¿Ocaso o renacer de la izquierda tras la crisis?
Antonio Quero
Han pasado siete años desde que estalló
la crisis y aún no se atisba en el horizonte una alternativa al
capitalismo financiero que la provocó. Nuevas fuerzas políticas,
inexistentes o irrelevantes antes de la crisis, han conseguido acceder
al poder, como Syriza en Grecia o Ahora Podemos en Madrid, pero sus
propuestas estrella, ya sea el fin de la austeridad, la restructuración
de la deuda pública o la creación de un banco público, han sido
reducidas a gestos simbólicos, postergadas indefinidamente o abandonadas.
Mientras, los partidos socialdemócratas en el poder, en Francia o en
Italia, acometen reformas que hace unos años se consideraban de
derechas. ¿Quiere decir que no hay alternativa, como ya avisara
Thatcher, o la hay pero nadie en la izquierda la ha formulado todavía?
Para que una alternativa emerja, primero
hay que imaginarla, pensarla y desarrollarla, una labor que recae
habitualmente en los intelectuales pero que necesita el estímulo y la
complicidad de los actores políticos que conforman el debate público, ya
sean partidos, sindicatos, movimientos sociales, etc. Por su naturaleza
e impacto, la crisis ha generado un debate extremadamente
fértil en el terreno de la macroeconomía, de la política monetaria y de
la regulación financiera. Autores de reconocida trayectoria
académica han elaborado análisis y propuestas que antes de la crisis
hubieran sido tachadas de heterodoxas o, incluso, de heréticas.
Paradójicamente, desde la izquierda,
hacia la que todas las miradas se volvieron tras el fracaso estrepitoso
que la crisis de 2008 supuso para el neoliberalismo, la producción de
ideas susceptibles de generar los cambios profundos que una democracia
representativa agotada y un modelo económico social y ecológicamente
depredador requieren ha sido decepcionante. Por ello vale la pena
apuntar aquí dos contribuciones que no desesperan de ver renacer la
capacidad transformadora de la izquierda.
Una de ellas es el último libro del ex-primer ministro francés y figura socialdemócrata Michel Rocard, "Suicide de l'Occident, suicide de la humanité?"
(París, Ed. Flammarion, 2015). La otra es el ensayo del doctor en
Economía y profesor de Ciencia Política Luis Fernando Medina, "El fénix rojo. Las oportunidades del socialismo"
(Madrid, Ed. Catarata, 2014). Ambos hacen un diagnóstico opuesto sobre
el capitalismo. Para Rocard el conjunto de derivas y peligros que
acechan a la humanidad es el resultado de la "madurez terminal del
sistema capitalista vigente". Según Medina, "serán los éxitos del
capitalismo, tanto o más que sus fracasos, los que le den fuerza al
socialismo en el siglo XXI". Aun así, los dos ofrecen una perspectiva de
superación del mercado como dueño y señor del destino de las personas.
Rocard plantea un catálogo de los
desafíos a los que se enfrentan nuestras sociedades, desde la amenaza
persistente de explosión de la burbuja financiera mundial hasta el
agravamiento vertiginoso de las desigualdades, pasando por el
calentamiento global, el incierto equilibrio futuro entre bloques
regionales con intereses y visiones contrapuestas o el auge multiforme
de la violencia. Frente a ellos, Rocard reivindica el papel de
la política, no solo la política tradicional protagonizada por los
partidos, sino también al activismo de la sociedad civil. Ante
el paisaje intelectual y político desolador de Occidente, Rocard emplaza
a los partidos políticos a cumplir con una de sus funciones
primordiales: pensar el futuro y elaborar respuestas posibles a los
dramas del presente. Para ello les dicta tres condiciones: que recuperen
y respeten la función de pensar, que asuman plenamente la dimensión
ante todo internacional de los problemas y de sus soluciones y que
acuerden una prioridad absoluta a la reflexión a largo plazo.
