Mercedes de Pablos Candón
Cuando el 28 de junio de 1969 la policía neoyorquina asaltó a
mamporro limpio el Stonewall, sonaba Somewere Over The Rainbow como
homenaje a la recién enterrada Judy Garland, la eterna Dorothy del Mago
de Oz. Siento que, de alguna forma, la libertad estaba allí escalando un
último peldaño, dispuesta a que aquellos que callaban levantaran la
mano para defenderse y decir basta. El Arco Iris, ese pequeño milagro
óptico y meteorológico, se convirtió en el símbolo de la reivindicación
sexual de la diferencia. La bandera gay la hemos llamado desde entonces.
La libertad sexual quiero llamarla yo, como la siento, como la
reivindico.
En el Arco Iris no hay blanco ni negro, hay luz, con todos los
matices y las gamas que la naturaleza puede darle a sus siete colores,
del rojo al violeta. En la identidad de cada cual cabe todo menos las
etiquetas. Por más que nos dejemos reagrupar en rasgos comunes: los
blancos y los negros, los altos y los bajos, los hombres y las mujeres,
los de la Sierra de Aracena y los de Sanlúcar la Mayor. Hasta en ese
apresurado y alicorto conjunto podrían entrar infinitas variables,
mujer, bajita de Aracena y negra, hombre, alto, blanco, de Sanlúcar. Uno
de los dos sujetos, por ejemplo está enamorado de Echanove. Averigüen
quién, podría ser cualquiera de los dos. Este sábado la marcha del
Orgullo del Sur va a inundar Sevilla de Arco Iris, banderas de alegría y
de paz. El reconocimiento de la diferencia con el que, desde aquella
fecha mítica del 69, grupos homosexuales quisieron zarandear a la
sociedad de los homologados, los normales, ha ido tornando en los
últimos años en una tremenda algarada llena de provocación, con atuendos
imposibles y lemas destroyer (no reproduzco el de la almeja porque no
me deja mi pescadero), un espectáculo chillón donde se canta a Camilo
Sexto más que a Labordeta. Hay quienes taimadamente critican la marcha
por excesiva, tampoco es para tanto, dicen, los heterosexuales no nos
disfrazamos para hacernos visibles. Argumento tan pueril no invita a
entrar al trapo, nos disfrazamos todos, y más aquí, en esta
Sevilla-calle donde, ejemplo, unos romanos maravillosos acompañan a la
madre de un dios que es Virgen cada año. La libertad. Para todos los
gustos y todas las estéticas. Para los tímidos y para los estrafalarios.
Para los que aman a Echanove y las que se estremecen con Patti Smith.
(¿Ven? Alguno habría elegido a la Monroe de mito sexual, así es la vida,
cada uno arrastramos nuestras debilidades). Los indios de Lacandona,
allá en Chiapas, cubrieron su rostro con pasamontañas para hacerse
visibles. Esa misma paradoja, mostrarse diferente para ser iguales,
ocurre cada año en la Marcha del Orgullo del Sur. Aunque se etiquetan
con minuciosidad de etólogo, Lesbianas, Gays, Transexuales o Bisexuales,
en realidad están reivindicando a la persona, a los seres humanos con
toda la ambigüedad y la certeza de su identidad personal. Ese arco iris
es mío. Y suyo. Tal vez sea el momento de que caigan las siglas, de que
los LGTB se llamen Colectivo de Libertad Sexual. También los
heterosexuales, nadie es perfecto, que diría Joe E. Brown.
;) Yes, we can
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