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viernes, 18 de abril de 2014

Cien años de soledad... un cuento para soñar despierta

 
Un cuento de Nadia Seoane Piñeira
Y un regalo para las emociones.


File:Horacio Coppola - Buenos Aires 1936 - Corrientes desde el edificio COMEGA nocturna.jpg
 ©Horacio Coppola
Pocas cosas me traje de Buenos Aires. Creo que los objetos más dolorosos de dejar fueron mi “caja de los recuerdos” (sí, a los 24 años ya tenía semejante cosa) y mis libros. Eran pocos. Tenía una biblioteca muy modesta pero lograda con mucho orgullo. 
 
Orgullo de saber que eran libros que yo misma, con mi dinero y mis tardes en parques de compra-venta de libros segunda mano de esos que en Buenos Aires afortunadamente abundan, había logrado. Recuerdo como una fotografía mi despedida de los libros.
Los repartí. Los repartí entre amigas que quería mucho y que sabía que iban a quererlos tanto como yo. Ellas, muy respetuosas, escribieron mi nombre en lápiz en la primera hoja de los mismos. “Vas a volver y te los vamos a devolver”. Yo sabía que no. Nos íbamos a Barcelona con un billete de ida solamente. No había opción para el retorno. Pocos libros se vinieron conmigo. Unos 10 como mucho.
 
"Cien años" era uno. Lo había comprado mi mamá cuando era adolescente en esos nombrados parques, no recuerdo ahora si en Plaza Francia o en el Centenario, donde tantas tardes pasé con mis padres enseñándonos el amor a la lectura. Pero este libro era mi preferido. Poco fetichista soy pero era una edición del 68. no la primera pero con la portada de la primera. Con las hojas amarillas y ese olor que sólo los libros viejos saben tener. Ajado por las lecturas de su primer dueño, que andá a saber quién fue, por las de mi madre y luego por las mías, amén de mis anotaciones en sus márgenes por el trabajo que tuve que hacer con él en la facultad.
Las primeras noches en Barcelona fueron muy duras. El jetlag y la ansiedad hacían estragos y a mi hermana y a mí el sueño no nos alcanzaba sino hasta las 3 o las 4 de la madrugada. Teníamos 20 y 24 años. Era la primera vez que estábamos fuera de casa y además tan lejos. Estábamos asustadas y necesitábamos cuentos para dormir.

 

 Así que una noche, empezamos: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”...  

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