En su última comparecencia, Rajoy se presentó ya como un presidente del
Gobierno sin voluntad propia, externalizado hasta las cachas, por
utilizar su jerga, o privatizado, por llamar a las cosas por su nombre.
Se ha puesto a la venta y lo han comprado como en su día se puso a la
venta Telefónica, sin otro objeto que el de enriquecer a los compañeros
de pupitre de las clases altas y dar trabajo, cuando así lo requirieran
las circunstancias judiciales, a individuos como Urdangarin. Rajoy
obedece órdenes de un consejo de administración que, a la sombra del
Consejo de Ministros, SL, ha decidido obtener el dinero grande de la
gente pequeña: funcionarios, enfermos crónicos, pensionistas, párvulos
de la enseñanza primaria y secundaria… IVA, IBI, gas, luz, agua,
recogida de basuras, multas de tráfico, recetas médicas, tasas
judiciales, leyes, decretos, disposiciones transitorias o permanentes,
todo lo que a usted se le ocurra, en fin, tiene un destino oscuro, como
de paraíso fiscal, y unas víctimas claras. Es el momento del lucro,
proceda este del negocio de la justicia, de la industria de la
educación, o de la explotación de la salud, por citar los casos que se
suelen poner sobre la mesa. Significa que usted y yo, como el resto de
los españoles de las clases medias y bajas, estamos privatizados
también. Externalizados, según ellos. Nos han vendido al Ibex 35 o al
Nasdaq, lo mismo da, o a los mercados de futuro. El futuro, por lo que
pudimos entender a Rajoy, son seis millones de parados que garantizan el
pánico y la sumisión esenciales en cualquier dictadura, económica o no.
Cuando el proceso se perfeccione, el Ministerio de Trabajo, previo pago
o copago de las tasas que imponga la ley, le señalará a usted quién es
su dueño y cuántos azotes se merece por tener lo que tiene o por carecer
de lo que carece. Feliz año.
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