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miércoles, 20 de febrero de 2013

Qué hacemos con la izquierda extraviada



Rubalcaba es como Benedicto XVI. Llegó como líder transitorio y acaba desahuciado al burro y al buey del portal de Ferraz o trastocando siglas centenarias, como si el problema esencial estuviera en las consonantes y en las vocales. Lo malo de Alfredo, como le llaman los suyos, es que se encuentra atrapado por el pasado, por el reciente que lo convierte en cómplice de los primeros recortes, de la política amable con los bancos, parte del Ejecutivo que negaba la crisis y anunciaba brotes verdes en cada erial. Y está salpicado, también, por el pasado lejano. No digo que tuviera nada que ver con los GAL, que no lo sé, pero fue portavoz de un Gobierno marcado por aquel terrorismo de Estado que supuso, como supone hoy Guantánamo, la pérdida del norte democrático, de los valores que aún defendemos.
Supongo que dentro del PSOE conviven varias corrientes, como en el Cónclave vaticano en el que la paloma del Espíritu Santo es puro marketing. No me gusta la de Bono, una corriente en sí mismo más allá de su presunta amistad eléctrica con el presunto emprendedor Paco el Pocero. Nunca me han gustado los populistas, los que llevan relojes presidenciales en el maletero del coche oficial para regalar a los ancianos. No me gusta Pepín Blanco, pese a ser más ideológico que Bono, ni los Solchaga y su beutiful people ,ni muchos con ellos. Son el cartel del PPSOE. Tampoco me gusta Leire Pajín, un mitin andante, puro humo como tantos.
El PSOE necesita un líder fresco, sin las manos manchadas, abierto, que escuche, capaz de conectar con la calle, con los movimientos sociales que mantienen vivas las utopías con las que soñamos de jóvenes. No sé quién es ese líder. Algunos, como Fernando Garea, ex compañero de El País, apuntan a Patxi López. No tengo idea. No pertenezco al PSOE; no voto en sus primarias ni en sus congresos.
Pese a esa distancia, que también es electoral, me afecta su desinflamiento, su nadedad, porque sin un partido verdaderamente socialista, o socialdemócrata como los nórdicos, como los islandeses, sin un partido regenerado, capaz de regresar a la calle, al trabajo cotidiano y humilde en los barrios, en las agrupaciones, en las universidades, en los hospitales, no habrá posibilidad alguna de regenerar este país.
Necesitamos a muchos: a los movimientos sociales que no deberían encriptarse en un estalinismo absurdo, que se les impulsa a sentirse depositarios de la verdad absoluta, de quién puede manifestarse y quién no. Necesitamos a todas las siglas de la izquierda, nacionales y periféricas, a sus jóvenes, a los que tienen ideas, a los que sueñan. Necesitaremos a una parte importante de la derecha que votó al PP, una derecha democrática, europea, que se siente defraudada, estafada. No es esa derecha la que vitorea a Bárcenas.
Es una oportunidad única para impulsar una segunda transición. Con una línea clara: aquí los demócratas; allá los franquistas; allí los limpios; allá, los corruptos.
Creo más en la capacidad transformadora de los movimientos sociales que en la capacidad de regeneración del PSOE. Pero soy pragmático: sin políticos (otros políticos, claro), sin una izquierda organizada con siglos de experiencia y lucha y sin unos sindicatos, que deberían desapaniaguarse, no habrá regeneración alguna.
Lo mejor de los movimientos sociales, además de éxitos concretos con los desahucios (aunque aún no no tenemos ley, solo tramitación), es que son la semilla de un despertar colectivo. Todo lo que germina hoy en barrios y asociaciones existía al final del franquismo y fue muy activo en los albores de la democracia. El PSOE y el PCE se cargaron aquella vía ciudadana convirtiéndose en los controladores de la verdad desde la izquierda.
Llega, tal vez, una segunda oportunidad para todos. IU, heredera del PCE, lo tiene más fácil. El PSOE debe bajarse del todo del coche oficial en el que ha vivido; su cabeza, su memoria y sus hábitos cotidianos siguen viajando con los cristales tintados, lejos de la realidad, de la gente.

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