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jueves, 6 de marzo de 2014

Leopoldo María Panero... descansa en paz


  • El poeta de 'Asi se fundó Carnaby Street' fallece seis días después de Ana María Moix, su eterno amor imposible

Se ha muerto Leopoldo María Panero, se ha muerto nuestro Peter Pan, nuestro Artaud, nuestro loco, nuestro intocable, nuestro monstruo. Ha ocurrido en Las Palmas de Gran Canaria, a medianoche, en la Unidad Clínica y de Rehabilitación del Hospital Juan Carlos I. Llega la hora del obituario más esperado de la literatura española.
Todos tenemos alguna imagen de Leopoldo María Panero en la cabeza. Algunos, afortunados, lo recuerdan en el pub Santa Bárbara de Alonso Martínez, en Madrid, en el año 75, descalzo, insultando a los camareros, buscando pelea. Algunos lo vieron en Las Palmas de Gran Canaria, hacia el año 2000, en sus tardes libres de la Quinta del Reposo de Santa Brígida: tomaba 15 coca-colas en un rato, robaba cigarros a los estudiantes intimidados que lo sentaban a su mesa. No hablaba con nadie. Habrá quien lo vea en Barcelona en el año 68 o 69, obsesionado con el personaje de JM Barrie, Peter Pan, y con Ana María Moix, en un amor imposible y no del todo claro que, paradojas, se une en la muerte. Y los demás lo recuerdan, como mínimo, como un espectro en 'El desencanto', la película legendaria de Jaime Chávarri.
'El desencanto' se rodó en 1974, que es, en realidad, la mitad de la década central de la vida de Leopoldo María Panero, el periodo en el que pasó casi todo lo bueno y casi todo lo malo de su vida. El viaje empieza en 1968: Leopoldo hijo todavía no había incorporado el María a su nombre, era un chico flaco y guapo, un poco extravagante, que había acabado el bachillerato en el Liceo Italiano de Ríos Rosas. ¿Había tenido ya su primera crisis psicótica? En la biografía de J. Benito Fernández, 'El contorno del abismo' (Tusquets), no queda claro cuál es el momento de la primera quiebra, pero en alguna escena de 'El desencanto', Michi Panero deja caer que ocurrió en la adolescencia. Su gran amigo de la época, Joaquín Araújo, el naturalista, dice que fue al entrar en la carrera. Por entonces, Panero rondaba el Partido Comunista, aunque su aspecto de aprendiz de dandi se llevaba mal con la disciplina del partido. Estudiaba Filosofía y Letras con no demasiada atención. Escribía poemas, como los llevaba escribiendo desde los cinco años.
¿Hace falta recordar los antecedentes? El padre poeta falangista, la madre encantadora y siniestra, Astorga, la casa de la calle Ibiza... Un dato menos conocido: una hermana de Felicidad Blanc, su madre, era esquizofrénica. Y su padre, eso lo sabemos todos, era alcohólico. La mezcla perfecta.
En 1968, Leopoldo María empezó a tomarse en serio lo de escribir. Se estableció a medias en Barcelona, se hizo amigo de Pere Gimferrer (entonces, aún Pedro), conoció a Vicente Molina-Foix, empezó a componer 'Así se fundó Carnaby Street', pasó por el calabozo por primera vez, se enamoró locamente (y sin posibilidad de ser correspondido) de Ana María, se aficionó a la grifa, ingresó en su primer psiquiátrico en la calle de López de Hoyos... En los años siguientes, Leopoldo María entró en la cuadra de los Novísimos de Castellet, de la que luego renegaría, como todos, conoció a Eduardo Haro Ibars, con el que se deslizó hacia Marruecos, la politoxicomanía, el esquizoanálisis, una cárcel de Zamora (Claudio Rodríguez los cuidaba) y el amor salvaje.
Deslizarse es la palabra que explica la década que va de 1968 a 1978. El viaje termina el día en el que Panero se mete en una pelea en un pub de Palma de Mallorca después de haber estado molestando a una chica. Leopoldo María entendió que los servicios de Inteligencia estaban detrás de la paliza, detrás de él. La esquizofrenia se empapa de paranoia y Panero aparece ya condenado al submundo de los psiquiátricos en pensión completa o media. Tarragona, Ciempozuelos, Getafe, Mondragón, Santa Brígida en Las Palmas... En Gran Canaria pasó los últimos 20 años de su vida, desde que se murió su madre, porque la isla, con el buen clima, no es un mal sitio para los enfermos crónicos y porque qué más da estar lejos de todo, si ya había perdido a los amigos.
A partir de la paranoia, la sombra de Leopoldo María se vuelve más difícil de seguir, igual que su poesía se ensimisma y se hace casi imposible de desbrozar. Por supuesto que hay escenas increíblemente escabrosas. Felicidad Blanc, con su aspecto de señora del barrio de Salamanca, comprando chocolate a los camellos de Mondragón; los famosos cigarros llenos de heces que preparaba Panero; los sablazos; los insultos en 'ABC'; los colegas agraviados... Sin embargo, la teoría de 'El contorno del abismo' es que la locura de Panero no fue un cuesta abajo en la rodada. Que Panero decidió estar loco, explorar en el límite. Que, en el fondo, siempre conservó cierto control sobre su propio delirio. El biógrafo del poeta recordaba que éste no dejó nunca de publicar sus poemarios, que tenía tarjeta de crédito, que sabía utilizar a los admiradores que se le acercaban y negociar con sus psiquiatras. Quizá Michi, abandonado al alcohol y a la desidia, mereciera más nuestra compasión.
El hermano mayor de los tres Panero, Juan Luis, murió hace medio año. Entonces, todos caímos en que Leopoldo María, el suicida crónico, era el último superviviente de la familia. 'End of the saga', como decían en la película de Luis García Berlanga.


