Mi querido colega y amigo,
Tengo un pequeño cuento para usted, un cuentecillo anodino. Espero que le guste si llego a contárselo bien, tan bien como aquella que me lo contó.
La tarea no es fácil, porque mi amiga es una mujer de ingenio infinito y palabra libre. Yo no poseo los mismos recursos. No puedo, como ella, prestar esa alegría loca a las cosas que cuento; y, reducido a la necesidad de no utilizar palabras demasiado características, me declaro impotente para encontrar, como usted, los delicados sinónimos.
Mi amiga, que además es una mujer de teatro de gran talento, no me ha autorizado a hacer pública su historia.
Me apresuro, por tanto, a reservar sus derechos de autor en caso de que ella quisiera, un día u otro, escribir la aventura. Lo haría mejor que yo, no lo dudo. Como tiene más experiencia en el asunto, encontraría además mil detalles divertidos que yo no puedo inventar.
Pero vea en qué aprieto me hallo. Desde la primera palabra tendría que encontrar un término equivalente, y lo querría genial. La tos no es cosa mía. Para que me comprendan necesito al menos un comienzo o una perífrasis a la manera del abate Delille:
Tengo un pequeño cuento para usted, un cuentecillo anodino. Espero que le guste si llego a contárselo bien, tan bien como aquella que me lo contó.
La tarea no es fácil, porque mi amiga es una mujer de ingenio infinito y palabra libre. Yo no poseo los mismos recursos. No puedo, como ella, prestar esa alegría loca a las cosas que cuento; y, reducido a la necesidad de no utilizar palabras demasiado características, me declaro impotente para encontrar, como usted, los delicados sinónimos.
Mi amiga, que además es una mujer de teatro de gran talento, no me ha autorizado a hacer pública su historia.
Me apresuro, por tanto, a reservar sus derechos de autor en caso de que ella quisiera, un día u otro, escribir la aventura. Lo haría mejor que yo, no lo dudo. Como tiene más experiencia en el asunto, encontraría además mil detalles divertidos que yo no puedo inventar.
Pero vea en qué aprieto me hallo. Desde la primera palabra tendría que encontrar un término equivalente, y lo querría genial. La tos no es cosa mía. Para que me comprendan necesito al menos un comienzo o una perífrasis a la manera del abate Delille:
La toux dont il s'agit ne vient point de la gorge.
La tos de que se trata no proviene de la garganta
*
Dormía (mi amiga) al lado de un hombre amado. Era durante la noche, por supuesto.Al hombre ella lo conocía poco, o, mejor dicho, desde hacía poco. Estas cosas ocurren a veces, en el mundo del teatro principalmente. Dejo que los burgueses se asombren. En cuanto a dormir al lado de un hombre, qué importa que se lo conozca poco o mucho, eso no modifica apenas la forma de actuar en el secreto del lecho. Si yo fuera mujer, preferiría, creo, los amigos nuevos. Deben de ser más amables, desde todos los puntos de vista, que los habituales.
En lo que se llama la buena sociedad, hay una forma de ver diferente y que no es la mía. Lo lamento por las mujeres de esa sociedad; pero me pregunto si la forma de ver modifi ca sensiblemente la manera de actuar...
Así pues, dormía al lado de un amigo nuevo. Es esa una cosa delicada y extremadamente difícil. Con un compañero antiguo, una está tranquila, no se preocupa, puede una darse la vuelta a su antojo, lanzar patadas, invadir las tres cuartas partes del colchón, tirar de toda la manta y envolverse en ella, roncar, gruñir, toser (digo toser a falta de otra cosa) o estornudar (¿qué le parece estornudar como sinónimo?)
Pero, para llegar a ese punto, se necesitan por lo menos seis meses de intimidad. Y me refi ero a gente que posea un temperamento familiar. Los demás siempre mantienen ciertas reservas, que por mi parte apruebo. Pero quizá no tengamos la misma forma de sentir sobre esa materia.
Cuando se trata de una nueva relación que podemos suponer sentimental, hay que tomar evidentemente algunas precauciones para no molestar al vecino de cama, y para conservar cierto prestigio, cierta poesía y cierta autoridad.
Ella dormía. Pero de repente un dolor interno, lancinante, móvil, la recorrió. Empezó en la boca del estómago y se puso a rodar descendiendo hacia... hacia... hacia las gargantas inferiores con un discreto ruido de trueno intestinal.
El hombre, el amigo nuevo, yacía tranquilo, de espaldas, con los ojos cerrados. Ella lo miró de reojo, inquieta, vacilante.
Usted, colega, se habrá encontrado en un estreno de teatro, con un catarro en el pecho. Toda la sala está ansiosa, palpita en medio de un silencio absoluto; pero usted ya no escucha nada, aguarda, enloquecido, un momento de ruidos para toser. A lo largo de su garganta se producen unos cosquilleos, unos picores espantosos. Finalmente ya no aguanta más. Peor para los vecinos. Y usted tose. Todo el teatro grita: «A la calle».
Ella se hallaba en el mismo caso, atormentada, torturada por unas ganas locas de toser. (Cuando digo toser, entiendo que usted hace la transposición).
Él parecía dormir; respiraba con calma. Desde luego, dormía.
Ella se dijo: «Tomaré mis precauciones. Trataré de soplar únicamente, muy despacio, para no despertarlo». E hizo como los que esconden la boca bajo la mano y se esfuerzan por despejar sin ruido su garganta, expectorando el aire con habilidad.
Sea que lo hiciese mal, sea que la comezón fuera demasiado fuerte, tosió.
Al punto perdió la cabeza. Si él la había oído, ¡qué vergüenza! ¡Y qué peligro! Oh, ¿y si por casualidad no dormía? ¿Cómo saberlo? Lo miró fijamente, y a la luz de la lamparilla de noche le pareció ver una sonrisa en su rostro de ojos cerrados. Y si se reía... entonces no dormía... ¿y si no dormía?...
Con su boca, la verdadera, trató de producir un ruido parecido para... confundir a su compañero.
No se parecía nada.
Pero ¿dormía él?
Ella se volvió, se agitó, lo empujó para saberlo con seguridad.
Él no se movió.
Entonces ella se puso a canturrear.
El señor no se movía.
Fuera de sí, lo llamó: «Ernest».
Él no hizo ningún movimiento, pero respondió al punto:
«¿Qué quieres?»
A ella le palpitó el corazón. Él no dormía; ¡no había estado dormido nunca!...
Le preguntó:
«¿No duermes entonces?»
Él murmuró con resignación:
«Ya lo ves».
Enloquecida, ya no sabía qué decir. Por fin continuó:
«¿No has oído nada?»
Él respondió, siempre inmóvil:
«No».
Ella sentía que le venían unas ganas locas de abofetearlo, y, sentándose en la cama:
«Pues me ha parecido...
-¿Qué?
-Que alguien andaba por la casa».
Él sonrió. Sí, esta vez le había visto sonreír, y él dijo:
«Déjame en paz, hace media hora que estás dándome la lata».
Ella se estremeció.
«¿Yo?... Me parece algo exagerado. Acabo de despertarme. Entonces ¿no has oído nada?
-Sí.
-¡Ah!, por fin, has oído algo. ¿Qué?
-¡Han... tosido!»
Ella dio un brinco y exclamó irritada:
«¡Que han tosido! ¿Dónde? ¿Quién ha tosido? Pero ¿estás loco? Responde».
Él empezaba a perder la paciencia.
«¿Quieres acabar con esa murga? Sabes de sobra que has sido tú».
Esta vez ella se indignó, chillando:
«¿Yo? ¿Yo? ¿Yo? ¿Qué yo he tosido? ¿Yo? ¡Que yo he tosido! Ah, está usted insultándome, ultrajándome, despreciándome. Pues bien, ¡adiós! No voy a quedarme al lado de un hombre que me trata así».
E hizo un movimiento enérgico para salir de la cama.
