27 mayo 2016
Albert Rivera se ha tenido que ir hasta Venezuela para ver lo que es
el hambre. Le hubiera bastado graduarse la vista, comprarse unas gafas,
darse una vuelta por cualquiera de esos barrios españoles donde la gente
hace cola en los comedores sociales y los pobres tienen que dormir a
las puertas de un banco, acostados entre cartones. Yo mismo le podía
haber presentado a tres o cuatro mendigos de los que viven a salto de
mata y a varias familias destrozadas gracias a las políticas de
austeridad que vota su partido y las medidas neoliberales que defiende.
Aunque según diversas organizaciones (desde Cáritas al Defensor del
Pueblo), hay aproximadamente dos millones de niños con problemas de
nutrición en España, estas cifras no impresionan gran cosa a Albert, que
es Ciudadano sí, pero ante todo Ciudadano del mundo.
Hay gente que viaja para ver monumentos, conocer otras costumbres,
fotografiar animales o follar directamente. Albert Rivera, en cambio, es
de los que les gusta viajar para pasarlo mal, descubrir las miserias
ajenas, practicar el turismo dramático en lugar del turismo sexual. Con
el drama de los opositores venezolanos espera arrancar unos cuantos
votos descarriados, aunque se trata de un caladero de bobos bastante
saqueado ya por las televisiones, radios y demás pesqueros electorales
del PP. Cuyo gobierno, dicho sea de paso, es el mismo que ha vendido a
Maduro las armas con las que la policía reprime las manifestaciones de
los venezolanos descontentos que se echan a las calles.
Albert hasta ha llorado un poco cuando ha oído los testimonios de los
hambrientos, un reflejo que muestra sus grandes dotes de actor y el
buen estado de sus glándulas lagrimales. Lo tenía mucho más fácil y
mucho más cerca si quería convencernos de la legitimidad de su llanto: a
menos de tres horas de avión, podía haber dado un salto hasta el campo
de refugiados de Idomeni, donde más de ocho mil personas, niños
incluidos, están pasándolas putas gracias a las políticas xenófobas de
la Unión Europea y a la eficacia de la policía griega. Con los gases
lacrimógenos Albert no habría tenido el menor problema en dar rienda
suelta a un lloriqueo que ríete tú de Robert De Niro. Pero en Idomeni,
al parecer, los muertos de hambre no son tan rentables como en Venezuela
y además no hay un solo voto que rascar contra Podemos. Mejor guardarse
las lágrimas, que en la miseria siempre ha habido clases.
El teatro del absurdo de Albert Rivera se corresponde con los últimos
grandes fichajes de su partido: Toni Cantó, Felisuco y Agustín Bravo.
Cómicos que dan risa cuando quieren dar pena o que dan pena cuando
quieren dar risa. Eso por no hablar de los intelectuales que lo apoyan,
desde Leticia Sabater a Belén Esteban pasando por Melendi. Es verdad que
también hay gente válida en Ciudadanos, lo que pasa es que el bosque no
nos deja ver los alcornoques. El otro día Bustamante fue a apoyar a sus
amigos, los panas venezolanos, y el pobre hombre ni siquiera se
dio cuenta de que estaba delante de la embajada de Colombia. También
Albert Rivera, antes de su viaje al centro de sus lágrimas, se hizo una
foto delante de la bandera chavista en lugar de usar la de los
opositores. La intención es lo que cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario