Rubalcaba es como Benedicto XVI. Llegó como líder transitorio y
acaba desahuciado al burro y al buey del portal de Ferraz o trastocando
siglas centenarias, como si el problema esencial estuviera en las
consonantes y en las vocales. Lo malo de Alfredo, como le llaman los
suyos, es que se encuentra atrapado por el pasado, por el reciente que
lo convierte en cómplice de los primeros recortes, de la política amable
con los bancos, parte del Ejecutivo que negaba la crisis y anunciaba
brotes verdes en cada erial. Y está salpicado, también, por el pasado
lejano. No digo que tuviera nada que ver con los GAL, que no lo sé, pero
fue portavoz de un Gobierno marcado por aquel terrorismo de Estado que
supuso, como supone hoy Guantánamo, la pérdida del norte democrático, de
los valores que aún defendemos.
Supongo que dentro del PSOE conviven varias corrientes, como en el
Cónclave vaticano en el que la paloma del Espíritu Santo es puro
marketing. No me gusta la de Bono, una corriente en sí mismo más allá de
su presunta amistad eléctrica con el presunto emprendedor Paco el
Pocero. Nunca me han gustado los populistas, los que llevan relojes
presidenciales en el maletero del coche oficial para regalar a los
ancianos. No me gusta Pepín Blanco, pese a ser más ideológico que Bono,
ni los Solchaga y su beutiful people ,ni muchos con ellos. Son el cartel
del PPSOE. Tampoco me gusta Leire Pajín, un mitin andante, puro humo
como tantos.
El PSOE necesita un líder fresco, sin las manos manchadas, abierto,
que escuche, capaz de conectar con la calle, con los movimientos
sociales que mantienen vivas las utopías con las que soñamos de jóvenes.
No sé quién es ese líder. Algunos, como Fernando Garea, ex compañero de
El País, apuntan a Patxi López. No tengo idea. No pertenezco al PSOE;
no voto en sus primarias ni en sus congresos.
Pese a esa distancia, que también es electoral, me afecta su
desinflamiento, su nadedad, porque sin un partido verdaderamente
socialista, o socialdemócrata como los nórdicos, como los islandeses,
sin un partido regenerado, capaz de regresar a la calle, al trabajo
cotidiano y humilde en los barrios, en las agrupaciones, en las
universidades, en los hospitales, no habrá posibilidad alguna de
regenerar este país.
Necesitamos a muchos: a los movimientos sociales que no deberían
encriptarse en un estalinismo absurdo, que se les impulsa a sentirse
depositarios de la verdad absoluta, de quién puede manifestarse y quién
no. Necesitamos a todas las siglas de la izquierda, nacionales y
periféricas, a sus jóvenes, a los que tienen ideas, a los que sueñan.
Necesitaremos a una parte importante de la derecha que votó al PP, una
derecha democrática, europea, que se siente defraudada, estafada. No es
esa derecha la que vitorea a Bárcenas.
Es una oportunidad única para impulsar una segunda transición. Con
una línea clara: aquí los demócratas; allá los franquistas; allí los
limpios; allá, los corruptos.
Creo más en la capacidad transformadora de los movimientos sociales
que en la capacidad de regeneración del PSOE. Pero soy pragmático: sin
políticos (otros políticos, claro), sin una izquierda organizada con
siglos de experiencia y lucha y sin unos sindicatos, que deberían
desapaniaguarse, no habrá regeneración alguna.
Lo mejor de los movimientos sociales, además de éxitos concretos con
los desahucios (aunque aún no no tenemos ley, solo tramitación), es que
son la semilla de un despertar colectivo. Todo lo que germina hoy en
barrios y asociaciones existía al final del franquismo y fue muy activo
en los albores de la democracia. El PSOE y el PCE se cargaron aquella
vía ciudadana convirtiéndose en los controladores de la verdad desde la
izquierda.
Llega, tal vez, una segunda oportunidad para todos. IU, heredera del
PCE, lo tiene más fácil. El PSOE debe bajarse del todo del coche oficial
en el que ha vivido; su cabeza, su memoria y sus hábitos cotidianos
siguen viajando con los cristales tintados, lejos de la realidad, de la
gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario