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martes, 22 de noviembre de 2016

leer para follar... Javier Gómez Santander



Javier Gómez Santander
11/09/2016 
A leer, de tanto untarle con el debe, le han dejado romo el atractivo. Los apologistas de la lectura, repartidos por colegios, familias y ministerios, llevan décadas bombardeando a niños inocentes con monsergas aprendidas de memoria. Que si leer es muy necesario. Que si no se puede ir por la vida sin coger un libro. Que si sin novelas no se rellena la cabeza. 
Que si, oh, terrores, si quieres saber del amor, tendrás que leer poesía. En definitiva, a los chavales se les intenta hacer creer que o lees o te conviertes en un reducido mental por vocación que no será capaz de gestionar el flujo de sus propios residuos metabólicos.
 Evidentemente, un ser humano medio tarda poco tiempo en comprobar que esto es mentira. Les basta con levantar la vista del libro una vez para ver que se puede ir por la vida sin leer y conducir un BMW. O poner un canal de esos de videoclips en los que las letras son tan tontas que, aunque pretendan exponer sentimientos similiamorosos, sólo alcanzan a decir: «No he leído en mi vida y mira dónde estoy. Lo único que importa en este mundo es peinarse»
 En el mejor de los casos, el chaval no será tonto. Sospechará que no todo en la vida es videoclip y BMW de dudosa procedencia, así que es probable que se ponga a leer. Pero leerá por miedo a devenir en ignorante; por huir de una vida con subwoofer y Seat León, por huir de años llenos de sanjacobos y televisión siempre puesta, de mesa portátil en el sofá, de novias que mascan chicle o de ir por ahí en moto con el casco puesto en el codo. Leerá, pero leerá por huir, leerá por un debe, leerá porque es muy necesario para ser culto. Y eso es, inevitablemente, el preámbulo de un fracaso. 
 Si se quiere meter en la lectura (y no sé si esto es en sí mismo bueno) a la juventud hay que decirle la verdad: si lees vas a follar más. Leer te convertirá en un seductor para toda la vida, no hasta que te aguanten los pectorales o las tetas en su sitio. Leyendo se hace uno más rápido, más imprevisible y más ágil. Leyendo se aprende a encandilar. 

 Leyendo se le recuerda al cerebro cuál es su ritmo, se le apacigua, se le echa de comer. Y eso te devuelve al mundo con una sonrisa cabrona, una mirada que ve más allá y unas palabras como navajas que hacen que a tu paso se vayan abriendo bocas. Esto, y no lo de ser más culto, es lo que pasa con la lectura. Alguien tenía que decíroslo.

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