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lunes, 29 de octubre de 2012

HOY J.R. ...



 Todos estamos mancos en el mundo; la mayoría de los seres humanos no
     se dan cuenta; la mayoría de quienes se dan cuenta son incapaces de
     aceptarlo.

El enigma de la vida no es lo acabado, lo consumado, lo pleno, sino lo
     imperfecto. Malhaya quien se obstina en perseguir la perfección, pues la
     vida le escapa, la vida y su enigma.


J.R.
   http://penjadadelfil.blogspot.com/


No tiene doble fondo
(para Gustavo Martín Garzo)
Todos estamos mancos en el mundo; la mayoría de los seres humanos no
se dan cuenta; la mayoría de quienes se dan cuenta son incapaces de
aceptarlo.

El enigma de la vida no es lo acabado, lo consumado, lo pleno, sino lo
imperfecto. Malhaya quien se obstina en perseguir la perfección, pues la
vida le escapa, la vida y su enigma.

No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Imágenes persiguen a imágenes que persiguen a imágenes. El espesor de
las pantallas de televisión disminuye constantemente, su brillo y
superficie aumentan, el prisionero olvida que alguna vez deseó escapar.
No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Es asunto de preferencias y de expectativas, me diréis. Es asunto de vida
que se debate en un tremedal de hidrocarburos, en una imparcialidad
de quirófano, en un interminable chapaleo hertziano, creo que os
contestaría. Todos estarnos mancos en el mundo, pero ninguna herida
puede resumirse a conocimiento categorizable.

En poesía no se puede ni hablar por hablar, ni hablar por el placer de
escucharse a sí mismo. El breve tiempo y la demasiada muerte nos
vedan tales frivolidades. El soliloquio me parece esencialmente no
poético: en poesía todo se extrema hacia el tú.

Todo ocupa un lugar: también la palabra prescindible. Para ocupar el suyo,
la palabra prescindible ha desplazado o bien a la palabra sustancial, o
bien al silencio. Eso es intolerable.

No estoy hablando de buenos sentimientos. Estoy hablando de las caderas
de la mujer que no dejaba de estornudar en pleno verano, o del paso
del hombre frágil que cuando cruzaba la calle iba exponiéndose en cada
movimiento.

La lumbre del despertar, para quien no persigue el cristal helado cuya
absoluta transparencia hechiza.

Para éste la sal del sudor, la dulzura del pan compartido y la sumergida
incandescencia de la sangre.
Jorge Riechmann

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