Pace, pace, mio Dio es el última aria del acto IV de Leonora, la protagonista femenina de La forza del destino de Giuseppe Verdi.
Recordemos que Leonora se ha retirado del mundo, para vivir como una
ermitaña en una cueva del monasterio de Hornachuelos. Hasta allí, como
consecuencia del destino, llegarán su hermano don Carlos y su enamorado
don Álvaro, que se batirán en duelo.
Como sucede a lo largo de toda la ópera, cuando el destino interviene en
la vida de alguno de los protagonistas, se oye el leitmotiv del
destino, aquí se percibe al inicio del aria y cuando ella cree que ya no
verá más a Alvaro, vuelve a oirse, anunciando que el destino vuelve a
intervenir trayendo a don Álvaro hasta ella.
Durante el aria, el arpa acompaña a la voz, sugiriendo el
recogimiento de una oración, a medida que avanza, se va oyendo el tema
del destino en determinados momentos, para acabar con la intervención de
toda la orquesta, cuando Leonora maldice a quien viene a turbar su
aislamiento.
Pace, pace, mio Dio!
Cruda sventura
M’astringe, ahimè, a languir;
Come il di primo
Da tant’anni dura
Profondo il mio soffrir.
Pace, pace, mio Dio!
L’amai, gli è ver!
Ma di beltà e valore
Cotanto Iddio l’ornò.
Che l’amo ancor.
Nè togliermi dal core
L’immagin sua saprò.
Fatalità! Fatalità! Fatalità!
Un delitto disgiunti n’ha quaggiù!
Alvaro, io t’amo.
E su nel cielo è scritto:
Non ti vedrò mai più!
Oh Dio, Dio, fa ch’io muoia;
Che la calma può darmi morte sol.
Invan la pace qui sperò quest’alma
In preda a tanto duol.
Misero pane, a prolungarmi vieni
La sconsolata vita… Ma chi giunge?
Chi profanare ardisce il sacro loco?
Maledizione! Maledizione! Maledizione!
¡Paz, paz, Dios mío!
La desgracia
me hace, ¡ay de mí!, languidecer;
después de tantos años,
mi sufrimiento
es tan profundo como el primer día.
¡Paz, paz, Dios mío!
¡Le amaba es cierto!
Y Dios le dotó
de tanta belleza y valor,
que aún le amo
y no puedo borrar su imagen
de mi corazón.
¡Fatalidad! ¡Fatalidad! ¡Fatalidad!
¡Un delito nos separa en la tierra!
Álvaro, te amo
y está escrito en el cielo:
¡no te volveré a ver!
Dios mío, haz que me muera;
sólo la muerte me devolverá la paz.
En vano esperó esta alma la paz
entregada a tamaño dolor
Mísero pan que a prolongar vienes
mi desconsolada vida. Pero, ¿quién llega?
¿Quién profana este santo lugar?
¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!
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