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lunes, 23 de septiembre de 2013

La risa de Joe... y el amor de Enrique



Los que tenemos perro muchas veces nos pasamos de vuelta a la hora de hablar de las virtudes de nuestro compañero. Ya saben… “no les hace falta más que hablar, me entiende mejor que las personas”… Eso por no hablar de otras características que les adornan o de la traída y llevada empatía canina. Y resulta lógico, sobre todo si tenemos en cuenta que el trato que les damos, en ocasiones, corresponde más al que le daríamos a otra persona que a un animal. Pero vayamos al grano, de todos esos atributos, uno de los que siempre me ha provocado cierta sonrisa e incredulidad es la afirmación de que los perros sonríen, se ríen e incluso lo hacen a carcajadas.

Mi naturaleza excéptica siempre me hace dudar —ya estamos ante otra de las exageraciones de los mascoteros— pero mi inclinación a dudar de mi espontánea soberbia siempre acaba ganando y obligándome a sumergirme entre libros, publicaciones y conversaciones con expertos para despejar la incógnita.

Así que, ante las reiteradas citas sobre las risas caninas, lo primero que hice fue observar atentantemente a Joe, mi peludo. Todos sabemos que la expresión de felicidad de los perros se manifiesta de manera evidente con los movimientos de rabo —Joe, que fue privado de su adminículo en la infancia, como hacen salvajemente con los especímenes de algunas razas, me obsequiaba con convulsos meneos de cadera—, lametones, algunos jipíos y ladridos, y en ocasiones con muestras de incontinencia urinaria. Pero también descubrí, fruto de mi pasión de entomólogo, que en más de una ocasión me obsequiaba con una especie de mueca, de apertura de su boca que asemejaba a la risa o sonrisa humana, cuando se mostraba contento o feliz.

La duda se abría paso y no quedaba más remedio que contrastarlo. Y casi sin querer, me tope de bruces con que todo un premio Nobel de Medicina, Konrad Lorenz, dedicó parte de sus escritos al estudio de esta mueca que la caracterizó como sonrisa (en Mans Meets Dog afirma que “al sonreír, el perro abre de forma ligera sus fauces y enseña un poco su lengua”).

Siguiendo su pista me puse a bucear entre los etólogos, los que se dedican a estudiar los comportamientos animales y sin dudar aseguran que tras numerosos estudios, los jadeos de los perros no son siempre iguales. Cuando están felices jugando con otros congéneres, emiten un tipo de sonido diferente, entrecortado, que además de expresar su felicidad invita al resto a que se unan a la juerga. Un sonido que sería el equivalente a la risa perruna (y que curiosamente tiene un efecto contagioso y balsámico entre ellos, ya saben la felicidad es contagiosa).

Con estos mimbres, han proliferado los estudios sobre la expresión facial de los perros que han determinado casi con unanimidad que en la vida de nuestras mascotas existen numerosos momentos de felicidad —estén con nosotros o en compañía de otros canes— que expresan a través de una sonrisa.

Desde entonces, cuando paseo por los parques —desgraciadamente, ya sin Joe— no quito ojo a los peludos y, cuando me acerco a ellos, espero que me obsequien con su sonrisa.


Enrique Leite, periodista.
Allá dónde estés... guau.
Tu amigo Haroldpinter.



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