Este artículo señala que algunas
de las observaciones que Karl Marx hizo sobre la génesis de las crisis
en el capitalismo son relevantes en la comprensión de las crisis
financieras y económicas que están ocurriendo ahora.
En un interesante artículo, el
columnista del ‘The New York Times’ y premio Nobel de Economía, Paul
Krugman (“Robots and Robber Barons”, ‘The New York Times’, 09.12.12) se
preguntaba si la realidad en la mayoría de países capitalistas a ambos
lados del Atlántico Norte (Norteamérica y Europa) no mostraba lo que ya
había anunciado Karl Marx, es decir, la creciente victoria del mundo del
capital a costa del mundo del trabajo, consecuencia del debilitamiento
de este último, debilitamiento conseguido a través de políticas públicas
que han favorecido sistemáticamente las rentas del capital y
perjudicado a las rentas del trabajo. En todos estos países, las
primeras (basadas en la enorme rentabilidad del capital financiero y
empresarial) habían alcanzado unos porcentajes sin precedentes, mientras
que las segundas (enraizadas en la masa salarial) nunca antes habían
estado tan decaídas.
España es un claro ejemplo de ello.
Según datos de la Contabilidad Nacional, las rentas del capital, por
primera vez en la época democrática, han alcanzado unos niveles mayores
que las rentas del trabajo. Es decir, sus porcentajes sobre la renta
nacional son mayores que las rentas del trabajo.
¿CÓMO HA OCURRIDO ELLO?
Los datos explican el porqué de esta
situación en la mayoría de países a los cuales Paul Krugman hace
referencia. La productividad ha estado creciendo mucho más que los
salarios, con lo cual se deriva que el producto producido ha ido a
aumentar los beneficios del capital en lugar de los salarios. Como
consecuencia, los beneficios de las élites financieras y de las grandes
empresas se han disparado.
Las explicaciones del porqué esto ha
ocurrido varían (ver mi artículo “Porque las desigualdades están
creciendo en el mundo” en mi blog www.vnavarro.org). Algunos atribuyen
tales cambios a cambios tecnológicos. La introducción del ordenador y de
Internet, por ejemplo, ha aumentado enormemente la productividad. Pero
tales cambios tecnológicos en el lugar de trabajo sólo explican el
aumento de la productividad, pero no la mala distribución de la riqueza
creada y su concentración en los beneficios de las élites.
Otros atribuyen esta concentración a
la globalización, con la consiguiente exportación de puestos de trabajo
a otros países que tienen salarios más bajos. La transferencia del
proceso de producción a la China (por ejemplo) ha reducido enormemente
los salarios de los países capitalistas desarrollados.
Pero este argumento olvida que tal
globalización no es la causa, sino la consecuencia del debilitamiento
del mundo del trabajo en estos países. Después de todo, países altamente
globalizados –como son los países escandinavos (donde sus exportaciones
representan porcentajes elevadísimos de su PIB)- continúan teniendo
salarios altos. En sí, pues, la globalización no explica el descenso de
los salarios. La causa última, raramente citada en los medios, es el
debilitamiento político del mundo del trabajo, y como consecuencia, de
sus rentas.
Y este debilitamiento toma lugar
predominantemente en el Estado-nación. El ataque frontal que estamos
viendo al Estado del Bienestar en todos estos países tiene como objetivo
primordial el debilitar al mundo del trabajo, debilitamiento que ha
estado ocurriendo mediante la aplicación de las políticas neoliberales.
Tal ataque se viste de seda bajo la narrativa de incrementar “la
competitividad”, la cual ha ido creciendo, por cierto, sin que ello
repercutiera en un aumento de las rentas del trabajo. Antes al
contrario, éstas se han ido reduciendo.
Naturalmente que este ataque –que
Noam Chomsky ha definido como “la guerra de clases unidireccional” (ver
su introducción al libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y
bienestar social en España, por Vicenç Navarro, Juan Torres y Alberto
Garzón)-, que ocurre a nivel de cada Estado, toma lugar en un contexto
internacional en el que se establecen alianzas entre las élites
financieras y empresariales de varios países, actuando de una manera
conjunta y coordinada. El caso más claro de ello es la gobernanza de la
Unión Europea y de la Eurozona, cuyas políticas de austeridad están
ayudando a que, en cada país, estas élites puedan ganar la lucha de
clases unidireccional en bases diarias.
Otra realidad, también obvia, que
recuerda las predicciones de Marx, es la “creciente proletarización de
la población”, realidad que queda reflejada en las crecientes semejanzas
que las condiciones de trabajo de los empleados de cuello blanco (las
clases medias) tienen con las condiciones de trabajo de las clases
trabajadoras. Su pérdida de autonomía, su deterioro laboral, su descenso
salarial, les acercan más y más a las condiciones de la clase
trabajadora. El famoso declive de las actualmente llamadas “clases
medias” estaba escrito en aquellas predicciones.
¿CUÁL ES LA SOLUCIÓN?
Este breve resumen de la situación
actual lleva a la reflexión de cómo salir de ella. Y de este análisis se
deriva que la solución es también política, es decir, la salida de la
crisis requiere un cambio en las relaciones de poder dentro de cada
Estado-nación, dificultado por un contexto internacional. El caso de
España es un claro ejemplo de ello. Sin un aumento de la fortaleza de
los instrumentos al servicio de la clase trabajadora y su
sindicalización, no podrá salirse de la crisis. Se requiere una lucha de
clases bilateral y bidireccional, que requiere una enorme agitación
social por parte de la mayoría de la población (clases medias y clases
trabajadoras), exigiendo una reversión de las políticas neoliberales
(promovidas como las únicas posibles), aplicándose políticas públicas
redistributivas encaminadas a reducir las rentas del capital a costa de
aumentar las rentas del trabajo, con un aumento y expansión de la
protección social. Estas reformas (que algunos sectores sectarios de la
ultraizquierda desmerecen llamándoles “humanizar el capitalismo”) dan
fuerza al mundo del trabajo que, en su camino reivindicativo, puede
estar entonces en condiciones de terminar con el dominio casi
dictatorial que ejercen las élites financieras y empresariales en cada
país.
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