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martes, 29 de abril de 2014

El Capital en el siglo XXI...Thomas Piketty

 

Cuando nadie lo conocía ni lo había leído en España, Antonio Quero, político socialista,  nos descubrió  a Thomas Piketty, economista francés y autor del libro El Capital en el siglo XXI, del que hace  ésta magnífica reseña el 2 de febrero 2014. Un libro que muchos deberían leer.

 

 

Eldiario.es

El Capital en el siglo XXI



Reseña del importante libro de Thomas Piketty, quien augura para este siglo un regreso del capitalismo patrimonial: un futuro con crecimiento lento y desigualdades cada vez mayores, que solo podrían mitigarse mediante impuestos mundiales sobre el capital.
¿Han sido los últimos treinta años una pesadilla neoliberal de la que la crisis nos ha despertado y, en cuanto la socialdemocracia recupere la iniciativa política, volveremos a la época dorada de crecimiento y reducción de las desigualdades del Estado social de mediados del siglo XX? Thomas Piketty responde negativamente. No es pesimismo o una conjetura sobre la impotencia de la socialdemocracia, es el resultado de un análisis pormenorizado sobre la evolución de la riqueza y las desigualdades en los principales países desarrollados en los últimos doscientos años.
Los hechos son inapelables: el rendimiento del capital (r) ha sido sorprendentemente estable históricamente, en torno al 5 %, mientras que la tasa de crecimiento (g) ha oscilado entre el 1 y el 1,5 %. El crecimiento entre el 3 y el 5 % de las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial es una excepción. En estas condiciones, donde r>g, los patrimonios tienden a acumularse a un ritmo mayor del efecto redistributivo del crecimiento por el aumento de la producción y los salarios, generándose desigualdades crecientes que, en los últimos años, han superado el pico de desigualdad que se produjo justo antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el stock de capital equivalía a entre seis y ocho años de la renta nacional total. Hicieron falta dos guerras mundiales y “el suicidio de los rentistas” entre las dos guerras (es decir, vivieron por encima de sus posibilidades en el sentido de que el gasto anual que les generaba su ritmo de vida era mayor que la renta que percibían de su patrimonio) para redistribuir las cartas y empezar casi de cero.
Tras la Segunda Guerra Mundial, precedida por la Gran Depresión y las políticas redistributivas que inspiró, el fuerte crecimiento de las economías en reconstrucción y expansión y la agresiva fiscalidad progresiva, con tipos marginales superiores de alrededor del 60-70 % en Europa y del 80-90 % en Estados Unidos, así como el acceso generalizado a la educación y los seguros por enfermedad, desempleo o vejez, aseguraron el acceso de las masas trabajadoras a un pequeño patrimonio, convirtiéndolas en clases medias. Si en 1913 un 10 % de la población acumulaba la práctica totalidad de la riqueza nacional, en la actualidad ese 10 % sigue poseyendo la mayor parte, pero ahora hay un 40 % que disfruta de un pequeño patrimonio, mientras que el 50 % restante cobra un sueldo o una prestación pero no acumula patrimonio y no deja casi nada a sus herederos. Esa emergencia de una “clase media patrimonial” es para Piketty la mayor transformación estructural del reparto de la riqueza en los países desarrollados. Con la ralentización del crecimiento y las rebajas fiscales de la revolución conservadora de los años 1980, la clase alta patrimonial vuelve a emerger: el patrimonio del 10 % más rico crece exponencialmente mientras que el del 1 % más rico lo hace estratosféricamente.
