Cuando nadie lo conocía ni lo había leído en España, Antonio Quero, político socialista, nos descubrió a Thomas Piketty, economista francés y autor del libro El Capital en el siglo XXI, del que hace ésta magnífica reseña el 2 de febrero 2014. Un libro que muchos deberían leer.
El Capital en el siglo XXI
Reseña del importante libro de Thomas Piketty, quien augura para
este siglo un regreso del capitalismo patrimonial: un futuro con
crecimiento lento y desigualdades cada vez mayores, que solo podrían
mitigarse mediante impuestos mundiales sobre el capital.
¿Han sido los últimos treinta años una pesadilla neoliberal de la que
la crisis nos ha despertado y, en cuanto la socialdemocracia recupere la
iniciativa política, volveremos a la época dorada de crecimiento y
reducción de las desigualdades del Estado social de mediados del siglo
XX? Thomas Piketty responde negativamente. No es pesimismo o una
conjetura sobre la impotencia de la socialdemocracia, es el resultado de
un análisis pormenorizado sobre la evolución de la riqueza y las
desigualdades en los principales países desarrollados en los últimos
doscientos años.
Los hechos son inapelables: el rendimiento del capital (r) ha sido
sorprendentemente estable históricamente, en torno al 5 %, mientras que
la tasa de crecimiento (g) ha oscilado entre el 1 y el 1,5 %. El
crecimiento entre el 3 y el 5 % de las tres décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial es una excepción. En estas condiciones, donde
r>g, los patrimonios tienden a acumularse a un ritmo mayor del efecto
redistributivo del crecimiento por el aumento de la producción y los
salarios, generándose desigualdades crecientes que, en los últimos años,
han superado el pico de desigualdad que se produjo justo antes de la
Primera Guerra Mundial, cuando el stock de capital
equivalía a entre seis y ocho años de la renta nacional total. Hicieron
falta dos guerras mundiales y “el suicidio de los rentistas” entre las
dos guerras (es decir, vivieron por encima de sus posibilidades en el
sentido de que el gasto anual que les generaba su ritmo de vida era
mayor que la renta que percibían de su patrimonio) para redistribuir las
cartas y empezar casi de cero.
Tras la Segunda Guerra Mundial, precedida por la Gran Depresión y las
políticas redistributivas que inspiró, el fuerte crecimiento de las
economías en reconstrucción y expansión y la agresiva fiscalidad
progresiva, con tipos marginales superiores de alrededor del 60-70 % en
Europa y del 80-90 % en Estados Unidos, así como el acceso generalizado a
la educación y los seguros por enfermedad, desempleo o vejez,
aseguraron el acceso de las masas trabajadoras a un pequeño patrimonio,
convirtiéndolas en clases medias. Si en 1913 un 10 % de la población
acumulaba la práctica totalidad de la riqueza nacional, en la actualidad
ese 10 % sigue poseyendo la mayor parte, pero ahora hay un 40 % que
disfruta de un pequeño patrimonio, mientras que el 50 % restante cobra
un sueldo o una prestación pero no acumula patrimonio y no deja casi
nada a sus herederos. Esa emergencia de una “clase media patrimonial” es
para Piketty la mayor transformación estructural del reparto de la
riqueza en los países desarrollados. Con la ralentización del
crecimiento y las rebajas fiscales de la revolución conservadora de los
años 1980, la clase alta patrimonial vuelve a emerger: el patrimonio del
10 % más rico crece exponencialmente mientras que el del 1 % más rico
lo hace estratosféricamente.
La perspectiva para el siglo XXI, una vez que las economías emergentes
hayan alcanzado la madurez y la población mundial se estabilice, es una
tasa de crecimiento del orden del 1 ó 1,5 %, mientras que el rendimiento
del capital seguirá en torno al 5 %. La implicación evidente es que el
reparto de la riqueza acentuaría su senda divergente hasta alcanzar
cotas social y democráticamente inaceptables.
