Por fin un blog que se va a preocupar de nosotros, los animales racionales .
Gracias... Harold
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos
animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la
voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque
los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten. Como
el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Editamos Ruth Toledano, Concha López y Paula González Carracedo. Escriben también Marta Navarro, Lucía Arana, Julio Ortega Fraile y Kepa Tamames, entre otros.
Editamos Ruth Toledano, Concha López y Paula González Carracedo. Escriben también Marta Navarro, Lucía Arana, Julio Ortega Fraile y Kepa Tamames, entre otros.
Por qué El caballo de Nietzsche
Consejo editorial de El caballo de Nietzsche
Ocurrió en Turín, el 3 de enero de 1889. Friedrich
Nietzsche cruza la plaza Carlo Alberto y se topa con un cochero que
azota con el látigo a su caballo, rendido, agotado, resignado, doblegado
en el suelo. Nietzsche, hondamente dolido, herido en lo más profundo de
su alma, se arroja sobre el caballo y lo abraza.
Los
relatos del incidente varían según los autores. Unos dicen que le
susurró palabras que solo él, el caballo, podía oír. Otros dicen que
permaneció en silencio, llorando, quizá hablándole sin pronunciar
palabra. Pero todos coinciden en que fue un episodio crucial en la vida
del filósofo alemán: el momento en el que perdió lo que la humanidad
llama “razón” y, de alguna forma, rompió para siempre con esa misma
humanidad, que lo consideró desde entonces un perturbado. Permaneció
junto al caballo hasta que fue detenido por desórdenes públicos. Sabemos
lo que pasó después con Nietzsche, pero no hemos sabido qué fue de
aquel caballo.
Podemos pensar, como escribió Milan Kundera en La insoportable levedad del ser,
que en aquel momento Nietzsche pedía perdón al caballo en nombre de la
humanidad, en nombre de Descartes. Queremos pensar que le pidió perdón
porque la humanidad, al construir su relación con los animales, eligiera
a Descartes frente a, por ejemplo, Pitágoras. Porque se apoyara en
Descartes y no en Pitágoras para interpretar el “dominio” que, según el
Génesis, Dios otorgó a los humanos sobre los demás animales.
Hay palabras en el Génesis que nos podrían haber permitido construir
esa relación sobre el respeto, sobre una premisa de protección de los
“superiores” sobre los “débiles”, incluso sobre el amor. Pero los
humanos optaron por interpretar que podemos ejercer de dueños y señores
de cuanto nos rodea, y la historia de la humanidad es la del uso a su
antojo y el abuso del resto de los animales.
En ese
proceso, Descartes es causa y efecto. Como recuerda Kundera, Descartes
definió a los animales no humanos como máquinas vivientes, “machina
animata”, seres carentes de alma y, por tanto, incapaces de experimentar
dolor ni emoción alguna. Así, sus quejidos no serían tales, solo el
chirrido propio de un mecanismo que funciona mal, igual que el chirrido
de la rueda de un carro no significa que el eje sufra, sino que no está
engrasado.
Descartes nos puso en bandeja olvidar a
Pitágoras, que siglos antes había dado nombre a los primeros
vegetarianos; que consideraba a los animales poseedores de un alma
similar a la humana, y con idéntica capacidad de amor y de sufrimiento;
que experimentaba la felicidad cada vez que podía comprar una vida para
liberarla.
Quizá Nietzsche pidió perdón al caballo en
nombre de Descartes, como quiso creer Kundera, o quizá simplemente lo
hizo en su propio nombre, por no haberlo hecho antes, por no haber sido
consciente de ese inmenso sufrimiento hasta verlo en unos ojos y en un
cuerpo torturado, por haber sido él mismo víctima de Descartes, como en
el fondo lo ha sido toda la humanidad.
Son cientos,
miles de años de creencia en la superioridad, de permiso para dominar,
de impunidad en el uso y la explotación de otros. Y mientras la sociedad
avanza y deja atrás viejas creencias, como esa que hasta el mismo siglo
XX no dudaba de la superioridad de los blancos sobre todos los demás
hombres, ni de la superioridad de los hombres frente a todas las
mujeres, los animales no humanos esperan su turno para recuperar algo
tan básico como su derecho a existir y a no ser maltratados.