La perspectiva para el siglo XXI, una vez que las economías emergentes hayan alcanzado la madurez y la población mundial se estabilice, es una tasa de crecimiento del orden del 1 ó 1,5 %, mientras que el rendimiento del capital seguirá en torno al 5 %. La implicación evidente es que el reparto de la riqueza acentuaría su senda divergente hasta alcanzar cotas social y democráticamente inaceptables.
Esta radiografía completa del capitalismo patrimonial se encuentra en el imponente último libro de ThomasPiketty [1], Le capital au XXIe siècle. Sin haber sido todavía traducido a ningún otro idioma, esta obra de Piketty de casi mil páginas se haconvertido inmediatamente en una referencia de las ciencias sociales [2]. Ya antes de su publicación, Thomas Piketty, un brillante economista francés de 41 años, era unreferente mundial en el estudio de las desigualdades de renta. Junto con Emmanuel Saez, de la Universidad de Berkeley, y Anthony Atkinson, de la Universidad de Oxford, han construido una base de datos monumental sobre las rentas altas, la WorldTop Incomes Database, en la que también ha colaborado el joven economista argentino Facundo Alvaredo.
El fuerte impacto del libro de Piketty se explica por varias razones. La primera es el carácter inédito y exhaustivo de un estudio del capital, tanto de las rentas como del patrimonio, en los países desarrollados en la mayor escala temporal que permiten los archivos, es decir, prácticamente, desde la Revolución Francesa que instauró en Francia un censo patrimonial, la Revolución Industrial en Reino Unido y la independencia en Estados Unidos. Sobre otros países, como Alemania, Japón, Canadá o Suecia, las estadísticas fiables disponibles empiezan a finales del siglo XIX. Todos estos datos se pueden consultar en un anexo técnico en internet que constituye una auténtica mina documental. La segunda razón son las conclusiones empíricas que se extraen de este estudio y que contradicen, como veremos a continuación, axiomas de la teoría económica hasta ahora inamovibles. La tercera son las nuevas leyes del capitalismo que se deducen del análisis de los datos. Por último, Piketty, que pertenece a la estirpe de los intelectuales franceses preocupados por el devenir político del mundo en el que viven, ofrece una perspectiva inquietante sobre la evolución previsible del capitalismo patrimonial en el siglo XXI y se moja proponiendo soluciones.
El primer axioma que se derrumba a la luz de los datos es el de los rendimientos decrecientes de Ricardo, que serviría a Marx, aplicándolo al capital, para predecir la crisis del capitalismo por la caída de los rendimientos del capital a medida que éste se acumula. Ciento treinta años después de la muerte de Marx, el capital acumulado ha superado cualquier previsión imaginable en la época del ideólogo del socialismo, pero su rendimiento sigue siendo sorprendentemente estable en torno al 5 %. El progreso tecnológico, el crecimiento de la población, el acceso a la educación y, recientemente, la globalización y la sofisticación de los mercados financieros, han permitido al capital encontrar constantemente nuevas oportunidades de fructificar. Piketty no demuestra teóricamente de dónde procede esta sorprendente estabilidad del rendimiento del capital, pero su lectura de lo que nos enseña la historia económica deja poco lugar para la duda.