Esta radiografía completa del capitalismo patrimonial se encuentra en el imponente último libro de ThomasPiketty [1], Le capital au XXIe siècle.
Sin haber sido todavía traducido a ningún otro idioma, esta obra de
Piketty de casi mil páginas se haconvertido inmediatamente en una
referencia de las ciencias sociales [2].
Ya antes de su publicación, Thomas Piketty, un brillante economista
francés de 41 años, era unreferente mundial en el estudio de las
desigualdades de renta. Junto con Emmanuel Saez, de la Universidad de
Berkeley, y Anthony Atkinson, de la Universidad de Oxford, han
construido una base de datos monumental sobre las rentas altas, la WorldTop Incomes Database, en la que también ha colaborado el joven economista argentino Facundo Alvaredo.
El fuerte impacto del libro de Piketty se explica por varias razones.
La primera es el carácter inédito y exhaustivo de un estudio del
capital, tanto de las rentas como del patrimonio, en los países
desarrollados en la mayor escala temporal que permiten los archivos, es
decir, prácticamente, desde la Revolución Francesa que instauró en
Francia un censo patrimonial, la Revolución Industrial en Reino Unido y
la independencia en Estados Unidos. Sobre otros países, como Alemania,
Japón, Canadá o Suecia, las estadísticas fiables disponibles empiezan a
finales del siglo XIX. Todos estos datos se pueden consultar en un anexo técnico
en internet que constituye una auténtica mina documental. La segunda
razón son las conclusiones empíricas que se extraen de este estudio y
que contradicen, como veremos a continuación, axiomas de la teoría
económica hasta ahora inamovibles. La tercera son las nuevas leyes del
capitalismo que se deducen del análisis de los datos. Por último,
Piketty, que pertenece a la estirpe de los intelectuales franceses
preocupados por el devenir político del mundo en el que viven, ofrece
una perspectiva inquietante sobre la evolución previsible del
capitalismo patrimonial en el siglo XXI y se moja proponiendo
soluciones.
El primer axioma que se derrumba a la luz de los datos es el de los
rendimientos decrecientes de Ricardo, que serviría a Marx, aplicándolo
al capital, para predecir la crisis del capitalismo por la caída de los
rendimientos del capital a medida que éste se acumula. Ciento treinta
años después de la muerte de Marx, el capital acumulado ha superado
cualquier previsión imaginable en la época del ideólogo del socialismo,
pero su rendimiento sigue siendo sorprendentemente estable en torno al 5
%. El progreso tecnológico, el crecimiento de la población, el acceso a
la educación y, recientemente, la globalización y la sofisticación de
los mercados financieros, han permitido al capital encontrar
constantemente nuevas oportunidades de fructificar. Piketty no demuestra
teóricamente de dónde procede esta sorprendente estabilidad del
rendimiento del capital, pero su lectura de lo que nos enseña la
historia económica deja poco lugar para la duda.
Otro mito que se derrumba es la visión optimista de Kuznets de una
reducción de las desigualdades amedida que el desarrollo económico y
humano avanza. Kuznets basó su predicción en una serie temporal de datos
relativamente corta, entre 1920 y 1950. El paso a la escala del muy
largo plazo operado por Piketty demuestra precisamente lo contrario,
puesto que la relación r>g se muestra constante en la historia, y que
la excepción es el breve periodo entre 1950 y 1970. En este sentido,
los datos también hacen tambalearse otro supuesto básico de la economía
neoclásica, que implicaría una tendencia hacia la igualación entre las
rentas del capital (r) y el crecimiento económico (g).
El análisis frío y objetivo de los datos, así como de las dinámicas en
juego que los arrojan, ofrece una perspectiva para el siglo XXI poco
alentadora, con una economía mundial instalada, desde hace treinta años,
en una senda firme de acumulación cada vez mayor de riqueza en lo alto
de la pirámide. La ley de hierro de r>g conduce a la victoria del
rentismo sobre la meritocracia, en la que “el pasado devora al futuro”.