Él continuó con una voz fatigada, queriendo la paz a cualquier precio:
«Venga, tranquilízate. He sido yo el que ha tosido».
Pero en ella se produjo un nuevo sobresalto de ira.
«¿Cómo? ¿Que usted ha... tosido en mi cama... a mi lado,... mientras yo dormía? Y lo confi esa. Es usted innoble. Y cree que voy a permanecer junto a hombres que... tosen a mi lado... Pero ¿por quién me toma?
Y se puso de pie en la cama, tratando de pasar por encima para irse.
Él la cogió tranquilamente de los pies y la hizo tenderse a su lado, y se reía, burlón y alegre:
«Venga, Rose, tranquilízate de una vez. Has tosido. Porque has sido tú. Yo no me quejo, no me des la lata; estoy contento incluso. Pero vuelve a la cama, caray».
Esta vez ella escapó de un brinco y saltó al cuarto; y buscaba fuera de sí sus ropas, repitiendo:
«Que se cree usted que voy a quedarme junto a un hombre que permite a una mujer... toser en su cama. Es usted innoble, querido».
Entonces él se levantó y, para empezar, la abofeteó. Luego, como ella se debatía, la acribilló a capones y, cogiéndola en volandas, la lanzó hasta la cama.
Y cuando ella estaba echada, inerte y llorando de cara a la pared, él se acostó de nuevo a su lado; luego, volviéndole la espalda también, tosió..., tosió con accesos... con silencios y repeticiones. A veces preguntaba: «¿Tienes bastante?», y como ella no respondía, él volvía a empezar.
De repente ella se echó a reír, pero se echó a reír como una loca, gritando: «¡Qué divertido! ¡Ay, qué divertido!»
Y lo cogió bruscamente en sus brazos, uniendo su boca a la de él, murmurándole entre los labios: «Te quiero, gatito mío».
Y no volvieron a dormirse... hasta el amanecer.
*
Esta es mi historia, mi querido Silvestre. Perdóneme esta incursión en su dominio. También esta es una palabra impropia. No es «dominio» lo que habría que decir. Me divierte usted tan a menudo que no he podido resistir al deseo de arriesgarme un poco tras sus pasos.Pero seguirá siendo suya la gloria de habernos abierto, ampliamente, esa vía.
Este cuento se lo dedico a NH,
un ser muy escatológico, divertido y maravilloso.
Hay teorías para todo... que yo NO comparto.
Las personas que se tiran pedos junto a su pareja tienen una relación más duradera.Al hacer cosas ridículas en pareja, los lazos afectivos toman fuerza y beneficia mucho la relación. Esto lo confirma Leah DeCesare, quien público un artículo en el portal cibernético Family Share, donde relata la primera vez que se tiro una flatulencia junto a su marido.
Miromesnil-Tourville sur arques, (1850-1893). Guy de Maupassant vivió una adolescencia plagada de fecundas contradicciones e influida de forma absoluta por Gustave Flaubert,
quien le enseñó el arte de escribir. Tras participar en la guerra
franco-prusiana, durante años alternó su trabajo como funcionario con su
producción literaria. Su éxito como escritor corrió paralelo a su
progresiva locura y a sus delirios de grandeza. Sin embargo, el conjunto
de su obra le ha llevado a ser considerado como uno de los grandes
maestros del género fantástico, situándolo en la línea de Poe y Conan Doyle.
Los cuentos completos de Guy de Maupassant están editado por PÁGINAS DE ESPUMA
En la historia de la narrativa breve hay un nombre que destaca por encima del resto:
Guy de Maupassant (1850-1893), autor considerado el
gran maestro del cuento europeo y autor de títulos universalmente
conocidos como «Bola de sebo» o «El Horla».