Rocard elabora una agenda política
urgente, desde reformar la ONU hasta dotar de contenido jurídico y
contable la noción de bien público, y señala lo que para él ha sido el
mayor descubrimiento de la crisis, a saber la inestabilidad estructural,
profunda y permanente de un sistema monetario y financiero en el que la
contrapartida a la emisión de moneda central son deudas bancarias, de
carácter volátil e inestable, en vez de inversiones productivas
directamente generadoras de riqueza. El mérito de Rocard no está tanto en las soluciones que apunta, en muchos casos solo esboza pistas de reflexión,
como en la valentía y rigor con los que encara los problemas, huyendo
de dos características por desgracia comunes de los responsables
políticos contemporáneos: el comportamiento de avestruz ante la
complejidad del mundo globalizado y la agitación de propuestas
simplistas de inspiración mediática y demoscópica.
El ensayo de Medina concentra su
reflexión en un objetivo más circunscrito pero no menos ambicioso.
Medina constata el derrumbe del socialismo ligado al derrumbe del
trabajo como estructura de legitimación social; su papel lo ocupa ahora
el consumo. Sin embargo, antes que deplorar resignadamente esta
evolución, Medina opina que "este mismo proceso puede llevar la
surgimiento de un nuevo tipo de socialismo".
Partiendo de una concepción del
socialismo como "una visión de sociedad que ofrece a los individuos
espacios de cooperación donde puedan encontrarse relativamente a salvo
de la presión de los mercados y de los estados", Medina ve en la renta básica la base material para garantizar la plena libertad individual.
Medina invita pues a considerar la renta
básica como algo más que un instrumento de lucha contra la pobreza:
"desde una perspectiva socialista, la renta básica encarna el principio
de propiedad colectiva sobre la riqueza de la sociedad". La renta básica
no es en sí misma equivalente a socialismo, aclara Medina, pero
representa "uno de los pasos más certeros que se pueden tomar para
transformar la lógica subyacente del capitalismo actual".
La renta básica merece
ciertamente un debate en profundidad, superando las objeciones un tanto
burdas con las que se la suele descalificar, pero también sin prejuzgar
del desenlace de dicho debate. Plantear seriamente la renta
básica obliga a reformular los pilares del contrato social en sociedades
materialmente ricas. Independientemente de la opción final que se
adoptara tras un proceso democrático deliberativo, incluso si no se
lleva a cabo finalmente, la aspiración de libertad, de igualdad y de
fraternidad con la que se identifica el socialismo descubriría en dicho
proceso respuestas nuevas que la sociedad capitalista e individualista
de consumo actual no ofrece.
Parece, por lo tanto, que la supuesta
falta de alternativa al capitalismo financiero dominante es más un
problema de insuficiencia de reflexión, debate y desarrollo de
propuestas que de ausencia real de alternativa. Esta es la
responsabilidad que nos incumbe tras una crisis como la que padecemos.
El hecho de que los nuevos partidos surgidos del desencanto o del
rechazo de los partidos tradicionales no asuman esta responsabilidad,
como tampoco lo hacen los tradicionales, no es excusa para dejar de
trabajar por ello, desde fuera o desde dentro de los mismos. La
demanda ciudadana es evidente y no va a desaparecer porque la cobardía,
la incompetencia o el cinismo de las "élites" y de las direcciones de
estos partidos pretenda ignorar las raíces de los problemas.
Aportaciones como las de Rocard y Medina
ayudan a entrever la vía de renacimiento de la izquierda como
aspiración a la justicia social en una economía libre, regulada según la
voluntad democrática de la ciudadanía. Prolongando su análisis más allá
de las páginas de sus libros, se pueden formular dos condiciones para
dicho renacimiento.
