Tres fechas históricas. Tres elecciones decisivas. Tres oportunidades
para que el pueblo español retomara o retome su destino en manos de los
poderosos. En las dos anteriores, tras la expulsión de Alfonso XIII y
la muerte del dictador Franco, se acabó a corto y medio plazo con la
derrota de las fuerzas populares. Eso sí, con la intervención alemana-
Hitler y Willy Brandt- en beneficio de la dictadura y de la II
Restauración de los Borbones. Tras el 14 de abril de 1931 y el 15 de
junio de 1977, llega este 26 de junio de 2016 como un nuevo desafío de
los de abajo a quienes nunca han dejado de controlar los resortes del
Estado. Es el tercer reto en un siglo, esta vez bajo estricta vigilancia
de Merkel.
Podemos o no podemos, es el eje de la campaña electoral. No como
sustantivo sino, sobre todo, como verbo. La impotencia de los de abajo
ha terminado sin que aún hayan podido recortar la habitual prepotencia
de los de arriba. Este urgente reequlibrio de poder es lo que se plantea
en estas elecciones. Económicamente, sustituyendo el austericidio;
éticamente, levantando todas las alfombras que todavía tapan la
corrupción; estatalmente, reconociendo la pluralidad nacional del Estado
español y políticamente, regenerando la democracia. Quienes gritaban
hasta hace poco “no nos representan”, ya han encontrado representantes
que llevar a la Moncloa en esta legislatura o en la próxima, en el caso
de que no pudieran conseguir sumar a todos los progresistas.
La encuesta del CIS dibuja el escenario, probablemente, con bastante
exactitud. Las siglas inmovilistas, PP más Ciudadanos, se mueven en una
corta horquilla de escaños que van de los 160 a 156; las siglas
progresistas, Unidos Podemos más PSOE, oscilan entre un máximo de 172 y
166. Por mucho que puedan variar estos pronósticos, parece indudable que
los poderosos llegan ya muy derrotados a estas urnas, e invocan a Dios
para que divida las fuerzas del mal que son siempre las que cuestionan
sus poderes. No está claro aún que lo consigan -solo cosechan
electoralmente los desmanes económicos-sociales que han sembrado- pero
si lo lograsen, en su triunfo estaría su derrota. En los recortes
futuros que proyectan, se está cociendo la mayoría progresista de la
siguiente legislatura.
Es el PSOE quien va a decidir si las fuerzas progresistas entran en
la Moncloa en el verano de 2016, o habrá que esperar algo más para poder
formar un gobierno mayoritario. Cuando la encuesta del CIS apunta a que
el PSOE es el partido que más simpatía suscita, tanto en el centro
derecha como en el centro izquierda, se debe a que los dos polos
electorales que definen esta crucial elección saben que les es vital el
apoyo o las abstención de los socialistas para poder gobernar. Tanto si
vence Mariano Rajoy como Pablo Iglesias -improbable pero de ningún modo
imposible-, necesitan del árbitro Pedro Sánchez, a la vez que observan
con interés a los jugadores rosas que calientan por la banda derecha e
izquierda de Ferraz.
Eso explica que el jugador número doce, los medios de comunicación,
se lancen en picado contra Unidos Podemos e insistan en hablar de su
sorpasso al PSOE, cuando en realidad el verdadero gran sorpasso es
el del binomio PSOE-Unidos Podemos al dúo PP-Ciudadanos. Necesitan
enfrentar a los socialistas contra el resto de las fuerzas progresistas
para impedir la alternativa que por vez primera puede terminar con el
poder político de los poderosos. Mientras Iglesias ve a Sánchez como el
hijo pródigo que puede volver a la socialdemocracia, Rajoy le insta a
que coja la quijada de asno que le ofrece Susana Díaz para que se la
clave a Iglesias.
Es ese sorpasso auténtico de Sánchez-Iglesias a Rajoy-Rivera el que
se intenta tapar mediáticamente. Es el que les conviene ocultar tras el
cierre de las urnas. Porque la verdadera batalla, que se cuece en los
despachos de los poderosos, es como darle la vuelta a su propia derrota.
Se equivocaría muy mucho el PSOE si no eludiera esta trampa política,
salvo, claro está, que hubiese caído ya en ella. Pero son muchos los
indicios que apuntan que no es es así y, por el contrario, todo es
posible para quienes se acaban de despertar de los dulces sueños del
bipartidismo. Juegan con ventaja, claro está, los poderosos; sin embargo
el régimen cruje por los cuatro costados y el avance de las fuerzas
progresistas es arrollador.
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