Esta edición en dos volúmenes, preparada y traducida por Mauro Armiño, Premio Nacional de Traducción y el más reputado especialista en la obra de Maupassant, recoge los 301 relatos que forman los Cuentos completos del autor francés. Una edición definitiva que incluye una primera parte donde el lector podrá encontrar lo siguiente:
Introducción. Mauro Armiño dedica un estudio
profundo a la vida y a la obra del autor, y nos introduce en los
ambientes de finales del siglo XIX francés, donde encontraremos
personajes como Flaubert, los hermanos Goncourt, Zola...
Clasificación temática. Aquí destacan los
siguientes: Adulterio, Amor, Arte de amar, Asesinato, Celos, Cementerio,
Diablo, Dinero, Dios, Divorcio, Enfermedad, Familia, Fantástico,
Guerra, Herencia, Hijos, Joven seducida, Libertinaje, Matrimonio, Mujer,
Muerte, Paternidad, Prostitución, Religión, Suicidio, Vejez, Viaje,
Violación...
Resumen de las tramas. Valioso instrumento para acercarse a los cuentos y para recordar lo que se ha leído, dispuesto en orden alfabético.
Adaptaciones. Todas los cuentos que han tenido adaptaciones teatrales y cinematográficas.
Cuadro cronológico. La biografía de Maupassant y el marco histórico en el que se produjo.
Bibliografía. Cuándo publicó, y dónde, Maupassant sus cuentos, además de ediciones españolas y estudios sobre el autor y su obra.
Esta edición de los cuentos incluye un aparato crítico en el que
siempre se da la fecha de publicación original del cuento, además de
referencias a cuestiones culturales, políticas, y de la vida cotidiana
de la Francia de finales del siglo xix.
Apéndice. Después de los 301 cuentos, al final del
volumen II se incluyen seis inclasificables textos, que van de la
fantasía sin límites hasta un semiensayo sobre la literatura fantástica.
Índice alfabético de títulos en español y en francés, para una fácil localización de los cuentos.
Existe controversia acerca del lugar exacto de su nacimiento, generada por el biógrafo fecampés Georges Normandy en 1926. Según una primera hipótesis, habría nacido en Fécamp, en el Bout-Menteux, el 5 de agosto de 1850. Según la otra hipótesis habría nacido en el castillo de Miromesnil, en Tourville-sur-Arques,
a ocho kilómetros de Dieppe, como establece su partida de nacimiento.
No obstante, todo parece apuntar a que el auténtico lugar de nacimiento
fue este último.
Tuvo una infancia como la de cualquier muchacho de su edad, si bien
su madre lo introdujo a edad temprana en el estudio de las lenguas
clásicas. Su madre, Laure, siempre quiso que su hijo tomara el testigo
de su hermano Alfred Le Poittevin, a la sazón íntimo amigo de Flaubert,
cuya prematura muerte truncó una prometedora carrera literaria. A los
doce años, sus padres se separaron amistosamente. Su padre, Gustave de
Maupassant, era un indolente que engañaba a su esposa con otras mujeres.
La ruptura de sus padres influyó mucho en el joven Guy. La relación con
su padre se enfriaría de tal modo que siempre se consideró un huérfano
de padre. Su juventud, muy apegada a su madre, Laure Le Poittevin, se
desarrolló primero en Étretat, y más adelante en Yvetot, antes de marchar al liceo en Ruan. Maupassant fue admirador y discípulo de Gustave Flaubert
al que conoció en 1867. Flaubert, a instancias de la madre del escritor
de la cual era amigo de la infancia, lo tomó bajo su protección, le
abrió la puerta de algunos periódicos y le presentó a Iván Turgénev, Émile Zola y a los hermanos Goncourt.
Flaubert ocupó el lugar de la figura paterna. Tanto es así, que incluso
se llegó a decir en algunos mentideros parisinos que Flaubert era su
padre biológico.
El escritor se trasladó a vivir a París con su padre tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana
de 1870. Comenzó a estudiar Derecho, pero reveses económicos familiares
y la mala relación con su padre le obligaron a dejar unos estudios que,
de por sí, ya no le convencían y a trabajar como funcionario en varios
ministerios, hasta que publicó en 1880 su primera gran obra, «Bola de sebo», en Las veladas de Médan, un volumen naturalista preparado por Émile Zola
con la colaboración de Henri Céard, Paul Alexis, Joris Karl Huysmans y
Léon Hennique. El relato, de corte fuertemente realista según las
directrices de su maestro Flaubert, fue calificado por este como una
obra maestra.