Otro mito que se derrumba es la visión optimista de Kuznets de una reducción de las desigualdades amedida que el desarrollo económico y humano avanza. Kuznets basó su predicción en una serie temporal de datos relativamente corta, entre 1920 y 1950. El paso a la escala del muy largo plazo operado por Piketty demuestra precisamente lo contrario, puesto que la relación r>g se muestra constante en la historia, y que la excepción es el breve periodo entre 1950 y 1970. En este sentido, los datos también hacen tambalearse otro supuesto básico de la economía neoclásica, que implicaría una tendencia hacia la igualación entre las rentas del capital (r) y el crecimiento económico (g).
El análisis frío y objetivo de los datos, así como de las dinámicas en juego que los arrojan, ofrece una perspectiva para el siglo XXI poco alentadora, con una economía mundial instalada, desde hace treinta años, en una senda firme de acumulación cada vez mayor de riqueza en lo alto de la pirámide. La ley de hierro de r>g conduce a la victoria del rentismo sobre la meritocracia, en la que “el pasado devora al futuro”. El capitalismo patrimonial ya conoció una evolución similar en el siglo XIX que desembocó en 1913 en niveles de desigualdad sin precedentes. Nadie puede desear un nuevo conflicto mundial devastador para deshacer esa desigualdad, por lo que Piketty se adentra al final con valentía en el terreno de las propuestas para atenuar o corregir dicha evolución. La principal de ellas es la instauración de un impuesto mundial progresivo sobre el capital, tanto de los activos inmobiliarios como mobiliarios y neto de deudas. Piketty no se hace ilusiones sobre la viabilidad política de su propuesta, aunque argumenta convincentemente sobre su viabilidad en el seno de la Unión Europea si existiera la suficiente voluntad política (Piketty no esconde su optimismo relativo acerca de la deliberación democrática en base a los datos y las conclusiones a las que nos llevará la acumulación de riqueza más allá de lo socialmente soportable). Pero la considera una “utopía útil” en el sentido de que obliga a cualquier otra solución a medirse con respecto al ideal teórico que constituye dicho impuesto mundial progresivo sobre el capital. También demuestra los beneficios que comportaría, más allá de la recaudación, la cooperación fiscal internacional necesaria para su implantación.
No hay espacio aquí para mencionar otras cuestiones apasionantes tratadas por Piketty con una claridad pedagógica al alcance de cualquier ciudadano formado, desde la distribución de la renta hasta la historia de los sistemas impositivos, pasando por la causalidad entre el desmantelamiento de los tipos marginales superiores “confiscatorios” y la explosión de los sueldos de los altos ejecutivos. Tampoco cabe una crítica más detallada del hecho de que el análisis y las tesis de Piketty reposen sobre el estudio pormenorizado de las estadísticas pero no sobre una investigación de las fuentes y fuerzas capitalistas de creación de riqueza. Aún así, Le capital au XXIesiècle constituye una obra mayor no sólo por el amplísimo objeto de estudioque abarca y los múltiples frutos que otros investigadores podrán recoger del espectacular compendio de datos y análisis, sino por la lucidez y humildad con la que Piketty reconoce la pertenencia de la economía a las ciencias sociales y su deber de contribuir, desde la honradez intelectual, a enriquecer el debate democrático en aras de descubrir las políticas que producirán los resultados más acordes con los objetivos morales y sociales de una comunidad.