El capitalismo patrimonial ya conoció una evolución similar en el siglo
XIX que desembocó en 1913 en niveles de desigualdad sin precedentes.
Nadie puede desear un nuevo conflicto mundial devastador para deshacer
esa desigualdad, por lo que Piketty se adentra al final con valentía en
el terreno de las propuestas para atenuar o corregir dicha evolución. La
principal de ellas es la instauración de un impuesto mundial progresivo
sobre el capital, tanto de los activos inmobiliarios como mobiliarios y
neto de deudas. Piketty no se hace ilusiones sobre la viabilidad
política de su propuesta, aunque argumenta convincentemente sobre su
viabilidad en el seno de la Unión Europea si existiera la suficiente
voluntad política (Piketty no esconde su optimismo relativo acerca de la
deliberación democrática en base a los datos y las conclusiones a las
que nos llevará la acumulación de riqueza más allá de lo socialmente
soportable). Pero la considera una “utopía útil” en el sentido de que
obliga a cualquier otra solución a medirse con respecto al ideal teórico
que constituye dicho impuesto mundial progresivo sobre el capital.
También demuestra los beneficios que comportaría, más allá de la
recaudación, la cooperación fiscal internacional necesaria para su
implantación.
No hay espacio aquí para mencionar otras cuestiones apasionantes
tratadas por Piketty con una claridad pedagógica al alcance de cualquier
ciudadano formado, desde la distribución de la renta hasta la historia
de los sistemas impositivos, pasando por la causalidad entre el
desmantelamiento de los tipos marginales superiores “confiscatorios” y
la explosión de los sueldos de los altos ejecutivos. Tampoco cabe una
crítica más detallada del hecho de que el análisis y las tesis de
Piketty reposen sobre el estudio pormenorizado de las estadísticas pero
no sobre una investigación de las fuentes y fuerzas capitalistas de
creación de riqueza. Aún así, Le capital au XXIesiècle
constituye una obra mayor no sólo por el amplísimo objeto de estudioque
abarca y los múltiples frutos que otros investigadores podrán recoger
del espectacular compendio de datos y análisis, sino por la lucidez y
humildad con la que Piketty reconoce la pertenencia de la economía a las
ciencias sociales y su deber de contribuir, desde la honradez
intelectual, a enriquecer el debate democrático en aras de descubrir las
políticas que producirán los resultados más acordes con los objetivos
morales y sociales de una comunidad.
[1] Le Capital au XXIe siècle, Editions duSeuil, París, 2013, 972 páginas, 25 €.
[2] Sepuede encontrar un resumen en inglés en The return of “patrimonialcapitalism": review of Thomas Piketty’s Capital in the 21st century,de Branko Milanovic.
En abril, Alicia Gonzalez lo entrevista para El País.
Solo en contadas ocasiones, un libro provoca tal revolución que
fuerza a adelantar la publicación de su edición en otro idioma. Y menos
aún si ese libro está originalmente publicado en francés y es de
Economía. Pero es lo que ha pasado con “El capital en el siglo XXI”,
Thomas Piketty (Paris, 1971), que aborda la evolución de la riqueza y
la desigualdad a lo largo de la historia. Piketty explica por teléfono
sus tesis, que han suscitado el entusiasmo entre algunos referentes de
la izquierda. “Mis conclusiones no son importantes, lo importante es que
cada uno saque las suyas propias y abramos un debate que nos atañe a
todos”.
Pregunta: ¿Por qué cree que su libro ha recibido tanta atención?
Respuesta: La desigualdad siempre ha sido un tema de
debate pero durante mucho tiempo se abordó desde una perspectiva
ideológica. La novedad de este libro es que aporta datos y evidencia
histórica sobre la evolución de la distribución de la renta y de la
riqueza. Hemos recabado información en casi 30 países, fruto de un
trabajo colectivo. El principal objetivo del libro es ofrecer una
interpretación coherente de esa evidencia histórica e intentar
establecer lecciones para el futuro.