 Publico-logo
Parte de la vida del escritor madrileño ha transcurrido en distintos hospitales psiquiátricos de la Península y Canarias.

El poeta Leopoldo María Panero.

El poeta Leopoldo María Panero.

El poeta madrileño Leopoldo María Panero, exponente de la poesía transgresora, ha fallecido la pasada noche en Las Palmas de Gran Canaria, según ha confirmado a Efe su editorial Huerga y Fierro.
Nacido en Madrid, el 16 de junio de 1948, e hijo del gran poeta astorgano Leopoldo Panero, una de las mejores voces líricas de postguerra, y la escritora y actriz Felicidad Blanc, era hermano del también poeta Juan Luis Panero y de "Michi" Panero.
Fuentes de la editorial han indicado que sobre la medianoche pasada recibieron una llamada de los médicos del Hospital Rey Juan Carlos I de la capital grancanaria, en cuya unidad psiquiátrica Panero era tratado en los últimos años, comunicando su muerte por un fallo multiorgánico. Este hospital tenía encomendada la tutela de Panero al no tener familiares directos.
"Amigo Leopoldo María Panero, siempre has sido un extraordinario poeta, fiel y amigo de tus amigos. Allí donde estés que sepas que te echaremos de menos", indica el comentario que la editorial ha colgado hoy en Facebook, que finaliza con un "Te queremos. Descansa en paz". Escritor desde su más tierna infancia, estudió Filosofía y Letras, que abandonó en segundo curso en protesta contra el "conocimiento formal" y "sin conexión", y desde que cumplió los 19 años ha vivido en varias etapas recluido en hospitales psiquiátricos, entre ellos varios de Madrid y el de Mondragón (Guipúzcoa), donde permaneció 10 años.
Publicó por primera vez, en 1968, el poemario Por el camino de Swant, al que siguieron Así se fundó Carnaby Street (1970), Teoría (1973) y otras muchas de carácter autobiográfico, entre ellas una antología poética en 2003, con la que obtuvo el Premio Estaño de Literatura





el paísMuere Leopoldo María Panero, poeta de los Nueve Novísimos
El poeta Leopoldo María Panero / EL PAÍS




