Homenaje a una amiga
Mercedes de Pablos. Concejal socialista del Ayuntamiento de Sevilla.
Si James Newell, Iggy Pop, hubiera tenido la capacidad de gestionar
una flota de autobuses, crear toda una administración pública de la nada
o de los restos del antiguo régimen, o ser gobernadora civil de Jaén
entre otras muchísimas habilidades y ocupaciones, entonces el flaquísimo
y provocador cantante estrella del punk se habría llamado Carmen
Calleja: la Calleja para ser más exacta.
La capacidad de provocar es, en algunos benditos casos, síntoma de
una inteligencia libre y creadora: la de Carmen Calleja, que además,
hija de su tiempo y de su casa, combinaba con una inquebrantable lealtad
a los principios radicales de la izquierda. “Soy muy jacobina para
andarme con mariconadas” dijo una vez en público, y nadie, gay, lesbiana
o practicante de la postura del misionero podía sentirse ofendido. En
su caso, manos libres no ofenden, para diferente y crítica de los
prejuicios sociales ella, que le cabía, desde el punto de vista de la
tolerancia España y sus 17 autonomías con todas las cordilleras y hasta
los cabos. Qué no hubiera dado Almodóvar por verla repasando las tropas
en sus dominios jiennenses cuando Amparo Rubiales, otro crack aunque
menos adicta a la estética mod, la nombró gobernadora civil: mujeres
amables con mando en plaza, que no hace falta el guante de hierro ni
pelos en la barba para saber mandar.
Carmen Calleja no hubiera bordado la bandera de Mariana Pineda aunque
se le hiciera miel el corazón con sus nietas Mara y Sabina, aunque
amara tanto a Lucas, ese hijo, del que decíamos burradas (buenas) las
amigas porque así era ella: disfrazaba la ternura de chiste de El Roto.
Te abrazaba sin milongas. Te quería sin cursilerías de telenovela. El
itinerario profesional de Carmen ha sido tan extenso que ni siquiera la
rara enfermedad (ay hija con las originalidades) le impidió seguir
currando y creciendo hace más de diez años, siempre inquieta, siempre
curiosa, siempre viva. Estudió todos los másteres que adornarían la
pared de un pedante, ocupó todos los cargos que un vanidoso metería uno a
uno en su tarjeta de visita y, mientras, pisó las calles, los bares,
los libros, las conversaciones y las polémicas y frecuentó con lealtad
de loba a las amigas. Amaba la ciudad, a su manera, tan libre como para
entender al otro, a los otros, y ser capaz de vivir sin melodrama la
disidencia.
Carmen Calleja era una política. De las, los, que nos hacen tanta
falta y que no pertenecen a un pasado idealizado por pereza o malas
intenciones, sino que están aquí entre nosotros, siempre dispuesta a
intervenir en tertulias, a opinar, a debatir, a remangarse hasta el codo
y gestionar o tomar posición. Sin complejos y sin acomplejar a quien le
llevara la contraria. Hay que tener una gran solidez intelectual y
moral para no eludir la discrepancia ni sentirse amenazada por los que
no piensan igual. Al contrario, se crecía cuando el debate, que no los
lugares comunes o las naderías, subía de tono. Y luego se tomaba una
cerveza con su contrincante. No todos la querían. Tampoco eso le
molestaba, lo tomaba como algo natural, al fin y al cabo tomar
decisiones, gestionar empresas o posturas, siempre acarrea agravios y
ella los afrontaba con naturalidad, y siempre, con finísimo sarcasmo,
brutal ironía. Buscaba más la complicidad de sus amigas que el aplauso.
Los afectos más que las complacencias.
Primavera 2011: presentación de un libro sobre mujeres periodistas en
la Casa de la Provincia y lleno a rebosar. Se abre el debate. Alguien
cuestiona el éxito profesional de las mujeres frente a la grandeza de la
maternidad. Se arma el lío. Y en la primera fila, delgada como un huso,
hermosa como una bailarina, Carmen Calleja se levanta y se encara a la
audiencia. Alguien ha mencionado un estudio sobre las ventajas de la
lactancia materna hasta los tres, e incluso los siete años del niño.
“Vale. Que digo yo que si tienes el infante enganchado a los pechos
hasta que tenga uso de razón, ya que está en posición… que te haga el
servicio completo… ¿No? ”
Silencio. La exageración contra la tontuna. La hipérbole como
herramienta. La provocación. Punkies del mundo, jubilaos, para ser de
verdad provocador y cambiar el mundo, o sea nuestro mundo, o sea el
mundo de cada uno, hace falta ser muy serio. Tanto como Carmen Calleja.
Habrá que trabajar mucho para honrar su memoria.
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