Buscar en este blog

domingo, 23 de junio de 2013

Antón Martín: estación hipster...



Una revista para seguir , un artículo para leer y un lugar dónde vivir.

Nadie se atrevió a preguntar o quizás nadie se percató del detalle. Nos encontramos en el cine Trueba de San Sebastián y tras el pase de la celebrada película de Jonás Trueba, “Los Ilusos”, de la que ya dimos sobrada cuenta por aquí, a los espectadores que llenan la sala parece que no les llama la atención que prácticamente toda la trama tenga lugar en un minúsculo pedazo de Madrid: ese espacio que pivota en torno al metro Antón Martín, arañando una esquina del barrio de Las Letras y extendiéndose hasta la cima de Lavapiés.
Es una zona que parece haber despegado definitivamente coincidiendo con el estreno del segundo largometraje del hijo de Fernando Trueba. Con una Malasaña que se le ha puesto cara de cupcake y con precios cada vez más prohibitivos, Antón Martín se ha convertido en el nuevo destino de moda -con permiso del vecino barrio de Conde Duque- de una considerable parte de la tribu hipster. Damos con algunas claves del éxodo.
1. La novedad como atracción principal.Malasaña, Malasaña, Malasaña. Aunque parezca que no, hay vida más allá del barrio que alumbró la Movida y que prácticamente se reinventa cada día. Mola mucho, no cabe duda, y siempre estará en nuestra órbita, pero pocas cosas superan la excitación de descubrir algo nuevo. Y más si es una zona eclipsada durante tanto tiempo por la pachanga y el cutrerío guiri de Huertas y el perroflautismo y el no siempre saludable exotismo de Lavapiés. Antón Martín y compañía emergen como un oasis inesperado.
2. Fuera agobios. Cuando cae el fin de semana Malasaña se atesta de gente del barrio y de personas venidas de otros puntos de la ciudad. El agobio es considerable todo el año: en verano cuesta encontrar mesa en una terraza y en invierno es casi misión imposible hacerse con un sitio libre en una cafetería. Sin quererlo, te ves inmerso en un desesperante círculo vicioso. Por el momento, los alrededores de Antón Martín no han llegado a tal extremo y gozan de un soportable nivel de público.
3. Comer es más barato. Por lo general, y salvando raras excepciones como el Coco bar de Espíritu Santo no hay color. Probad con las estupendas y generosas tostas del Vinícola Mentridana a pocos pasos de los cines Doré por unos 3 euros con cañas muy bien tiradas y servicio amable. O si nos ponemos en plan finos podemos acercarnos a La Otra Casa de la calle Olivar y cenar por 15 euros lo que ellos llaman “alta cocina para pobres”.
4. Vivir es más barato. Hagamos un simple ejercicio comparativo calculando el coste por metro cuadrado entre Malasaña y los barrios de Lavapiés / Huertas en una página como Idealista. En régimen de alquiler, y por debajo de los 10 euros/m2 al mes, Malasaña o la zona estipulada por la web como “Universidad” cuenta con un total de 50 pisos con estas características. Embajadores, que va desde la calle Atocha hasta el sur de Lavapiés, tiene más de 100. El resultado es orientativo y cero científico, de acuerdo, pero sumamente revelador.
5. Beber también es más barato. Nada de pagar 9 euros por una copa en el bar Martínez o Kikekeller, ambas situadas por la zona de Triball. En un lugar tan apetecible como bodegas Lo Máximo de Lavapiés un Gintonic de Bombay cuesta 6 euros y si cruzamos la calle Atocha y enfilamos cuesta abajo Lope de Vega encontraremos una curiosa y barata coctelería, “La Brocense”. Es como retroceder varias décadas en el tiempo con una decoración entre afrancesada y del gusto de las abuelas con copas entre 5 y 7 euros.
