Javier Carrasco
Redactor de Economía de EL MUNDO
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. | José Aymá
En mi casa somos de derechas desde los Reyes Godos, como mínimo. Hemos sido muy de Carlos V, Felipe II, Narváez, la CEDA y hasta del Generalísimo Franco.
No nos ha faltado cintura para adaptarnos a las circunstancias. Hasta
hemos votado al PP en distintas elecciones, bien es verdad que con
desgana porque no es un partido arrebatador. Más bien todo lo contrario.
De sus líderes poco se puede decir, salvo subrayar su ausencia de
carisma y la virtud de la paciencia para que sus adversarios -González y
Zapatero- se consumieran en la hoguera de sus errores, sin mayor mérito
que el de esperar a que la fruta madura cayera del árbol.
Hablo, pues, con la autoridad que me confiere el haber
pertenecido a una familia conservadora desde tiempos inmemoriales. No
somos sospechosos de bolchevismo, pero tampoco tenemos una venda en los
ojos. En suma, no somos gilipollas. Observamos, escuchamos, leemos y
tenemos memoria. Por eso me extraña que aún haya gente de derechas que se crea los argumentos de Rajoy y su tropa.
La candidez de esas personas me conmueve. Por suerte, son muchos más
los votantes del PP que se sienten engañados con este Gobierno porque ha
hecho todo lo contrario de lo que prometió en las pasadas elecciones.
Actúa como un ejército de pollos sin cabeza. ¡Qué crédito puede tener un
Ejecutivo que sube los impuestos, abarata el despido, nacionaliza
bancos y se comporta como si nada hubiera ocurrido!
Claro que siempre les queda a mano al desdichado Zapatero. ¡Es
la maldita herencia!, nos dicen. ¡Nos engañaron con el déficit!,
proclaman a quienes les quieren oír. Pero esa patraña, de tantas veces
escuchada, ya no cuela. Si los elegimos es porque sabíamos que los
socialistas, además de pésimos gobernantes, eran mentirosos. ¿A qué
cuento viene sorprenderse? ¿Acaso no sabían que heredaban un erial?
¿Tiene ZP la culpa del agujero de Bankia o de la bancarrota de las
comunidades del PP? Los españoles les dieron una mayoría absoluta no
para buscar excusas sino para aportar soluciones. Cierto es que ha
pasado poco tiempo para ver los frutos, que se necesita al menos un año
para percibirlos, pero no deja de ser preocupante que hoy la situación del país sea mucho peor que hace seis meses.
Si en este junio trágico España es sometida a alguna clase de
intervención, aunque el Gobierno la disimule con un vocabulario
interesado, la responsabilidad principal habrá sido de Rajoy, el hombre
que sabía lo que tenía que hacer para sacarnos de la crisis, pero que
ahora anda perdido en su laberinto. De momento, del presidente sólo nos llegan sus dudas y sus zozobras.
No es, desde luego, la mejor manera de tranquilizarnos. Creíamos haber
encontrado un líder y vemos que sólo es un político vacilante, ambiguo y
muy superado por los acontecimientos
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