“No tenía a nadie”. Así resumía hace unas horas el editor Antonio Huerga la soledad en la que ha muerto Leopoldo María Panero a los 65 años. Lo decía para explicar la incertidumbre sobre los restos del poeta: “¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién decide? No tenía a nadie”. Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios, teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la semana pasada.
“Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos”. Así abría Panero su poética para Nueve novísimos, la antología de Josep Maria Castellet que le señaló en 1970 como una de las grandes promesas de la literatura por venir. Era el más joven de la selección y dos años antes se había estrenado con Por el camino de Swan, publicado en Málaga en 1968.
Repasar su vida durante ese año inaugural permitiría hacerse una idea de quién era Leopoldo María Panero, un poeta crucificado entre su propia desmesura y los tópicos de loco oficial de la poesía española. 1968 fue el año de su primer libro, de su primer intento de suicidio, de su ingreso en el Instituto Frenopático de Barcelona y de su paso por la cárcel de Carabanchel después de que lo detuvieran en Madrid junto a Eduardo Haro Ibars por consumo de marihuana y le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes. También fue el año en que escribió Así se fundó Carnaby Street. Publicado en 1970, ese libro contiene ya hecha (y deshecha) la voz de un autor que escribía todo lo que se le ocurría y publicaba todo lo que escribía. Cuando en 2001 Visor reunió su poesía completa hasta ese momento -588 páginas, una veintena de títulos- Panero tenía ya tres libros más en marcha en tres editoriales distintas. Uno de ellos Prueba de vida, una “autobiografía de la muerte” cuyo maltrecho mecanoscrito original paseaba por Las Palmas dentro de una bolsa de tela entre cintas de Los Chichos y antologías de Emily Dickinson.
A su muerte, Leopoldo María Panero ha dejado, al menos, un poemario inédito que tal vez se titule La rosa enferma. Huerga y Fierro, su editorial de los últimos años, pensaba publicarlo el próximo otoño. Entre tanto, el sello madrileño ha emprendido la publicación de su obra título a título. De esa serie forman parte poemarios como Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas, Last River Together, El último hombre, Poemas del manicomio de Mondragón, Contra España y otros poemas no de amor o Locos. Irracionalismo, expresionismo, culturalismo y hermetismo atraviesan una obra irreductible a una fórmula salida del cerebro de un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros que para los catedráticos.
El desencanto, sus intervenciones en público y sus apariciones en la radio (La ventana) o la televisión (Crónicas marcianas) quedarán para la leyenda del penúltimo poeta oficialmente maldito. En la memoria de sus lectores -y son muchos- quedarán los versos de “Deseo de ser piel roja”, “El loco mirando desde la puerta del jardín” o “Ma mère”, dedicado “A mi desoladora madre, con esa extraña mezcla de compasión y náusea que puede solo experimentar quien conoce la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre”. Era en 1979. Ocho años más tarde subtituló como “reivindicación de una hermosura” otro poema, “A mi madre”, que termina: “y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra / y ahora que el poema expira / te digo como un niño, ven / he construido una diadema / (sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)”.


 