[1] Le Capital au XXIe siècle, Editions duSeuil, París, 2013, 972 páginas, 25 €.  



 el país
En abril,  Alicia Gonzalez lo entrevista para El País.

Solo en contadas ocasiones, un libro provoca tal revolución que fuerza a adelantar la publicación de su edición en otro idioma. Y menos aún si ese libro está originalmente publicado en francés y es de Economía. Pero es lo que ha pasado con “El capital en el siglo XXI”, Thomas Piketty (Paris, 1971), que aborda la evolución de la riqueza y la desigualdad a lo largo de la historia. Piketty explica por teléfono sus tesis, que han suscitado el entusiasmo entre algunos referentes de la izquierda. “Mis conclusiones no son importantes, lo importante es que cada uno saque las suyas propias y abramos un debate que nos atañe a todos”.
Pregunta: ¿Por qué cree que su libro ha recibido tanta atención?
Respuesta: La desigualdad siempre ha sido un tema de debate pero durante mucho tiempo se abordó desde una perspectiva ideológica. La novedad de este libro es que aporta datos y evidencia histórica sobre la evolución de la distribución de la renta y de la riqueza. Hemos recabado información en casi 30 países, fruto de un trabajo colectivo. El principal objetivo del libro es ofrecer una interpretación coherente de esa evidencia histórica e intentar establecer lecciones para el futuro.
P. ¿Por qué se ha disparado la desigualdad en esta salida de la crisis?
R. Las tasas de crecimiento muy bajas, como las que registra ahora Europa, son una fuerza muy poderosa que propicia un aumento de la desigualdad porque ahí es fácil que el rendimiento del capital, de la riqueza, tienda a ser mayor que la del PIB. Pero una de las paradojas, especialmente en Europa, es que aunque la deuda pública es elevada, nunca ha habido una riqueza privada tan grande en el último siglo. En países como Francia, Reino Unido, España o Italia la riqueza neta del sector privado equivale a entre cinco y seis años de renta nacional, de PIB. Hay que remontarse a 1910 para encontrar datos similares. La buena noticia es que es mejor tener riqueza que deuda, aunque los gobiernos sean pobres y muchos ciudadanos también. Eso permite observar que los fundamentos económicos en Europa son mucho mejores de lo que tendemos a creer. El problema reside más en nuestras instituciones, en cómo nos organizamos. Una moneda única sin una política fiscal ni un presupuesto común es un sistema muy complicado y no estoy seguro de que sea una organización razonable. La buena noticia es que eso se puede cambiar.
P. Pero aquellos niveles de desigualdad dieron paso a una guerra mundial y en la Gran Depresión...
R. Creo que lo podemos hacer mejor que entonces. La distribución de la riqueza hoy es menos desigual, contamos con una clase media que posee buena parte de la riqueza. La pregunta es: ¿vamos a aumentar esa clase media y el proceso histórico de redistribución de la riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y de reducción de la clase media? Es un tema serio pero aún hay tiempo de corregirlo. Algunos han calificado mi libro como una visión apocalíptica del futuro y yo no me reconozco en esas acusaciones. De hecho soy bastante optimista especialmente respecto a Europa a largo plazo.
P. ¿Su tesis funciona también para los países emergentes?
R. Creo que llegado un punto los países emergentes se enfrentarán a las mismas cuestiones que ahora deben encarar los países desarrollados aunque por ahora, sus problemas son diferentes. Al final, el principal impacto del aumento de la desigualdad tiene que ver con la relación entre el rendimiento del capital y la tasa de crecimiento de la economía. A largo plazo hay serias razones para pensar que el ritmo de crecimiento, en particular el incremento de la población, va a ralentizarse en todo el mundo, incluidos los países emergentes y que el rendimiento de la riqueza, especialmente para las grandes carteras de inversión, va a ser mucho mayor que el crecimiento del PIB. Eso ya sucede a nivel global, incluido China y los países emergentes. La riqueza de los más ricos ha crecido dos o tres veces más que el PIB global durante los últimos 20 o 30 años. Es un claro reflejo del mecanismo que trato de explicar en el libro.