Su presencia en Las veladas de Médan y la calidad de su
relato, permitió a Maupassant adquirir una súbita y repentina notoriedad
en el mundo literario. Sus temas favoritos eran los campesinos
normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios,
la guerra franco-prusiana de 1870, las aventuras amorosas o las
alucinaciones de la locura: La Casa Tellier (1881), Los cuentos de la becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los cuales se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad.
Su vida parisina y de mayor actividad creativa, transcurrió entre la
mediocridad de su trabajo como funcionario y, sobre todo, practicando
deporte, en particular el remo al que se entregó con denuedo en los
pueblos de los alrededores de París en compañía de amistades de dudosa
reputación. De vida díscola y sexualmente promiscuo,jamás se le conoció un amor verdadero; para él el amor era puro
instinto animal y así lo disfrutaba. Escribió al respecto: «El individuo
que se contente con una mujer toda su vida, estaría al margen de las
leyes de la naturaleza como aquel que no vive más que de ensaladas». Y por añadidura, el carácter dominante de su madre lo alejó de cualquier relación que se atisbase con un mínimo de seriedad.
Tras su carácter pesimista, misógino y misántropo, se encontraba la poderosa influencia de su mentor Gustave Flaubert y las ideas de su filósofo de cabecera, Schopenhauer. Abominaba de cualquier atadura o vínculo social, por lo que siempre se negó a recibir la Legión de Honor
o a considerarse miembro del cenáculo literario de Zola, al no querer
formar parte de una escuela literaria en defensa de su total
independencia. El matrimonio le horrorizaba; suya es la frase «El matrimonio es un
intercambio de malos humores durante el día y de malos olores durante la
noche». No obstante, pocos años después de su muerte, un periódico
francés, L'Eclair, informó de la existencia de una mujer con la que habría tenido tres hijos. Identificada en ocasiones por algunos biógrafos con la "mujer de gris", personaje que aparece en las Memorias de su criado François Tassart, se llamaba Josephine Litzelmann, natural de Alsacia y, sin duda, judía.
Los hijos se llamaban Honoré-Lucien, Jeanne-Lucienne y Marguerite. Si
bien sus supuestos tres hijos reconocieron ser hijos del escritor, nunca
desearon la publicidad que se les dio.
Atacado por graves problemas nerviosos, síntomas de demencia y pánico
heredados —reflejados en varios de sus cuentos como el cuento Quién sabe, escrito ya en sus últimos años de vida— como consecuencia de la sífilis, intentó suicidarse
el 1 de enero de 1892. El propio escritor lo confesó por escrito:
«Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero, ante todo, tengo
miedo de la espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la
cual pierdo el dominio y a la cual turbia un miedo opaco y misterioso». Tras algunos intentos frustrados, en los que utilizó un abrecartas para
degollarse, fue internado en la clínica parisina del Doctor Blanche, donde murió un año más tarde. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, en París.
Maupassant está considerado uno de los más importantes escritores de
la escuela naturalista, cuyo máximo pontífice fue Émile Zola, aunque a
él nunca le gustó que se le atribuyese tal militancia. Es cierto que fue
un fotógrafo de su tiempo y su doctrina literaria está recogida en el
prólogo que escribió para su novela Pierre et Jean, donde
escribió: «La menor cosa tiene algo de desconocido. Encontrémoslo. Para
descubrir un fuego que arde y un árbol en una llanura, permanezcamos
frente a ese fuego y a ese árbol hasta que no se parezcan, para
nosotros, a ningún otro árbol ni a ningún otro fuego». Para el
historiador Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la segunda mitad del siglo XIX, se encontraba muy lejano ya del furor del Romanticismo, fue «una figura singular, casual y solitaria».