El loco y genial escritor falleció anoche, a los 65 años, en un hospital de Las Palmas de Gran Canaria mientras dormía
El poeta Leopoldo María Panero falleció anoche, a los 65 años, en el Hospital Psiquiátrico Juan Carlos I de Las Palmas de Gran Canaria, donde vivía en régimen abierto. «Murió como si se le hubieran apagado sus órganos, estaba suavemente dormido», explica Charo Fierro, editora del genial escritor en Huerga y Fierro.
Panero será incinerado mañana en el Tanatorio San Miguel de Las Palmas de Gran Canaria, donde su cuerpo será velado a partir de las 14:00 horas de hoy. El cadáver del poeta permanecerá en el tanatorio algo más de 24 horas, hasta que se proceda a incinerarlo, algo que está programado para las 16:30 horas de mañana
Fueron Huerga y Fierro quienes anunciaron la muerte de Panero a través de este mensaje de Facebook: «Amigo Leopoldo María Panero, siempre has sido un extraordinario poeta, fiel y amigo de tus amigos. Allí donde estés que sepas que te echaremos de menos. Te queremos Descansa en paz».
Sus editores se enteraron del fallecimiento del poeta por un mensaje del doctor Segundo Manchado sobre las 00:15 horas de la noche del miércoles. Tal y como cuenta su editora, Panero, «estaba bien. Además, ayer salió del hospital. Cenó e incluso habló con algún autor. Dentro de su malditismo, todos hemos perdido la genialidad de Leo. Era el fortín de todos».
Y es que el loco y genial creador formaba parte de una familia volcada en las palabras. Poeta fue su padre, Leopoldo Panero, su hermano, Juan Luis Panero, y su sobrino, Juan Panero. Hijo de la escritora y actriz Felicidad Blanc, era también hermano de «Michi» Panero, al que Nacho Vegas dedicó una canción.
Poeta maldito y marginado, estaba tutelado en régimen abierto en el Hospital Psiquiátrico Insular de Las Palmas de Gran Canaria (hoy Juan Carlos I) o como él lo llama en una de sus obras «el manicomio del Dr. Rafael Inglot». «Yo no sé si Leopoldo María Panero está loco o si miente cuando afirma que un poeta tiene que ser asesino para salvar la vida (...) si no está loco, y eso no lo saben ni en Canarias, al menos es uno de los más queridos habitantes de la antología de Castellet», señalaba en 2002 Tulio Demicheli en las páginas de este periódico.
«Es una gran pena. Venía sistemáticamente a la Feria del Libro de Madrid desde hace seis o siete años. Para él era un enchufe, saltar, venir a la Península. No quería volver a Las Palmas», recuerda Charo Fierro. La editora considera que la poesía de Leopoldo María Panero te hacía «estar siempre al borde de los sentimientos». «Llegaba a emocionar tanto como a maldecir. Era cruel y tierna, era esa lucidez llevada al extremo».

Un ser de «infinita ternura»

Desde el punto de vista personal, Charo Fierro destaca del poeta, al que ella y Antonio Huerga conocían desde la época de la Movida madrileña, su «infinita ternura». «Era tierno, indefenso, obediente, dócil, meticuloso, atento... Pero cuando percibía que le iba a llegar un gesto de ternura se rebelaba. A ella le llamaba Challo, pues tenían una relación muy especial, ya que «Antonio era más el padre tirano». «Leo quería protección, pero no quería recibir muestras de afecto. Cinco minutos de convivencia con él podían despertar todos los demonios que tenía dentro. Era casi el hermano del diablo en la convivencia. Vamos a echarle mucho de menos».
El pasado año se recopilaron en «Poesía completa» todos los poemarios que Leopoldo María Panero publicó entre 2000 y 2010, en los que cedía la palabra al silencio, el vacío, la muerte. «En la infancia vivimos y, después, sobrevivimos», proclamaba el autor en la película«El desencanto» (1976), dirigida por Jaime Chávarri. De ese «después» daba cuenta precisamente su poesía.
«Pero no sólo de ese, sino también del después de la muerte del Sujeto y, por supuesto, de la Literatura y de la propia Poesía. Y es que, tras la llegada de la modernidad, esta no ha hecho más que sobrevivirse a sí misma», escribía Luis García Jambrina en ABC, para quien «nadie como Panero ha sabido encarnar mejor este final de época o de un mundo en el que nos encontramos; de ahí su carácter póstumo, apocalíptico y radical».
Por eso, hoy más que nunca, resuenan sus versos:
«En la arena/
yace un muerto/
es lo mismo/
yacer entre palabras».
Y también sus palabras: «Más allá de donde aún se esconde la vida, queda un reino, queda cultivar como un rey su agonía, hacer florecer como un reino la sucia flor de la agonía: yo que todo lo prostituí, aún puedo prostituir mi muerte y hacer de mi cadáver el último poema».
En otoño podremos volver a disfrutar de su poesía, pues Huerga y Fierro publicará «La rosa enferma», libro inédito de Leopoldo María Panero. «Como tiene esa obra tan rotunda, el legado que deja es para que todo el mundo nos inspiremos en sus ráfagas de genialidad y grandeza», concluye Charo Fierro, quien además recuerda una de sus últimas frases: «Yo en la vida siempre he vivido en el infierno».



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