Chico de barrio
Si llevara corbata, si hiciera el programa en un plató, si levantara
la ceja cuando escucha, si no tuviera cara de ingenuo, si no tuviera
aspecto de chico de barrio, si fuera arrogante, si en vez de esas
camisas de cuadros que me lleva luciera un look de modernillo
del puente aéreo, si no trufara sus reportajes con un humor callejero…
En resumen, si Jordi Évole no tuviera ese aspecto de chaval majete que
hace encuestas por la calle y aspira eternamente a ser presentador, su
programa sería visto por todos aquellos expertos que acuden a las
tertulias o que escriben esos artículos que el lector suele dejar a la
mitad. Y en esas mismas tertulias citarían algunas de las entrevistas de
Salvados,por donde desfilan personajes que tienen el don de la
claridad. El domingo pasado el joven de la camisa a cuadros entrevistó
al director de la Caja de Ontynient, una pequeña sucursal convertida hoy
en la superviviente orgullosa de un sistema de ahorro y obra social que
se vio pervertido por la rapiña de los tiempos.
Las palabras del director, don Vicente, hombre puritano con los
dineros ajenos, resultaban extraordinarias a nuestros oídos,
acostumbrados a escuchar declaraciones de personajes que se lo han
llevado crudo. Seguramente hace 10 años este don Vicente era un
desfasado para aquellos otros directores que aspiraban a fusionarse y a
dejarse encandilar por proyectos insensatos. Ahora representa el talante
comedido y terrenal que nos hubiera situado en un presente bien
distinto.
Por lo demás, yo susurro en cuanto puedo el nombre de Évole al oído
de algunos expertos. No sé si me hacen mucho caso: porque se trata de un
programa de la tele, porque emplea un tono sin pretensiones, porque el
presentador parece un muchacho de barrio… Pero yo tengo un altarcillo
para quien sabe contar este desastre sin perder la inocencia y la
sonrisa.
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