables?
Ha pasado una semana. Una semana de
gracia para darte tiempo a denunciar que tu jefe es un tirano, que no
solo ha amenazado a los medios que han informado, y solo informado,
sobre lo que se ha ido conociendo del caso de Panamá, sino que ha
despedido a colaboradores por haberlo hecho, y ha impuesto condiciones a
la libertad de expresión de sus periodistas si querían seguir
trabajando para él.
Seguramente en toda tu carrera no has
encontrado mejor motivo para denunciar un hecho, y sin embargo lo único
que ha salido de tu boca, y ha sido hoy, es un: “prefiero no decir
nada”. ¿No te da vergüenza después de haber dado tantas lecciones de
ética?
Desde luego no eres el único que calla en ‘tu casa’ mediática. De hecho solo conozco dos excepciones. Una es la de alguien que ha decidido ponerle dignidad a su vida sin ninguna garantía laboral que le cubra las espaldas, y otra es la de tu compañero Javier del Pino, que como mínimo se ha atrevido a desafiar la prohibición de tu jefe. Pero ni una radiostar más.
Ni Gemma Nierga, Montserrat Domínguez, Àngels Barceló, Carles Francino,
y ni mucho menos Pepa Bueno, de la que tampoco se podía esperar
semejante cosa. Allá cada cual con su conciencia. De todas formas
ninguno/a es el gran Iñaki Gabilondo, porque si alguien pesa de verdad,
ese eres tú, el paradigma del periodismo, maestro de maestros, voz grave
de la ética profesional y guía espiritual de las nuevas generaciones.
No me acabo de caer de un almendro, y
más allá de retrancas no te profeso esa admiración común entre los que
no prestan atención a este mundillo del periodismo. Pero sí te tenía por
alguien capaz de sentir vergüenza. Al menos así ha sido hasta ahora.
Hasta ahora.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
Rubén Darío
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