P. ¿Por qué se ha disparado la desigualdad en esta salida de la crisis?
R. Las tasas de crecimiento muy bajas, como las que
registra ahora Europa, son una fuerza muy poderosa que propicia un
aumento de la desigualdad porque ahí es fácil que el rendimiento del
capital, de la riqueza, tienda a ser mayor que la del PIB. Pero una de
las paradojas, especialmente en Europa, es que aunque la deuda pública
es elevada, nunca ha habido una riqueza privada tan grande en el último
siglo. En países como Francia, Reino Unido, España o Italia la riqueza
neta del sector privado equivale a entre cinco y seis años de renta
nacional, de PIB. Hay que remontarse a 1910 para encontrar datos
similares. La buena noticia es que es mejor tener riqueza que deuda,
aunque los gobiernos sean pobres y muchos ciudadanos también. Eso
permite observar que los fundamentos económicos en Europa son mucho
mejores de lo que tendemos a creer. El problema reside más en nuestras
instituciones, en cómo nos organizamos. Una moneda única sin una
política fiscal ni un presupuesto común es un sistema muy complicado y
no estoy seguro de que sea una organización razonable. La buena noticia
es que eso se puede cambiar.
P. Pero aquellos niveles de desigualdad dieron paso a una guerra mundial y en la Gran Depresión...
R. Creo que lo podemos hacer mejor que entonces. La
distribución de la riqueza hoy es menos desigual, contamos con una clase
media que posee buena parte de la riqueza. La pregunta es: ¿vamos a
aumentar esa clase media y el proceso histórico de redistribución de la
riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y de reducción
de la clase media? Es un tema serio pero aún hay tiempo de corregirlo.
Algunos han calificado mi libro como una visión apocalíptica del futuro y
yo no me reconozco en esas acusaciones. De hecho soy bastante optimista
especialmente respecto a Europa a largo plazo.
P. ¿Su tesis funciona también para los países emergentes?
R. Creo que llegado un punto los países emergentes
se enfrentarán a las mismas cuestiones que ahora deben encarar los
países desarrollados aunque por ahora, sus problemas son diferentes. Al
final, el principal impacto del aumento de la desigualdad tiene que ver
con la relación entre el rendimiento del capital y la tasa de
crecimiento de la economía. A largo plazo hay serias razones para pensar
que el ritmo de crecimiento, en particular el incremento de la
población, va a ralentizarse en todo el mundo, incluidos los países
emergentes y que el rendimiento de la riqueza, especialmente para las
grandes carteras de inversión, va a ser mucho mayor que el crecimiento
del PIB. Eso ya sucede a nivel global, incluido China y los países
emergentes. La riqueza de los más ricos ha crecido dos o tres veces más
que el PIB global durante los últimos 20 o 30 años. Es un claro reflejo
del mecanismo que trato de explicar en el libro.
P. También ha habido periodos históricos de reducción de la desigualdad.
R. Una de las lecciones de nuestra investigación es
que hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas e
instituciones que elijamos. Si el libro tiene una conclusión fundamental
es que no hay un determinismo económico que nos lleve inevitablemente
en una dirección u otra. De alguna manera, tanto Marx como Kuznets
estaban equivocados. Sus predicciones eran opuestas pero el nexo común
es que creían en que el futuro era inexorable y yo no comparto esa
conclusión.
P. ¿Qué medidas habría que adoptar para reducir esa desigualdad?
R. La forma más racional es apostar por la
fiscalidad progresiva sobre las rentas y también sobre la riqueza neta
de los individuos. De esa forma, redistribuyes de una forma más
equilibrada las ganancias de la globalización y la solución ideal sería
hacerlo a nivel global o con la mayor coordinación posible. En todo
caso, cada país puede modificar su sistema fiscal para facilitar una
mayor movilidad de las rentas y la riqueza. Por ejemplo, en muchos
países tienen un impuesto sobre el Patrimonio que generalmente es
proporcional al valor de la propiedad. Sería mejor eliminar ese impuesto
e introducir un impuesto progresivo sobre la riqueza neta. Eso
reduciría la fiscalidad que soporta la gente que está intentando
comprarse una propiedad y acumular riqueza y aumentaría sobre aquellos
que ya poseen millones y millones en activos.