La primera, enlazando con el énfasis de
Rocard sobre la dimensión internacional de los problemas a los que nos
enfrentamos y con el universalismo del socialismo como recuerda Medina,
es la ambición de generar una corriente de pensamiento que federe y
sirva de base común a las opciones políticas, progresistas como diría
Rocard o socialistas como las califica Medina, en cada país europeo,
además de servir de puente con otros continentes. Las políticas
económicas de apoyo al crecimiento y el empleo, las reformas necesarias
del sistema financiero, la gestión de las migraciones o la seguridad en
el Mediterráneo y en el Este de Europa son ejemplos de cuestiones que,
desde una perspectiva de izquierda, deben recibir una respuesta común y
no depender del país en el que se discuten. La Unión Europea
como herramienta política ofrece una soberanía ciudadana frente a las
fuerzas del mercado o a la violencia y el sufrimiento de la que carecen
los Estados por sí solos. En vez de generar la impotencia
democrática descrita por Sánchez Cuenca, en la que la voluntad ciudadana
se ve cercenada por imposiciones supranacionales que escapan del ámbito
de influencia de las democracias nacionales, la Unión Europea puede ser
una palanca poderosa si nos apropiamos de ella ejerciendo la política
desde la colaboración transnacional. Ya va siendo hora, como clama
Habermas, de que los partidos políticos piensen y actúen en clave
europea, poniendo las instituciones europeas al servicio de la
ciudadanía, como permiten los cauces establecidos en el Tratado de la
UE, en vez de dejarlas en manos de la tecnocracia y de la ley del más
fuerte, es decir, de Alemania. A condición, claro está, de que se
consiga expresar una voluntad popular genuinamente europea. Esto que
parece tan utópico para los actores y los observadores de la política
europea, es claramente factible cuando se habla con el ciudadano de a
pie de cualquier país. El internacionalismo está en los genes del
socialismo, no hay renacimiento de la izquierda posible si no es desde
una perspectiva por lo menos europea.
La segunda, inspirada por la propuesta
de Medina sobre la renta básica y la libertad de pensamiento con la que
Rocard supera tabúes, es la apertura de la agenda política a las
propuestas que actúan sobre la raíz de los males de nuestro tiempo, por
muy complejas y desconcertantes a primera vista que puedan resultar.
Replantear las bases del contrato social, imaginar un nuevo modelo para
la creación y gestión del dinero, favorecer modelos productivos
sostenibles, redefinir las fronteras entre propiedad privada, libertad
individual, bien común y derechos como el trabajo, la salud o la
vivienda, acotando el mercado a los espacios en los que genera riqueza
colectiva y desterrando la mercantilización de las relaciones humanas y
de la emancipación personal, concebir un derecho internacional centrado
en el ser humano, en vez del blindaje actual de la soberanía inviolable
de los Estados, o diseñar instituciones internacionales más democráticas
y más eficaces a la hora de garantizar la paz, el respeto de los
derechos humanos, los derechos sociales y la defensa de los bienes
comunes de la humanidad, son algunos de los ejemplos de la futura agenda
política que debiera movilizar la energía intelectual y política de la
izquierda. Son cuestiones con un horizonte temporal de medio y largo
plazo, pero cuyo debate proporciona soluciones inmediatas y duraderas a
problemas acuciantes como el paro, los desahucios o las desigualdades,
en vez de los meros parcheos que apenas alcanza a proponer la política
actual de vuelo rasante y motivación electoral cortoplacista.
Finalmente, añadiría una tercera
condición que no se encuentra explícitamente en los libros de Rocard y
Medina pero que los atraviesa desde el instante en el que se pretende
pasar de la reflexión a la acción. Se trata de diseñar y practicar formas participativas y deliberativas de democracia.
Ya sea por razones intrínsecas, aspirando a hacer realidad el ideal de
construcción democrática de la voluntad popular, como por razones
instrumentales, porque sin espacios de debate abiertos, no sometidos al
cálculo electoral y mediático permanente, se hace inconcebible una
agenda política como la anteriormente mencionada. Las transformaciones
profundas que conlleva la puesta en práctica de una agenda política tan
ambiciosa amenazan directamente a muchos intereses particulares que
secuestran hoy la política (poderes económicos, aparatos de los
partidos, tecnocracias opacas, etc.). En teoría, la voluntad ciudadana
expresada democráticamente debería vencer la resistencia de dichos
grupos de intereses, pero, en la práctica, el acceso privilegiado de
estos a los circuitos de decisión política frena los cambios deseados.
De ahí la necesidad de abrir el espacio y los procedimientos
democráticos.
Hay motivos, pues, para la esperanza de ver surgir tras la crisis un pensamiento progresista verdaderamente transformador.
Rocard recuerda que "ninguno de los riesgos que nos acechan parece
irremediable hasta el punto de escapar al radio de acción de una acción
preventiva de la humanidad", mientras que Medina subraya que "pocos
momentos hay más definitivos e irreversibles, más llenos de poder que
aquel instante en el que por fin podemos visualizar el primer paso".
Antonio Quero. Coordinador de Factoría Democrática. Autor de 'La reforma progresista del sistema financiero' (Ed. Catarata)
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