Juan José Téllez
Pero ellas no se mueren solas. Aunque dichas noticias difícilmente
salgan ya en primera página, la caza de la mujer sigue en marcha. Quien
más te quiere no te hará llorar. El amor sólo mata de gusto, rechacen
las imitaciones más siniestras.
A las damas las matan a la chita callando, para callarlas. Las
extinguen a manojitos y ni siquiera nos ponemos ya un lacito en la
solapa. Es largo el camino que lleva hacia la noche de los cuchillos
amargos, la de los amores rotos y los cuerpos descuartizados, la de un
cuello estrangulado por las mismas manos que quizá algún día acariciaron
su gozo. Quizá su último suspiro empezara hace mucho con una voz más
alta que otra en cualquier sobremesa. Pero no sólo se trata de un crimen
privado, sino público: hasta que no percibamos que todos somos sus
cómplices necesarios, no parará esa carnicería. Ese río de sangre quizá
comience por una adolescente a la que le gustan los chicos duros y
acepta que su novio le controle sus llamadas de móvil. O por uno de esos
tipos jocundos que ríen un chiste manchado de sangre en el ágora de
aluminio de los bares. Pero también el Estado, ahora dispuesto por
ejemplo a una reforma de la administración local que eliminará las
oficinas de atención a la mujer, la primera ventanilla a la que pueden
acercarse con tantas dudas como miedo a preguntar tal vez si fuera
posible denunciar los malos tratos de aquel tipo de traje y corbata que
posa sonriente en una foto añeja junto a un vestido blanco a punto de
comer perdices hasta que ellas despertaron llorando de su sueño de
hadas.
Sus asesinos suelen decirse a sí mismos que lo hacen por amor. Por
amor propio, claro. Si no mía, no será de nadie. El feminicidio que no
cesa no es cosa de mujeres sino de hombres: ¿cómo permitimos que esos
desalmados nos usurpen la condición masculina, hasta el punto de que
cualquier mujer nos identifique a todos con ese sonido de las llaves en
el rellano que tanto pánico le infunde y que cada noche le acercan a un
teléfono en el que casi nunca aciertan a marcar el 016?
De Jerez a Zaragoza, la epidemia se extiende. La violencia machista
ha acabado ya con la vida de 31 mujeres en España, en lo que va de año. Y
cinco de ellas son andaluzas, aunque también habríamos de sumarle el
caso de la niña de Campillos presuntamente asesinada a manos de su
propio padre. ¿A qué cielo llegarían nuestros gritos si estuviéramos
hablando de treinta y un periodistas muertos, o policías, o militares?
O, simplemente, ¿treinta y un hombres muertos a manos de sus parejas?
Entre todos las matamos. Día a día. Ese corredor de la muerte sigue
abierto y no hacemos lo imposible por cerrarlo.
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