P. En un mundo con paraísos fiscales e ingeniería fiscal, no parece tan sencillo aplicar su plan.
R. Depende de qué parte. La reducción de los
impuestos para quienes acumulan poca riqueza es fácil de aplicar. Por lo
que respecta a las grandes fortunas, la Unión Europea representa una
cuarta parte del PIB mundial y Estados Unidos otro tanto. Y si se
proponen de verdad batallar contra los paraísos fiscales e imponer
sanciones sobre los países que no cooperen, creo que son suficientemente
poderosos para lograrlo. EE UU acabó con el secreto bancario de los
bancos suizos, por ejemplo.
P. ¿Sus tesis representan una nueva tercera vía para los partidos de izquierdas?
R. Creo que debemos repensar completamente qué tipo
de instituciones fiscales y de política económica necesitamos para
regular el capitalismo moderno y una distribución moderna de las rentas y
la riqueza. Pero el tipo de tercera vía que impulsó Tony Blair en los
años 90 estaba en contra de la progresividad fiscal y creo que fue un
error porque al final la progresividad fiscal es el tipo de regulación
que es más favorable al funcionamiento del mercado. Si quieres preservar
la apertura de los mercados y la globalización creo que es mejor tener
una fiscalidad progresiva que imponer barreras comerciales o controles
de capital.
P. Digamos entonces que reformula la política económica de la izquierda
R. El objetivo principal de este libro no es llegar a
una conclusión política sino facilitar las herramientas para que cada
uno adopte su propia posición. Incluso si la gente discrepa de las
conclusiones que yo traslado de mi investigación creo que el análisis
puede ser útil e interesante para todo el mundo. Mi principal mensaje es
que la economía no es una cuestión reservada a los expertos sino que es
algo que atañe a todo el mundo.
Días después Montserrat Dominguez, Directora editorial del Huffington Post, nos habla del fenómeno mundial en el que se está convirtiendo el autor y su libro.
Durante estos últimos días en EEUU no se podía leer un periódico o
ver la tele sin que apareciera un cuarentón moreno, serio y de aspecto
anodino. ¿Una estrella del béisbol, el protagonista de la serie de moda,
el último rapero? No. En realidad, es el autor de un insólito best seller,
agotado en Amazon después de varios días en el número uno de los más
vendidos. Se llama Thomas Piketty. Es economista. Es francés. Y lo que
cuenta en las 600 páginas de El capital en el siglo XXI está
transformando la manera en que los especialistas abordan el creciente
fenómeno de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza.
Así lo afirma Paul Krugman, el economista de cabecera de los liberales -léase progresistas- estadounidenses, cuyos elogiosos artículos sobre Piketty en el The New York Times y en The New York Review of Books
han contribuido a despertar un interés inusitado por los análisis del
francés, hasta el punto que su gira por EEUU para presentar el libro
parecía más bien la de una estrella del rock. Lógicamente, el entusiasmo
que han provocado sus tesis entre el gobierno Obama, los académicos
progresistas y algunos medios son directamente proporcionales a las
críticas de los conservadores, que le tildan de marxista como si del
peor de los insultos se tratara.
Lo cierto es que Piketty hace un guiño a Karl Marx con el título de
su libro y con su preocupación por el impacto de la desigualdad
económica, aunque él no abomina del capitalismo: lo que sí hace es
desmontar la tesis generalizada de que es el mejor sistema para generar
riqueza. Como explica Manuel Bagués, profesor de economía en la
Universidad finlandesa de Aalto, en su blog de FEDEA:
Piketty llega a la conclusión de que el "capitalismo" es un gran sistema en términos de su capacidad para crear riqueza pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la desigualdad. En su opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la desigualdad experimentado por Europa Occidental y Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Este se debería a una combinación de eventos extraordinarios: la voluntad política de introducir un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción de capital causada por la guerra y unas décadas de crecimiento económico excepcional. En el futuro, en ausencia de políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty pronostica un aumento de la desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del siglo XIX.
El valor del libro de Piketty, aseguran sus colegas economistas, está
en que sus conclusiones se basan en el análisis ingente de datos y
estadísticas recopiladas de los últimos dos siglos sobre la distribución
de la renta y la riqueza, un trabajo colectivo que recaba información
de casi 30 países. Pero, a diferencia de otros académicos, Piketty
propone una lectura "histórica" y no exclusivamente "económica" de estos
datos, lo que le lleva a citar a Balzac o a Jane Austen y sus épocas
para ilustrar sus proposiciones, alejándose así de los modelos
matemáticos que han encorsetado el discurso de los economistas en los
últimos tiempos. Piketty, que estuvo en el MIT de Massachussetts y es
profesor de la Escuela de Economía de París, aboga por demostrar que los
flujos y resultados económicos están marcados por la acción de la
política, y así se lo contaba a Alicia González en una reciente entrevista en El País:
La distribución de la riqueza hoy es menos desigual, contamos con una clase media que posee buena parte de la riqueza. La pregunta es: ¿vamos a aumentar esa clase media y el proceso histórico de redistribución de la riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y de reducción de la clase media? Es un tema serio pero aún hay tiempo de corregirlo. Algunos han calificado mi libro como una visión apocalíptica del futuro y yo no me reconozco en esas acusaciones. De hecho soy bastante optimista especialmente respecto a Europa a largo plazo. (...) Una de las lecciones de nuestra investigación es que hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas e instituciones que elijamos. Si el libro tiene una conclusión fundamental es que no hay un determinismo económico que nos lleve inevitablemente en una dirección u otra. De alguna manera, tanto Marx como Kuznets estaban equivocados. Sus predicciones eran opuestas pero el nexo común es que creían en que el futuro era inexorable y yo no comparto esa conclusión.
El aumento desmesurado de la riqueza de unos pocos -apenas el 1% de
la sociedad- en el último siglo es una de las obsesiones de Piketty,
cuyo lenguaje se ha trasladado a la calle, y a movimientos como Occupy Wall Street, que han hecho bandera del 99% restante. Un reciente informe de Oxfam,
previo a la cumbre de Davos, resaltaba que la mitad de la renta mundial
está en manos del 1% más rico de la población, una cifra 65 veces mayor
que el total de la riqueza que posee la mitad más pobre de la población
mundial.
También destaca Piketty lo que califica como la meritocracia extremista,
la que justifica los supersalarios de los nuevos ejecutivos por sus
supuestas capacidades excepcionales, lo que ha llevado a un
desequilibrio brutal entre los sueldos. Si en los años 50 un ejecutivo
medio norteamericano cobraba unas 20 veces más que un trabajador de la
compañía, ese ratio supera ahora los 200.
Y ahí es donde llegamos al hueso imposible de roer para los críticos
de Piketty: su planteamiento de una tasa sobre el capital del entorno
del 80%, que debería ser global para ser efectiva, -o al menos entre
EEUU y Europa-. Él mismo reconoce que se trata de una utopía, pero
insiste en que las políticas fiscales son imprescindibles para la
redistribución de la riqueza, y que cada país es libre para, si no
penalizar a las grandes fortunas, sí al menos aliviar el peso que
soportan las clases medias.
Para ser justos, la preocupación por el aumento de la desigualdad no es patrimonio exclusivo del economista francés; desde la Fundación Alternativas hasta el FMI en uno de sus últimos informes
alertaba de la brecha creciente, y situaba a España como el país
europeo donde más han aumentado las diferencias entre ricos y pobres. En
esta primavera preelectoral que vivimos en España, con el gobierno y
sus altavoces pregonando como un sólo hombre el advenimiento de la
recuperación económica, conviene no despistarse sobre las consecuencias
más profundas, duraderas y letales de la crisis, y exigir respuestas
claras.