6. La calle León como símbolo de la transformación. Ha ido forjando una acusada personalidad estos últimos años. Situada entre la calle Atocha y la calle del Prado concentra numerosos puntos de interés: los discos, camisetas y objetos pop de La Integral; el buen rollo de La Pizzateca, con libros y música cuidada; la charcutería que es bar o el bar que es charcutería de Casa González; un bar cálido y bohemio como La Piola; el inevitable sushi para llevar de Makitake; y el restaurante de La Mucca, el mismo de la calle Pez, con una carta apta para todos los públicos y bolsillos, entre otros. El conocido locutor musical y agitador pop Jesús Ordovás vive en esta calle, por cierto. 
7. El bar de viejos para modernos. Imprescindible que todo barrio madrileño que se precie tenga sus rinconcitos castizos en los que beber cañas bien tiradas, picar queso y embutidos y, lo más importante, juntarse con otros que visten y escuchan la misma música. El Benteveo de la calle Santa Isabel -que hasta hace unos años era un bar de viejos sólo para viejos y en los que los africanos de Lavapiés se juntaban para ver al Barça- viene a ser El Palentino de la calle Pez pero convenientemente aderezado de toque vintage. Un santuario hipster. El templo del moderneo 2013.
Girando la calle, en la taberna de Atocha a uno no le entran las mismas ganas de dejarse bigote y hablar de Beach House sin parar, pero tiene su punto y guarda todo el casticismo del planeta. Atención a las gafas cuadradas y empañadas de uno de los camareros: retrocedemos automáticamente a la época de la transición. Bajando por Lavapiés otro punto conocido y que juega en la misma liga –tradicional, barato y del gusto de la parroquia moderna- es la taberna La Mina. A diferencia de los dos primeros, cuenta con terraza.
8. Tomo un café y (hago que) leo. Las cafeterías multidisciplinares donde poder comprar un libro, ver una exposición o asistir a una charla también tienen aquí cabida. El que está más a mano del metro Antón Martín es La Fugitiva, en la misma calle Santa Isabel. También merece la pena serpentear un poco y bajar hasta La Infinito, en la calle Tres Peces y donde los niños son bienvenidos, o dejarnos llevar por el compromiso social y político de La Marabunta de la calle de la Torrecilla del Leal, algo más abajo.
9. El mercado de toda la vida y algo más. A diferencia de los atropellos para el bolsillo que han perpetrado con los mercados gourmet de Chueca y la zona centro, el mercado Antón Martín ha logrado el milagro de no perder sus raíces de establecimiento de barrio ampliando sus horizontes. Es auténtico, lo que ha sido siempre, con el añadido positivo de que le han hecho un hueco a un curioso puesto que combina la comida con la inquietud cultural Sandwich mixto y a otro sobre gastronomía japonesa (YokaLoka). Como cuando un equipo de fútbol apuesta por la cantera y refuerza el equipo con dos o tres extranjeros de calidad contrastada, vaya. Ésa es la filosofía.
10. El Cine Doré. La sede de la Filmoteca nacional merece un punto propio. Primero porque el pasado 19 de diciembre cumplió 100 años de vida como salón de ocio que años más tarde se convertiría en local cinematográfico. Es uno de los focos culturales de la ciudad con entradas a 2,5 euros, bonos de 10 películas a 20 euros y una programación que cuida a las minorías sin dejar de lado a un público más comercial. La singular fachada y la sala principal mantienen vivo el esplendor de otros tiempos. En el Doré se percibe claramente eso que se ha venido llamando la magia del cine y que últimamente anda con la identidad extraviada.
11. “El abrazo” de Juan Genovés. Un monumento que honra la memoria de los abogados de Atocha muertos en un atentado terrorista de 1977 por parte de la extrema derecha preside la plaza de Antón Martín desde hace diez años. Se trata de una obra de enorme calado emotivo que el artista valenciano Juan Genovés realizó basándose en su famoso cuadro “El Abrazo”, uno de los grandes símbolos de la Transición. Además funciona a modo de punto estratégico en esta pequeña guía, el punto medio entre la calle León y la calle Santa Isabel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario