El funcionamiento actual de los bancos europeos ha resultado ser muy
intestable, por lo que el autor propone un nuevo modelo que facilite la
unión bancaria y que resulte viable políticamente.
Antonio Quero - 31/10/2012 - 07:42
Mervyn King, Gobernador del Banco de Inglaterra, califica al modelo
bancario actual como el peor posible. ¿Cómo puede uno de los guardianes
del templo de la City londinense lanzar semejante carga de profundidad
sobre el sistema financiero?
King no es el único ni el primero en afirmarlo. El modelo bancario
actual es intrínsecamente inestable al prestar a medio y largo plazo un
dinero, los depósitos, que debe a corto plazo. Es un sistema triplemente
defectuoso: es ilíquido por definición, por lo que en momentos de
incertidumbre se tambalea y conduce a rescates bancarios; deja el
proceso de creación de dinero en manos de los bancos, cuyo
comportamiento procíclico alimenta las burbujas y agrava las recesiones;
y es abusivo: los bancos se lucran con los depósitos a la vista sin
retroceder parte del beneficio al depositante, al revés, le cobran por
gestionarlos.
Se han inventado mecanismos para conjurar el riesgo de iliquidez,
como el rol de prestamista de última instancia de los bancos centrales o
los fondos de garantías de depósitos. Pero el resultado ha sido alentar
un riesgo igual o mayor: el llamado riesgo moral, aquel por el que los
bancos descuidan la calidad de su cartera crediticia y el equilibrio de
sus balances, confiados en que serán rescatados si las cosas se tuercen.
Las cosas, tarde o temprano, acaban torciéndose, dando lugar a la
transformación de las crisis bancarias en crisis de deuda pública, como
Reinhart y Rogoff han demostrado con prolijidad empírica.
Los efectos procíclicos se verán ligeramente moderados gracias a los
requisitos de capital de las reglas de Basilea III. Sin embargo, en
cuanto al desequilibrio en la relación banco/depositante, muy poco se ha
hecho salvo vigilar los abusos en el cobro de comisiones.
Si el sistema actual ha acabado imponiéndose es por su facultad para
inyectar en la economía esos recursos considerables que son los
depósitos, además de la influencia de la banca sobre el poder político
para que no reforme un modelo que le procura la materia prima a tan bajo
coste. Mervyn King no niega dicha facultad, pero se pregunta si vale la
pena a la luz de los elevados costes económicos y sociales que supone
regularmente.
Ahora la Unión Europea pretende desconectar el riesgo bancario del
riesgo soberano con el proyecto de unión bancaria. La agregación aporta
algo más de estabilidad, sin duda, pero ni convierte al sistema en
definitivamente estable, ni retira a los bancos el poder de crear
dinero, ni remunera mejor al depositante.
Otros modelos más estables y beneficiosos para la economía han
existido en la historia y han sido defendidos por economistas de
relieve, como Fisher, Friedman o Tobin. El modelo más habitualmente
citado es el llamado narrow banking, consistente en separar la
actividad de captación de depósitos, confiándola a entidades privadas
que sólo pueden invertir los depósitos en activos líquidos seguros, como
títulos de Estado por ejemplo, de la de concesión de crédito, en manos
de los bancos a partir de sus fondos propios y del capital que capten en
el mercado. King lo ha defendido y John Kay, profesor de la London
School of Economics, lo propuso a la Comisión Vickers para la reforma
financiera británica. Ésta lo desechó por la supuesta reducción del
crédito que conllevaría, así como por la insuficiencia de activos
líquidos seguros en los que invertir los depósitos.
También suscita atención, en una versión actualizada tras la
publicación de un estudio reciente del FMI, el Plan Chicago de 1933,
descrito en el libro 100% Money de Irving Fisher. Este Plan
proponía una reforma monetaria radical para que el crédito estuviera
íntegramente respaldado por dinero emitido por el Estado. Como ha
confirmado el FMI, permite un mejor gobierno del ciclo económico,
erradica los pánicos bancarios y reduce drásticamente la deuda pública y
privada. Wall Street consiguió que no prosperara en el Congreso
estadounidense, haciéndolo desaparecer de los borradores iniciales de la
Banking Act de 1935. Hoy se le achaca la misma debilidad, su difícil
viabilidad política.
Hemos elaborado una propuesta que
supera, en nuestra opinión, las anteriores objeciones. Se trata de una
reforma bancaria, no monetaria, pero con efectos prácticos similares al
Plan Chicago. Consiste en centralizar los depósitos en una entidad
pública independiente y continuar destinándolos al crédito a través de
la intermediación de los bancos. La estabilidad la procura la
circularidad de las transferencias en el seno de la entidad, que
funciona como una cámara de compensación y elimina el riesgo de
iliquidez. La quiebra de un banco solo afecta a sus accionistas y
acreedores, desapareciendo el chantaje del rescate bancario. La
disponibilidad de una cuenta gratuita en la entidad central es un
derecho de cada ciudadano. La competencia entre bancos es más efectiva
al eliminarse la traba a la movilidad que significa la domiciliación de
nóminas y facturas. La entidad central ejerce de mercado interbancario
de cara a los bancos, ofreciéndoles una fuente de financiación
permanente a precio competitivo y asegurando el flujo del crédito
incluso en épocas de crisis. Las exigencias prudenciales de la entidad
central a la hora de financiar a los bancos permiten una mejor
correlación entre la economía financiera y la economía real.
La custodia de los depósitos y la integridad del sistema de pagos son
servicios de interés general que justifican la centralización, del
mismo modo que la emisión de moneda es un monopolio de los bancos
centrales. La gobernanza de la entidad está diseñada para garantizar a
la vez la profesionalidad de la misma y su control último por parte de
los depositantes, la ciudadanía.
La transición al nuevo modelo es menos compleja que, por ejemplo, la
introducción física del euro en 2002. En pocos meses puede producir los
efectos estabilizadores deseados ya que el primer paso es de orden
jurídico y financiero, relativamente simple de ejecutar, consistente en
transferir el derecho de uso por cuenta propia de los depósitos de los
bancos a la entidad central, la cual garantizaría al principio a
aquéllos una financiación equivalente al volumen de depósitos que
gestionaban. Los clientes seguirían acudiendo a su oficina bancaria
habitual. Progresivamente, los criterios de solidez del balance y de
calidad de la cartera crediticia serían prioritarios a la hora de
prestar a un banco, mientras que la red bancaria se iría diferenciando
en oficinas de la entidad de depósitos y establecimientos de crédito. Su
implantación en un país de la zona euro es compatible con la
arquitectura monetaria de la misma y la normativa comunitaria. Su
generalización alumbraría una unión bancaria realmente sólida y estable.
¿Tiene viabilidad política? Atendiendo a los ingresos públicos
importantes que genera el préstamo de los depósitos y a la posibilidad
de gestionar la liquidez de acuerdo con el interés general, permitiendo
por ejemplo el auto-rescate del Estado español sin riesgo ni laxismo,
sumado a los beneficios antes descritos, acumula ventajas más que
suficientes para debatir urgentemente su aplicación.
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