Volviendo al debate en EEUU: Sebastián Royo, vicedecano en el College
of Arts and Sciences de la Universidad de Suffolk en Boston, y bloguero
del HuffPost, cree que hay varios factores que explican el
insólito éxito del libro: "Por un lado, articula con evidencia empírica
los excesos del capitalismo, y tras la crisis hay muchas ganas de una
visión alternativa; Piketty viene a cubrir ese vacío. Por otro, el tema
de la desigualdad está calando en la agenda política, incluso entre los
republicanos". Royo cree que hay que ser cauteloso sobre el impacto de
"Capital", más allá de los círculos más liberales, ya que cuestiona
algunos de los valores intrínsecos de la cultura de EEUU, como el
individualismo o el papel limitado del gobierno. "Eso no es fácil de
cambiar y el desastre de la implementación de Obamacare lo hace más
difícil aún".
Curiosamente, el segundo libro más vendido en Amazon desde el pasado
jueves son las memorias de la senadora de Massachussetts Elizabeth
Warren, A Fighting Chance; una de las posibles rivales de
Hillary Clinton para suceder a Obama, y políticamente más a la izquierda
que la exsecretaria de Estado. En ellas, Warren narra su compromiso en
la lucha contra las desigualdades económicas y su papel en la creación
de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, una de las
respuestas de la administración Obama a la crisis. ¿Coincidencia, o una
clara señal de que los norteamericanos -al menos los que compran libros- están hartos de las desigualdades?
Al menos, ya hay respuesta a una pregunta: en diciembre de 2007, la portada de la revista TIME
retaba a sus lectores a nombrar a un artista o escritor francés
contemporáneo de prestigio. El incómodo -y supuesto- silencio servía
para ilustrar un artículo sobre la decadencia cultural francesa. Casi 7
años después, justo el tiempo que ha pasado desde que estalló la crisis
financiera, los norteamericanos ilustrados ya pueden nombrar uno:
Picketty, Thomas Picketty.
En España hay tortas entre las editoriales para traducirlo; de momento, habrá que esperar.
Paul Krugman: El pánico que causa Piketty
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.
El nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI,
es un fenómeno genuino. Otros libros sobre economía han sido éxitos
de librería, pero el aporte de Piketty es serio; se trata de un trabajo
erudito, modificador de líneas de pensamiento, en una forma que no es
común en la mayoría de los más vendidos. Y los conservadores están
aterrorizados. Por esa razón James Pethokoukis, del Instituto
Empresarial Estadounidense (AEI por sus siglas en inglés), advierte
en National Review que el trabajo de Piketty
se tiene de que refutar porque, de lo contrario, “se difundiría entre
eruditos y transformaría el escenario de las políticas económicas donde
todas las futuras batallas por políticas se desarrollarán”.
Bien, que tengan suerte con eso. Lo verdaderamente sorprendente
respecto al debate hasta ahora es que la derecha parece incapaz de
montar cualquier tipo de contraataque sustancial a la tesis de Piketty.
En vez de eso, la respuesta ha consistido toda en insultos, en
particular afirmaciones de que Piketty es marxista, e igual encasillan a
cualquiera que considere que la desigualdad en el ingreso y la riqueza
es un asunto importante.
En un momento me referiré a los insultos. Primero, permítanme hablar sobre el motivo por el que El capital en el siglo XXI tiene un impacto de tal envergadura.
Piketty es difícilmente el primer economista que señala que estamos
experimentando un marcado aumento en la desigualdad o siquiera en
enfatizar el contraste entre el lento crecimiento del salario de la
mayor parte de la población y los elevados ingresos de quienes están en
la cima. En verdad Piketty y sus colegas han aportado una gran cantidad
de profundidad histórica a nuestro conocimiento, al demostrar que,
ciertamente, estamos viviendo una Edad Dorada. Pero eso es algo que
hemos sabido desde hace un tiempo.