Ya nadie duda de que todos los humanos tenemos derecho a una existencia
digna. Pero ha costado. Hace solo unas décadas esta premisa fundamental
no estaba tan clara. Aún hay quien sigue cuestionándola, pero hemos
logrado llegar a un punto donde ponerla en cuestión en público,
simplemente verbalizarla, es reprobable y hasta puede ser constitutivo
de delito.
Nelson Mandela tuvo que explicar ante
muchos de sus congéneres, los mismos que lo señalan ahora como un
ejemplo para la humanidad, que los negros sangraban igual que los
blancos, sufrían igual que los blancos y tenían las mismas ganas de
vivir que los blancos. De eso hace solo sesenta años, y unos pocos años
antes aún había zoos humanos, donde las familias blancas acudían a
contemplar niños negros con unos argumentos que ahora rechazaríamos de
plano porque, en nuestra propia evolución, hemos asumido el racismo,
igual que el sexismo, como formas de violencia.
Los
estudios científicos han demostrado que los animales no humanos también
sienten. Que aman, que sufren, que establecen vínculos emocionales con
sus semejantes y con individuos de otras especies, incluso jerarquías en
sus grupos sociales. Que tienen, en definitiva, necesidades vitales,
físicas y emocionales. Pero nosotros, los animales humanos, que nos
creemos superiores como en el Génesis, seguimos anclados en la teoría de
Descartes. Y es nuestro código cultural el que determina si un animal
no humano es digno del derecho a satisfacer o no esas necesidades.
En nuestra evolución como especie, hemos asumido que todas las vidas
humanas merecen respeto. Y por eso el racismo o el sexismo, tan
arraigados culturamente, van quedando poco a poco atrás. Hay
resistencias, reductos donde tratan de hacerse fuertes, pero ya no es un
comportamiento moralmente aceptable.
El reto
pendiente es asumir que las vidas de los demás animales también tienen
un valor intrínseco. Porque la ética de una sociedad se mide por el
trato que brinda a sus miembros más débiles, y la verdadera prueba de
moralidad, como decía Kundera, radica en la relación que los humanos
establecemos con quienes están a nuestra merced. Y esos son los animales
no humanos. Todos. Al margen de las etiquetas que cada cultura haya
puesto a unos y a otros.
A estas alturas de la
película nada justifica que nos escandalice el maltrato a un perro o a
un gato cuando miles de millones de otros animales con idéntica o
superior capacidad de sufrimiento son masacrados para satisfacer
nuestras necesidades o caprichos. Y menos aún teniendo en cuenta que
disponemos de opciones para vivir plenamente sin condenar a nadie al
sufrimiento. Ya no podemos creer que se pueda defender el medio ambiente
sin luchar contra unos métodos de explotación animal que constituyen
una aberración, no solo por el sufrimiento atroz que causan a sus
víctimas directas, sino por el daño indirecto que causan a la
naturaleza. Ya no podemos contemplar el incremento del hambre y la
miseria en el mundo si no es como consecuencia directa de un engranaje
endiablado en el que los animales no humanos son una pieza más, y los
animales humanos, otra. Y solo luchando juntos, los más fuertes en
primera línea, protegiendo a los más débiles, podemos tener esperanza en
nuestro futuro.
Creemos que ese futuro pasa por
abrazar, como Nietzsche al caballo de Turín, a los demás animales. Por
pedirles perdón en nombre de la humanidad y en nombre de Descartes. Por
reconocerles sus derechos como antes se los reconocimos a otros humanos a
quienes creímos menos valiosos. Por luchar contra el especismo
como lo hacemos contra el racismo o el sexismo. Por considerar que no
puede haber razón sin empatía. Porque sabemos que solo respetando a un
animal no humano, solo experimentando como propios sus intereses y su
sufrimiento, podremos decir que nos interesamos de verdad por la vida y
que somos realmente humanos.
Nota de las editoras:
En relación a Nietzsche, nos identificamos con lo que representa el
episodio concreto del caballo de Turín, lo que no significa en absoluto
que asumamos todos sus postulados, en particular los relativos a las
mujeres, con los que estamos radicalmente en desacuerdo y consideramos
que el filósofo habría tenido también que revisar.
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