Todavía
recuerda el comienzo del libro: Como mi apellido es Pirrip y mi nombre
de pila Felipe, mi lengua infantil, al querer pronunciar ambos nombres, no fue capaz de decir nada más largo ni más explícito que Pip. Por consiguiente, yo mismo me llamaba
Pip, y por Pip fui conocido en adelante...
Y el final: Somos amigos dije levantándome e inclinándome hacia ella cuando se levantaba a su vez.
Y continuaremos siendo amigos, aunque vivamos lejos uno de otro dijo Estella.
Yo le tomé la mano y salimos de aquel desolado lugar. Y así como las nieblas de la mañana selevantaron, tantos años atrás, cuando salí de la fragua, del mismo modo las nieblas de la tarde se levantaban ahora, y en la dilatada extensión de luz tranquila que me mostraron, ya no vi la sombra de una nuevaseparación entre Estella y yo. FIN
Casi se lo sabe de memoria. Es su cuento favorito, y siempre lo oía a la luz de la lumbre de sus voces más queridas: Adolfo y María Luz, sus padres.
Dickens sigue diciendo la verdad...después de 200 años,
y Benjamín Prado lo sabe y nos explica por qué...
Algunas
personas mueren y otras solo desaparecen. El novelista Charles
Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y
no solo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de Navidad,
Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean
clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada
en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos,
como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la
justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre
nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas. ¿O es
que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños
callejeros que
la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en
las calles de Grecia por sus familias, con la esperanza de que alguien
los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit,
presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no
poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la
España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no
pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen
pensar muchos de los métodos y teorías del
neoliberalismo a los del usurero Scrooge en
Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstói, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades:
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".
En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el
lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.
Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfiel o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "¡Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incrédulos... si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido
arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un lobo y os devorará". Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado de bienestar.
Otra de las obsesiones de Dickens es la
lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del
sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un país como España, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.
En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo se despeñaron por un precipicio y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge
en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.
Y continuaremos siendo amigos, aunque vivamos lejos uno de otro dijo Estella.
Yo le tomé la mano y salimos de aquel desolado lugar. Y así como las nieblas de la mañana selevantaron, tantos años atrás, cuando salí de la fragua, del mismo modo las nieblas de la tarde se levantaban ahora, y en la dilatada extensión de luz tranquila que me mostraron, ya no vi la sombra de una nuevaseparación entre Estella y yo. FIN
Casi se lo sabe de memoria. Es su cuento favorito, y siempre lo oía a la luz de la lumbre de sus voces más queridas: Adolfo y María Luz, sus padres.
Adolfo, como Pip,
es un luchador que sabe sortear las trampas de la vida y
volver al Km 0 con una sonrisa, si lo que está en juego es su arte, su libertad.
Adolfo Arenas Alonso
Sevilla- 1972
Dibujante, ilustrador, grafista,
escultor, pintor... artista.
escultor, pintor... artista.
Adolfo Arenas Alonso, born in 1972, illustrator specializing in
graphite and decadence .... I'm from Seville, currently work in
everywere.
adolfoarenasalonso@gmail.com
Dickens, Adolfo...
dos mentes privilegiadas y siempre en ebullición. Dos mundos que impresionan
y dos militantes contra la indiferencia.
Dos nombres con presente,
y dos firmas del futuro
y dos militantes contra la indiferencia.
Dos nombres con presente,
y dos firmas del futuro
Capaces de conmovernos,
emocionarnos,
alegrarnos,
y levantarnos una sonrisa por su ironía y humor.
Adolfo es vida, es Sevilla, su familia,
la gente que quiere, pero su arte
está allí dónde le reclaman...
En la Toscana, la bella Italia acaba de finalizar
Adolfo es vida, es Sevilla, su familia,
la gente que quiere, pero su arte
está allí dónde le reclaman...
En la Toscana, la bella Italia acaba de finalizar
su
reencuentro con la escultura,
dando vida a sus dibujos,
Sevilla, Madrid... Londres, Bruselas, New York...
Le gusta conocer, le gusta escuchar,
le gusta gustar...
y por eso, de vez en cuando,
palpa la realidad en las calles
para encontrar la salsa de la vida
con la que aliñar sus personajes.
Dickens
y Adolfo ,
forjados en batallas cotidianas y grandes conocedores del mundo convulso en el que viven, les preocupa y les ocupa la realidad, el día a día, que plasman con realismo y crudeza.
Así comienza Historia de dos ciudades, 1859:
Era el mejor de los tiempos,
Era el mejor de los tiempos,
era el peor de los tiempos,
la edad de la sabiduría, y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la primavera de la esperanza
y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada;
caminábamos en derechura al cielo
y nos extraviábamos por el camino opuesto.
En una palabra,
aquella
época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables
autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al
mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo...
Leer
a Dickens nos humaniza y engrandece.
Charles Dickens, una mente privilegiada.
Harold está abducido,
y no para de admirar y mirar los cuadros.
A a cada ratito me ladra
un
descubrimiento, una sensación...
descubrimiento, una sensación...
dice que es un genio
y Harold nunca
se equivoca.
Esta novela ha sido adaptada en más de 250 ocasiones. Puedes leerla gratis aquí...
Editorial alba clásica maior 32€
alba clasica minus 12€
La
verdadera grandeza consiste en hacer
que todos se sientan grandes.
Charles Dickens
que todos se sientan grandes.
Charles Dickens
Dickens sigue diciendo la verdad...después de 200 años,
y Benjamín Prado lo sabe y nos explica por qué...
neoliberalismo a los del usurero Scrooge en
Cuento de Navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield? Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstói, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que "en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos". Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades:
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".
En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos por los suelos; con los Gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el
lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y estos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.
Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfiel o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto: "¡Oh, economistas utilitarios", escribe, "comisarios de realidades, elegantes incrédulos... si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido
arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un lobo y os devorará". Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del Inem y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado de bienestar.
Otra de las obsesiones de Dickens es la
lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del
sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es "hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada". En un país como España, donde solo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.
En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo se despeñaron por un precipicio y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el manuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal... Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge
en Un cuento de Navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.
Benjamín Prado es escritor.
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