No, lo que es realmente nuevo respecto a El capital en el siglo XXI
es que derriba el más preciado de los mitos de los conservadores: la
insistencia en que estamos viviendo en una meritocracia en la que la
gran riqueza se gana y se merece.
Durante el
último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por
convertir en asunto político los elevados ingresos en la cima ha
implicado dos líneas de defensa: uno, negar que a los ricos les está
yendo tan bien y al resto tan mal como en verdad está sucediendo; pero
cuando la negación falla, se afirma que los elevados ingresos en la
parte alta son recompensa justificada por los servicios prestados. No
los llame el 1% ni los ricos, llámelos “creadores de empleos”.
Pero, ¿cómo se monta tal defensa si los ricos derivan buena parte de su
ingreso no del trabajo que hacen, sino de los activos que poseen? ¿Y
qué pasa si la gran riqueza de manera creciente no viene de la actividad
empresarial, sino de las herencias?
Lo que Piketty
muestra es que estas no son preguntas ociosas. Las sociedades
occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial estaban dominadas
por una oligarquía de riqueza heredada y su libro argumenta
convincentemente que estamos bien encaminados de vuelta a aquel estado
de cosas.
Así las cosas, ¿qué va a hacer un
conservador temeroso de que este diagnóstico se pueda utilizar como
justificación para impuestos más altos a los ricos? Podría tratar de
refutar a Piketty de una manera sustantiva pero, hasta ahora, no he
visto señal alguna de que eso suceda. Más bien, como dije, todo se ha
limitado a insultos.
Creo que esto no debería
sorprender. He estado involucrado en debates sobre la desigualdad
durante más de dos décadas y todavía no he visto “expertos”
conservadores que logren disputar las cifras sin enredarse en sus
propios mecates intelectuales. El motivo de esto es que parece que los
hechos fundamentalmente no están del lado de ellos. Al mismo tiempo, el
hostigar o perseguir por supuestamente simpatizar con el comunismo a
cualquiera que cuestione algún aspecto del dogma del libre mercado ha
sido un procedimiento operativo estándar desde que gente como William F.
Buckley trató de bloquear la enseñanza de la economía keynesiana, no
demostrando que era errónea, sino denunciándola como “colectivista”.
Aun así, ha sorprendido observar a conservadores, uno tras otro,
denunciar a Piketty como marxista. Hasta Pethokoukis, quien es más fino
que el resto, llama a El capital en el siglo XXI
una obra de “marxismo moderado”, algo que solo tiene sentido si la
mera mención de riqueza desigual lo convierte a uno en marxista. (Y tal
vez esta sea la forma en que lo ven: recientemente el exsenador Rick
Santorum denunció el término “clase media” como “jerga marxista” porque,
saben, en Estados Unidos no tenemos clases).
Y la crítica de The Wall Street Journal,
predeciblemente, llega al extremo cuando, de algún modo, hace que el
pedido de Piketty para impuestos progresivos como una forma de limitar
la concentración de la riqueza –un remedio tan estadounidense como el
pastel de manzana, que alguna vez fuera defendido no solo por los
principales economistas, sino también por políticos de primera línea,
incluyendo a Teodoro Roosevelt– fluya hasta constituir uno de los males
del estalinismo. ¿Es eso en verdad lo mejor que el Journal puede producir? La respuesta, aparentemente, es sí.
Ahora bien, el hecho de que los apologistas de los oligarcas
estadounidenses estén evidentemente perdidos en cuanto a argumentos
coherentes no significa que estén en fuga en cuanto a la política. El
dinero todavía habla –en verdad, gracias en parte a la corte Roberts (la
Corte Suprema liderada desde el 2005 por John G. Roberts) ahora habla
más fuerte que nunca–. Aun así, las ideas cuentan también, dan forma
tanto a lo que hablamos de la sociedad como, eventualmente, a lo que
hacemos. Y el pánico causado por Piketty muestra que la derecha se ha
quedado sin ideas.
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