P. También ha habido periodos históricos de reducción de la desigualdad.
R. Una de las lecciones de nuestra investigación es que hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas e instituciones que elijamos. Si el libro tiene una conclusión fundamental es que no hay un determinismo económico que nos lleve inevitablemente en una dirección u otra. De alguna manera, tanto Marx como Kuznets estaban equivocados. Sus predicciones eran opuestas pero el nexo común es que creían en que el futuro era inexorable y yo no comparto esa conclusión.
P. ¿Qué medidas habría que adoptar para reducir esa desigualdad?
R. La forma más racional es apostar por la fiscalidad progresiva sobre las rentas y también sobre la riqueza neta de los individuos. De esa forma, redistribuyes de una forma más equilibrada las ganancias de la globalización y la solución ideal sería hacerlo a nivel global o con la mayor coordinación posible. En todo caso, cada país puede modificar su sistema fiscal para facilitar una mayor movilidad de las rentas y la riqueza. Por ejemplo, en muchos países tienen un impuesto sobre el Patrimonio que generalmente es proporcional al valor de la propiedad. Sería mejor eliminar ese impuesto e introducir un impuesto progresivo sobre la riqueza neta. Eso reduciría la fiscalidad que soporta la gente que está intentando comprarse una propiedad y acumular riqueza y aumentaría sobre aquellos que ya poseen millones y millones en activos.
P. En un mundo con paraísos fiscales e ingeniería fiscal, no parece tan sencillo aplicar su plan.
R. Depende de qué parte. La reducción de los impuestos para quienes acumulan poca riqueza es fácil de aplicar. Por lo que respecta a las grandes fortunas, la Unión Europea representa una cuarta parte del PIB mundial y Estados Unidos otro tanto. Y si se proponen de verdad batallar contra los paraísos fiscales e imponer sanciones sobre los países que no cooperen, creo que son suficientemente poderosos para lograrlo. EE UU acabó con el secreto bancario de los bancos suizos, por ejemplo.
P. ¿Sus tesis representan una nueva tercera vía para los partidos de izquierdas?
R. Creo que debemos repensar completamente qué tipo de instituciones fiscales y de política económica necesitamos para regular el capitalismo moderno y una distribución moderna de las rentas y la riqueza. Pero el tipo de tercera vía que impulsó Tony Blair en los años 90 estaba en contra de la progresividad fiscal y creo que fue un error porque al final la progresividad fiscal es el tipo de regulación que es más favorable al funcionamiento del mercado. Si quieres preservar la apertura de los mercados y la globalización creo que es mejor tener una fiscalidad progresiva que imponer barreras comerciales o controles de capital.
P. Digamos entonces que reformula la política económica de la izquierda
R. El objetivo principal de este libro no es llegar a una conclusión política sino facilitar las herramientas para que cada uno adopte su propia posición. Incluso si la gente discrepa de las conclusiones que yo traslado de mi investigación creo que el análisis puede ser útil e interesante para todo el mundo. Mi principal mensaje es que la economía no es una cuestión reservada a los expertos sino que es algo que atañe a todo el mundo.



spain
 Días después Montserrat Dominguez, Directora editorial del Huffington Post,  nos habla del fenómeno mundial en el que se está convirtiendo el autor y su libro.

Durante estos últimos días en EEUU no se podía leer un periódico o ver la tele sin que apareciera un cuarentón moreno, serio y de aspecto anodino. ¿Una estrella del béisbol, el protagonista de la serie de moda, el último rapero? No. En realidad, es el autor de un insólito best seller, agotado en Amazon después de varios días en el número uno de los más vendidos. Se llama Thomas Piketty. Es economista. Es francés. Y lo que cuenta en las 600 páginas de El capital en el siglo XXI está transformando la manera en que los especialistas abordan el creciente fenómeno de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza.
Así lo afirma Paul Krugman, el economista de cabecera de los liberales -léase progresistas- estadounidenses, cuyos elogiosos artículos sobre Piketty en el The New York Times y en The New York Review of Books han contribuido a despertar un interés inusitado por los análisis del francés, hasta el punto que su gira por EEUU para presentar el libro parecía más bien la de una estrella del rock. Lógicamente, el entusiasmo que han provocado sus tesis entre el gobierno Obama, los académicos progresistas y algunos medios son directamente proporcionales a las críticas de los conservadores, que le tildan de marxista como si del peor de los insultos se tratara.
thomas piketty
Lo cierto es que Piketty hace un guiño a Karl Marx con el título de su libro y con su preocupación por el impacto de la desigualdad económica, aunque él no abomina del capitalismo: lo que sí hace es desmontar la tesis generalizada de que es el mejor sistema para generar riqueza. Como explica Manuel Bagués, profesor de economía en la Universidad finlandesa de Aalto, en su blog de FEDEA:

Piketty llega a la conclusión de que el "capitalismo" es un gran sistema en términos de su capacidad para crear riqueza pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la desigualdad. En su opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la desigualdad experimentado por Europa Occidental y Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Este se debería a una combinación de eventos extraordinarios: la voluntad política de introducir un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción de capital causada por la guerra y unas décadas de crecimiento económico excepcional. En el futuro, en ausencia de políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty pronostica un aumento de la desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del siglo XIX.
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El valor del libro de Piketty, aseguran sus colegas economistas, está en que sus conclusiones se basan en el análisis ingente de datos y estadísticas recopiladas de los últimos dos siglos sobre la distribución de la renta y la riqueza, un trabajo colectivo que recaba información de casi 30 países. Pero, a diferencia de otros académicos, Piketty propone una lectura "histórica" y no exclusivamente "económica" de estos datos, lo que le lleva a citar a Balzac o a Jane Austen y sus épocas para ilustrar sus proposiciones, alejándose así de los modelos matemáticos que han encorsetado el discurso de los economistas en los últimos tiempos. Piketty, que estuvo en el MIT de Massachussetts y es profesor de la Escuela de Economía de París, aboga por demostrar que los flujos y resultados económicos están marcados por la acción de la política, y así se lo contaba a Alicia González en una reciente entrevista en El País:

La distribución de la riqueza hoy es menos desigual, contamos con una clase media que posee buena parte de la riqueza. La pregunta es: ¿vamos a aumentar esa clase media y el proceso histórico de redistribución de la riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y de reducción de la clase media? Es un tema serio pero aún hay tiempo de corregirlo. Algunos han calificado mi libro como una visión apocalíptica del futuro y yo no me reconozco en esas acusaciones. De hecho soy bastante optimista especialmente respecto a Europa a largo plazo. (...) Una de las lecciones de nuestra investigación es que hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas e instituciones que elijamos. Si el libro tiene una conclusión fundamental es que no hay un determinismo económico que nos lleve inevitablemente en una dirección u otra. De alguna manera, tanto Marx como Kuznets estaban equivocados. Sus predicciones eran opuestas pero el nexo común es que creían en que el futuro era inexorable y yo no comparto esa conclusión.
El aumento desmesurado de la riqueza de unos pocos -apenas el 1% de la sociedad- en el último siglo es una de las obsesiones de Piketty, cuyo lenguaje se ha trasladado a la calle, y a movimientos como Occupy Wall Street, que han hecho bandera del 99% restante. Un reciente informe de Oxfam, previo a la cumbre de Davos, resaltaba que la mitad de la renta mundial está en manos del 1% más rico de la población, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población mundial.