Su prosa tiene la virtud de ser sencilla pero directa, sin
artificios. Sus historias, variopintas, transmiten con una fidelidad
absoluta la sociedad de su época. Pero lo que más lo caracteriza es lo
impersonal de su narración; jamás se involucra en la historia y se
manifiesta como un ser omnisciente que se limita a describir
detalladamente sus observaciones. No en vano, está considerado como uno
de los mayores cuentistas de la historia de la literatura. En los
últimos años de su vida, e influenciado por el éxito de Paul Bourget,
abandonó el relato de costumbres o realista, para experimentar con la
novela psicológica, con la que tuvo bastante éxito. Es en esta etapa
donde abandona su visión impersonal para profundizar más en el alma
atormentada de sus personajes, probablemente un reflejo del tormento que
sufría la suya. Siempre padeciendo grandes migrañas, abusó del consumo
de drogas, como la cocaína y el éter, que potenciaban más su talento
natural y le proporcionaban estados alterados de conciencia que lo
hacían sufrir alucinaciones y otras visiones que a la postre
condicionarían su narrativa fantástica o de terror.
Fue tanta la influencia que ejerció sobre otros autores que llegó a ser uno de los más plagiados. Era admirado por Chéjov, León Tolstói, Horacio Quiroga y un largo etcétera. Pero sin duda, el autor que más lo plagió fue el italiano Gabriele D'Annunzio. En su antología de narraciones Cuentos del río Pescara
podemos encontrar historias y pasajes copiados literalmente de algunos
cuentos de Maupassant. Otro de los que plagió al autor francés fue Valle Inclán, en su primer libro Femeninas, donde en el relato Octavia Santino reproduce fielmente la escena final del libro de Maupassant, Fort comme la mort.
Cine inspirado en Maupassant
- Le Rosier de Madame Husson (1931) - Bernard Deschamps (basada en el cuento del mismo título)
- El expreso de Sanghai (1932) - Josef Von Sternberg (basada en Bola de sebo)
- La mujer del puerto (1934) -Arcady Boytler (basada en El puerto)
- Une Partie de Campagne (1936) - Jean Renoir (basada en el cuento del mismo título)
- La Diligencia (1939) - John Ford (basada en Bola de sebo)
- Bel Ami (1939) - Willi Forst (basada en la novela del mismo título)
- Romanza en tono menor (1943) - Helmut Käumer (basado en los relatos Las joyas y El ordenanza)
- Mademoiselle Fifi (1944) - Robert Wise (basado en Bola de Sebo y Mmlle. Fifi)
- Boule de suif (1945) - Christian Jacque (basado en el relato del mismo título)
- El buen mozo (1946) - Antonio Momplet (basado en la novela Bel-Ami)
- Los asuntos privados de Bel Ami (1947) - Albert Lewin (basado en la novela Bel Ami)
- La mujer del puerto (1949) - Emilio Gómez Muriel (basado en El puerto)
- Le Rosier de Madame Husson (1850) -Jean Boyer (basada en el relato del mismo título)
- Una mujer sin amor (1951) - Luis Buñuel (inspirado en Pierre et Jean)
- Le plaisir (1952) - Max Ophuls (basada en La máscara, la Casa Tellier y El modelo)
- Bel Ami (1955) - Louis Daquin (basada en la novela Bel-Ami)
- Masculin, Feminin (1966) - Jean Luc Godard (basada en La mujer de Paul)
- Pena de muerte (1973) - Jorge Grau (basada en Loco)
- Guy de Maupassant (1981) - Michel Drach (biografía)
- La mujer del puerto (1991) - Arturo Ripstein (basada en El Puerto)
- Enróllatela como puedas (1999) - Frederic Golchan (basada en Mosca. Recuerdos de un remero)
- Bel Ami (2011) - Declan Donnellan y Nick Ormerod (basado en Bel-Ami)
- Cocote, historia de un perro (2015) - Pacheco Iborra (basada en Mademoiselle Cocotte)
No hay comentarios:
Publicar un comentario