A los pequeños héroes de la vida cotidiana. A los pensionistas que
mantienen a sus hijos en paro con una pensión raquítica. A los abuelos
que esta noche cenarán una tortilla francesa para que sus nietos no se
queden sin juguetes. A las cocineras que harán milagros con el dinero
que hace poco se gastaban sólo en turrón. A los que cantan y bailan con
un sapo atravesado en la garganta. A los que van a contribuir a encender
las luces de sus casas con la miseria que cobrarán el 8 de enero por
veinte días de trabajo temporal, sirviendo mesas o empaquetando regalos.
A los que recuerdan Navidades mucho más pobres, y se extrañan de que
éstas nos den tanto miedo.
A los que lo están pasando mal. A los que no tienen trabajo, a los
que no ven la luz, a quienes no duermen por las noches, a quienes
sienten que les han robado el futuro. A todos ellos, cualquiera que sea
el significado de esas palabras en este año maldito, feliz Navidad. A
los demás, no. A los culpables, a los corruptos, a los indiferentes, a
los insolidarios, a los mentirosos, lo único que les deseo es que se
intoxiquen con una ostra justiciera. Ojalá.
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