También destaca Piketty lo que califica como la meritocracia extremista, la que justifica los supersalarios de los nuevos ejecutivos por sus supuestas capacidades excepcionales, lo que ha llevado a un desequilibrio brutal entre los sueldos. Si en los años 50 un ejecutivo medio norteamericano cobraba unas 20 veces más que un trabajador de la compañía, ese ratio supera ahora los 200.
Y ahí es donde llegamos al hueso imposible de roer para los críticos de Piketty: su planteamiento de una tasa sobre el capital del entorno del 80%, que debería ser global para ser efectiva, -o al menos entre EEUU y Europa-. Él mismo reconoce que se trata de una utopía, pero insiste en que las políticas fiscales son imprescindibles para la redistribución de la riqueza, y que cada país es libre para, si no penalizar a las grandes fortunas, sí al menos aliviar el peso que soportan las clases medias.
Para ser justos, la preocupación por el aumento de la desigualdad no es patrimonio exclusivo del economista francés; desde la Fundación Alternativas hasta el FMI en uno de sus últimos informes alertaba de la brecha creciente, y situaba a España como el país europeo donde más han aumentado las diferencias entre ricos y pobres. En esta primavera preelectoral que vivimos en España, con el gobierno y sus altavoces pregonando como un sólo hombre el advenimiento de la recuperación económica, conviene no despistarse sobre las consecuencias más profundas, duraderas y letales de la crisis, y exigir respuestas claras.
Volviendo al debate en EEUU: Sebastián Royo, vicedecano en el College of Arts and Sciences de la Universidad de Suffolk en Boston, y bloguero del HuffPost, cree que hay varios factores que explican el insólito éxito del libro: "Por un lado, articula con evidencia empírica los excesos del capitalismo, y tras la crisis hay muchas ganas de una visión alternativa; Piketty viene a cubrir ese vacío. Por otro, el tema de la desigualdad está calando en la agenda política, incluso entre los republicanos". Royo cree que hay que ser cauteloso sobre el impacto de "Capital", más allá de los círculos más liberales, ya que cuestiona algunos de los valores intrínsecos de la cultura de EEUU, como el individualismo o el papel limitado del gobierno. "Eso no es fácil de cambiar y el desastre de la implementación de Obamacare lo hace más difícil aún".
Curiosamente, el segundo libro más vendido en Amazon desde el pasado jueves son las memorias de la senadora de Massachussetts Elizabeth Warren, A Fighting Chance; una de las posibles rivales de Hillary Clinton para suceder a Obama, y políticamente más a la izquierda que la exsecretaria de Estado. En ellas, Warren narra su compromiso en la lucha contra las desigualdades económicas y su papel en la creación de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, una de las respuestas de la administración Obama a la crisis. ¿Coincidencia, o una clara señal de que los norteamericanos -al menos los que compran libros- están hartos de las desigualdades?
2014-04-25-Capturadepantalla20140425alas15.29.58.pngAl menos, ya hay respuesta a una pregunta: en diciembre de 2007, la portada de la revista TIME retaba a sus lectores a nombrar a un artista o escritor francés contemporáneo de prestigio. El incómodo -y supuesto- silencio servía para ilustrar un artículo sobre la decadencia cultural francesa. Casi 7 años después, justo el tiempo que ha pasado desde que estalló la crisis financiera, los norteamericanos ilustrados ya pueden nombrar uno: Picketty, Thomas Picketty.
En España hay tortas entre las editoriales para traducirlo; de momento, habrá que esperar.




 

Paul Krugman: El pánico que causa Piketty

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.


El nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es un fenómeno genuino. Otros libros sobre economía han sido éxitos de librería, pero el aporte de Piketty es serio; se trata de un trabajo erudito, modificador de líneas de pensamiento, en una forma que no es común en la mayoría de los más vendidos. Y los conservadores están aterrorizados. Por esa razón James Pethokoukis, del Instituto Empresarial Estadounidense (AEI por sus siglas en inglés), advierte en National Review que el trabajo de Piketty se tiene de que refutar porque, de lo contrario, “se difundiría entre eruditos y transformaría el escenario de las políticas económicas donde todas las futuras batallas por políticas se desarrollarán”.
Bien, que tengan suerte con eso. Lo verdaderamente sorprendente respecto al debate hasta ahora es que la derecha parece incapaz de montar cualquier tipo de contraataque sustancial a la tesis de Piketty. En vez de eso, la respuesta ha consistido toda en insultos, en particular afirmaciones de que Piketty es marxista, e igual encasillan a cualquiera que considere que la desigualdad en el ingreso y la riqueza es un asunto importante.
En un momento me referiré a los insultos. Primero, permítanme hablar sobre el motivo por el que El capital en el siglo XXI tiene un impacto de tal envergadura.
Piketty es difícilmente el primer economista que señala que estamos experimentando un marcado aumento en la desigualdad o siquiera en enfatizar el contraste entre el lento crecimiento del salario de la mayor parte de la población y los elevados ingresos de quienes están en la cima. En verdad Piketty y sus colegas han aportado una gran cantidad de profundidad histórica a nuestro conocimiento, al demostrar que, ciertamente, estamos viviendo una Edad Dorada. Pero eso es algo que hemos sabido desde hace un tiempo.
No, lo que es realmente nuevo respecto a El capital en el siglo XXI es que derriba el más preciado de los mitos de los conservadores: la insistencia en que estamos viviendo en una meritocracia en la que la gran riqueza se gana y se merece.
Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por convertir en asunto político los elevados ingresos en la cima ha implicado dos líneas de defensa: uno, negar que a los ricos les está yendo tan bien y al resto tan mal como en verdad está sucediendo; pero cuando la negación falla, se afirma que los elevados ingresos en la parte alta son recompensa justificada por los servicios prestados. No los llame el 1% ni los ricos, llámelos “creadores de empleos”.
Pero, ¿cómo se monta tal defensa si los ricos derivan buena parte de su ingreso no del trabajo que hacen, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si la gran riqueza de manera creciente no viene de la actividad empresarial, sino de las herencias?
Lo que Piketty muestra es que estas no son preguntas ociosas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial estaban dominadas por una oligarquía de riqueza heredada y su libro argumenta convincentemente que estamos bien encaminados de vuelta a aquel estado de cosas.
Así las cosas, ¿qué va a hacer un conservador temeroso de que este diagnóstico se pueda utilizar como justificación para impuestos más altos a los ricos? Podría tratar de refutar a Piketty de una manera sustantiva pero, hasta ahora, no he visto señal alguna de que eso suceda. Más bien, como dije, todo se ha limitado a insultos.
Creo que esto no debería sorprender. He estado involucrado en debates sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto “expertos” conservadores que logren disputar las cifras sin enredarse en sus propios mecates intelectuales. El motivo de esto es que parece que los hechos fundamentalmente no están del lado de ellos. Al mismo tiempo, el hostigar o perseguir por supuestamente simpatizar con el comunismo a cualquiera que cuestione algún aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento operativo estándar desde que gente como William F. Buckley trató de bloquear la enseñanza de la economía keynesiana, no demostrando que era errónea, sino denunciándola como “colectivista”.
Aun así, ha sorprendido observar a conservadores, uno tras otro, denunciar a Piketty como marxista. Hasta Pethokoukis, quien es más fino que el resto, llama a El capital en el siglo XXI una obra de “marxismo moderado”, algo que solo tiene sentido si la mera mención de riqueza desigual lo convierte a uno en marxista. (Y tal vez esta sea la forma en que lo ven: recientemente el exsenador Rick Santorum denunció el término “clase media” como “jerga marxista” porque, saben, en Estados Unidos no tenemos clases).
El economista Francés, Thomas Piketty, en el libro   El capital en el siglo XXI , advierte de que las sociedades experimentan  un aumento en la desigualdad,  lo  que ha encendido fieros debates. | ED ALCOCK/THE NEW YORK TIMES


El economista Francés, Thomas Piketty, en el libro El capital en el siglo XXI , advierte de que las sociedades experimentan un aumento en la desigualdad, lo que ha encendido fieros debates. | ED ALCOCK/THE NEW YORK TIMES 
Y la crítica de The Wall Street Journal, predeciblemente, llega al extremo cuando, de algún modo, hace que el pedido de Piketty para impuestos progresivos como una forma de limitar la concentración de la riqueza –un remedio tan estadounidense como el pastel de manzana, que alguna vez fuera defendido no solo por los principales economistas, sino también por políticos de primera línea, incluyendo a Teodoro Roosevelt– fluya hasta constituir uno de los males del estalinismo. ¿Es eso en verdad lo mejor que el Journal puede producir? La respuesta, aparentemente, es sí.
Ahora bien, el hecho de que los apologistas de los oligarcas estadounidenses estén evidentemente perdidos en cuanto a argumentos coherentes no significa que estén en fuga en cuanto a la política. El dinero todavía habla –en verdad, gracias en parte a la corte Roberts (la Corte Suprema liderada desde el 2005 por John G. Roberts) ahora habla más fuerte que nunca–. Aun así, las ideas cuentan también, dan forma tanto a lo que hablamos de la sociedad como, eventualmente, a lo que hacemos. Y el pánico causado por Piketty muestra que la derecha se ha quedado sin ideas.

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